Fecha:
28/02/2010
Reportaje: psicología
Puede ser una liberación o una tortura. Ahora que se habla tanto de la jubilación, tenemos que estar preparados para encararla con el mejor de los ánimos, para ser nosotros mismos.
La jubilación está dando mucho que hablar últimamente. A la reciente discusión sobre su edad hay que añadir los datos demográficos: vivimos en una sociedad que envejece muy deprisa. Aprender a afrontar esta etapa es otro de nuestros retos existenciales.
Me cuenta Amparo que desde que su marido se ha jubilado todo ha ido a peor. Ella, que aún trabaja, tenía su vida "apañá". En cambio, ahora tiene "la mitad de la pensión y el doble de marido". De repente se encuentra con un esposo gruñón, que la persigue, le critica todo, le pide explicaciones de sus conversaciones, la manda y quiere que esté sólo pendiente de él. "Si sigue así, me separo", concluyó.
Éste sería un caso común de una jubilación mal gestionada, aunque otros, más positivos, nos permitirían observar las dos caras de la experiencia de jubilarse. Deseada por unos y temida por otros. Una espera que desespera o una patada en el trasero para los que no saben hacer otra cosa que trabajar. Una contrariedad para los que están en su mejor momento. Hay que ver lo que oculta el trabajo: sueños y frustraciones.
La jubilación como júbilo
"Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece" (Borges)
La palabra jubilación está emparentada con júbilo, o sea, alegría. Se supone que, más allá de un acto meramente administrativo, el cese laboral es la culminación de una etapa de compromiso social, para pasar a otra descargada de expectativas y obligaciones. Es como pasar de lo duro a lo suave. Es vivir el júbilo de levantarse por la mañana y disponer de todo el día por delante. El júbilo de hacer lo que a uno le venga en gana. La alegría de encontrarse de nuevo con uno mismo y por fin dedicarse sólo a ser.
En cambio, la jubilación parece que en lo material sólo sean pagas y en lo psicológico algo así como la inutilidad del ser o, en su mejor versión, la vida ociosa bien merecida. Jubilarse, sea cuando sea, es como una rendición, un apearse en medio del trayecto, un ¿y ahora qué? Es la cara dura del jubileo, la triste sensación de que a uno le echan del sistema, sin importar su opinión, su disponibilidad o su momento vital y profesional. Claro que todo va a depender, más allá de lo que diga una norma administrativa, de cómo se ha resuelto personalmente la relación entre el ser y el tiempo.
Dejar de hacer para ser
"Si has construido castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; ahora coloca las bases debajo de ellos" (Henry David Thoreau)
Occidente se ha especializado en la capacidad de transformar el mundo, mientras que en Oriente ha predominado la contemplación, la aceptación de la vida como es. Aunque vamos camino del acercamiento, hay que reconocer que por nuestras lides impera el sentido de la acción, del hacer. Uno es, sobre todo, lo que hace. Bajo este paradigma, la jubilación es una intromisión o un permiso para dejar de hacer. Entonces, si no hacemos, ¿qué somos? ¿Quiénes somos?
La identidad de una persona ha tenido diversos referentes a lo largo de la historia. Antiguamente se relacionaba la identidad con el lugar de nacimiento (Tales de Mileto, Jesús de Nazaret...). Después, según el oficio: el herrero, el mercader, el carpintero. Más tarde se definió por la estirpe patriarcal. Erickson como hijo de Erick. Fernández como hijo de Fernando. Aún hoy, para muchas personas, su identidad está vinculada a la organización social, al papel que desempeñan y a la relevancia de la empresa o institución a la que pertenecen. La jubilación significa quitarles la privilegiada etiqueta. A partir de ahí, ni son ni representan. De ahí deviene la primera crisis: aprender a ser uno mismo, sin lo de fuera.
