Fecha:
22/10/2013
“Las escobas de las brujas no son eternas. Se van haciendo viejas y llega el día en que, aun las mejores, pierden la capacidad de volar.”
Así, sin preliminares y de forma muy directa, inicia Chris Van Allsburg la narración textual de La escoba de la viuda, uno de mis álbumes preferidos del laureado autor norteamericano. Y lo hace así por varias razones que podemos relacionar tanto con su poética, como con su particular forma de narrar a través del libro-álbum. Puede que la razón principal pueda vincularse con la pretensión del autor de borrar esa línea, a veces muy difusa, que separa el mundo real del imaginario, o de lo fantástico. Un tema y una pretensión que, elaboradas de distintos modos, encontramos en todas y cada una de las obras de Van Allsburg. Y es que a través de esas dos simples frases, el narrador (omnisciente, en tercera persona y muy clásico, un narrador del que podríamos decir que nos podemos fiar) inicia un pacto narrativo con el lector que parte del hecho de que las brujas existen. Ahí es donde aparece el problema, pues la magia de sus escobas no es infinita, esa magia se agota, como lo hace la batería de cualquier chisme electrónico actual.
Las brujas y la magia de sus escobas evocan con fuerza los cuentos de hadas y todo suimaginario. Van Allsburg lo sabe y quiere dirigir hacia ese camino a su lector. Pero, al mismo tiempo, su inicio nos aleja rápidamente de los tiempos del Érase una vez, y, con ello, el autor consigue apartarnos de las convenciones ficcionales que delimitan las puertas de entrada y salida habituales del cuento. Es decir, Van Allsburg no nos permite adormecernos en el la idea de que lo que se va a narrar forma parte de una ficción, y, con ello, abre las puertas a la ambigüedad (Celia Turrión tiene un artículo muy interesante sobre la ambigüedad en el álbum, que podéis encontrar aquí).
Por otro lado, ese estilo directo, sencillo, de frases cortas y sin apenas elementos ornamentales, se configura como una de las señas de identidad del autor, conocido también por sus ilustraciones realistas, detalladas y plásticas, que adquieren volumen gracias al uso del claroscuro. Podríamos decir que Van Allsburg complementa unos textos asequibles con ilustraciones muy elaboradas, que amplifican el tono del relato.
Una de las cosas que más llaman la atención de La escoba de la viuda es su formato, llamativamente vertical. Puede que lo haga para evocar la verticalidad de la escoba, aunque, como veremos, también está relacionado con las perspectivas y los encuadres de las ilustraciones. Van Allsburg decide contarnos el relato visual desde una focalización externa, a través de unas ilustraciones (también verticales) que quedan perfectamente enmarcadas sobre un fondo blanco. La verticalidad del libro le sirve para insuflar profundidad en los paisajes y los espacios en los que transcurre la historia, un elemento clave a la hora de elaborar el tono fantástico y lúgubre del relato.
Las primeras tres ilustraciones acompañan al texto que nos narra cómo la escoba de una bruja pierde, de repente, sus poderes, cayendo al vacío desde una altura considerable. La fuerza de estas tres imágenes reside en la diagonal que marca el viaje de la bruja, primero hacia arriba e inmediatamente después, durante la caída, en sentido opuesto. En este recorrido, el juego de luces con el que dibuja las nubes y las diversas tonalidades de negro con las que crea un paisaje invernal que parece no tener fin, se configuran como compañeros más que apropiados de una bruja de aspecto tradicional: vestida con una sobria bata y sombrero y zapatos puntiagudos, elementos que Van Allsburg utiliza comoiconos de ese imaginario que evoca constantemente.
La bruja cae en medio del huerto de una viuda, quien, asustada, decide ayudar a la maltrecha mujer, dándole cobijo. Su magia la ayudará a curarse rápidamente y, antes de que salga el sol, otra bruja llegará para llevársela sobre su escoba. Mientras, en el huerto, yace la otra escoba, ahora ya sin magia (piensa la viuda). Así que decide quedársela. Al cabo de unos días, la viuda descubrirá que la escoba barre sola y que si se le enseñan otras tareas es capaz de llevarlas a cabo de forma maravillosa. ¡Incluso aprende a tocar el piano! Y de ese modo, la escoba se convierte en una compañera entrañable para la solitaria mujer. La noticia de la escoba mágica se extiende rápidamente por el valle. Su vecino es el primero en decirle que se trata de “algo maligno” y que debe deshacerse de ella. Un incidente con los hijos y el perro de éste, extraordinariamente narrado con imágenes, desencadenará la ira de los lugareños, seguros ahora de que se trata de un objeto satánico. No vamos a desvelar el final de la historia, pero podemos decir que ésta invita a la desconfianza en los prejuicios y en las supersticiones...
Las ilustraciones, de color sepia e hiperrealistas, se tornan inquietantes gracias al uso de las sombras (en ambientes siempre a media luz) y a un difuminado que introduce la sensación de que todo está envuelto en una niebla constante, lo cual imposibilita percibir con claridad los límites de objetos, personajes y espacios. El realismo, mezclado con esa textura más bien difusa (que se amplifica gracias al grano de las páginas) y con los trazos oscuros, permiten situar nuevamente al lector entre la realidad y la fantasía; posibilitan la intrusión de lo extraño en lo cotidiano.
Como suele hacer en todos sus álbumes, y en contraposición a las imágenes difusas, Van Allsburg decide situar el texto de forma bien visible, sobre un fondo blanco, delimitado por un marco. Aquí, el marco (en su parte superior e inferior) está constituido por una imagen de calabazas que recuerdan constantemente al huerto en el que cayó la bruja y que evocan, al mismo tiempo, el universo de los cuentos, en los que las calabazas también tienen un lugar de honor. Peter F. Newmeyer, en su artículo sobre el autor americano en el primer número de Paparaclave, dedicado al libro-álbum, asegura que la situación del texto en los álbumes de Van Allsburg no es azarosa, sino que forma parte del significado. Refiriéndose a la posición del texto en El expreso Polar: “ubica las palabras en una columna estrecha, entre duras líneas negras que parecen enfatizar doblemente el lenguaje: 'la imaginación infantil no es borrosa; sino real y concreta'”.
Podríamos decir que en cierto modo el texto separado y enmarcado de La escoba de la viuda, quiere también marcar la nitidez del mensaje textual y subrayar la certeza de lo que está sucediendo. Aunque, las calabazas introducen esa ambigüedad que el autor ha querido plasmar desde el principio y que nos lleva constantemente a bascular entre dos mundos: el de los cuentos de hadas y el de la narración de algo real que, simplemente, está repentinamente poseída por algo inusual.
Un álbum, pues, cargado de sugerentes detalles y con un texto perfecto para leer en voz alta. De hecho, creo que las historias de Van Allsburg están todas ellas pensadas para ser leídas y disfrutadas en voz alta. Ilustrador y escultor de formación, Van Allsburg demuestra una gran habilidad a la hora de jugar con las palabras y construir con ellas sugestivas historias. Los niños adorarán escuchar y observar La escoba de la viuda desde los 5 o 6 años, aunque se trata de un álbum que nos puede acompañar muchos, muchos años.
http://lacoleccionista-libroalbum.blogspot.com.es/2013/11/la-escoba-de-la-viuda.html
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