Una de las mayores expectativas que acarreamos es la de "ser alguien en la vida", lo que significa trabajar duro y alcanzar una buena posición laboral y social. Nos damos cuenta pronto de que una cosa son las actividades que nos gustan y otra trabajar. Queda separada la relación entre actividad y trabajo, siendo la primera una mera distracción para los ratos de ocio. Sólo unos pocos afortunados parecen tocados por la vara vocacional, pudiendo trabajar disfrutando. El resto se pasan el día echando cuentas y planificando a años vista. Se olvidan que el tiempo se vive, no se cuenta.
Somos activos, no trabajadores
"Dadme un punto de apoyo y moveré la Tierra" (Arquímedes)
Si logramos quitarnos la etiqueta de trabajadores, podemos observar al ser humano fundamentalmente como energía, inteligencia y amor. Somos seres activos, creativos y relacionales. Eso es lo que necesitamos para realizarnos en esta vida. Y eso no tiene edad. La jubilación entonces se limita a un cambio en el tipo de actividad, su frecuencia o su organización. Nada más. Seguimos activos, creativos y amantes. Sólo faltaría que eso también lo regulara el Estado.
Para una gran mayoría de personas, la jubilación va a representar un cambio difícil, porque no entienden otra actividad que no sea trabajar. Esa creencia limita la oportunidad a nuevas iniciativas e incluso profundizar en aquellas para las que siempre ha faltado tiempo. A menudo se les dice a los jubilados: "Ahora podrá hacer todo aquello que no pudo hacer en su momento". No es cierto. Cada momento tiene sus intenciones. No es lo mismo estudiar una carrera para ejercerla posteriormente, que estudiarla sólo por el placer de saber. Ahora es ahora. Y ahora cabe recoger lo que se ha cosechado, sabiduría de vida, para vivir en lo aprendido.
La jubilación como proceso
"Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa" (proverbio chino)
La perspectiva de la jubilación demanda tiempo para reflexionar sobre cómo encarar su llegada. No hay nada peor que levantarse un día pensando: no tengo nada que hacer. Todas las experiencias de cambio significan un periodo de crisis, de resituación, y más en este caso en el que cambian factores globales como el dinero, las relaciones familiares y sociales o la vida en el hogar. Será necesaria una etapa de desconexión progresiva de la vida laboral, de vencer resistencias, alternada con afianzar nuevas actividades, horarios, etcétera. Hay que darse la oportunidad de irse jubilando, de llegar al final del proceso habiendo enterrado al "trabajador administrativo", habiendo renacido como ciudadano activo de este mundo. Habiendo decidido qué queremos conservar y qué queremos cambiar.
Entiendo que una de las cosas que peor se llevan es la obligación de cesar. Para todas las personas con una vida intensa, creativa, vocacional, e incluso aquellas cuyo valor añadido es precisamente la edad, su experiencia y sabiduría, no tiene sentido alguno que se les rescinda el contrato con la Seguridad Social. Creo que todos estaríamos de acuerdo en que hay personas que no deberían jubilarse nunca. En cambio, nadie entiende cómo otras no se han jubilado todavía. Debe de ser por eso que alguna pauta común deba existir, a disgusto seguramente de todos.
Decía Serrat que "todos llevamos un viejo encima". Aunque hoy vejez y jubilación han perdido su relación cronológica, el debate actual sobre las jubilaciones es una buena ocasión para redefinirnos: ¿De quién dependemos? ¿Qué sentido tiene el trabajo para nosotros? ¿Qué otras cosas nos mueven en la vida? ¿Qué sentido tiene el tiempo? ¿Lo cuento o lo vivo? ¿Dónde invierto mi energía, mi creatividad y mi amor?
Y la vida sigue
1. Películas:
- El crepúsculo de los dioses (1950), de Billy Wilder.
- Space cowboys (2000), de Clint Eastwood.
- Descubriendo a Forrester (2000), de Gus van Sant.
2. Libros:
- La jubilación. Una oportunidad vital (Herder), de Ricardo Moragas.
- Jubilación. La vida sigue. Reflexiones sobre una tercera edad plena (Planeta), de José María Carrascal.
- El ser y el tiempo (Fondo de Cultura Económica), de Martin Heidegger.
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