Fecha:
16/07/2011
Victoria Ocampo (1890-1979) fue una gran empresaria cultural, notable memorialista y todo un carácter. En la primera de sus facetas hay que recordar la fundación de la revista Sur, cuyo primer número salió en 1931, y que permaneció activa durante cuarenta años. Una empresa que ella mantuvo con su patrimonio.
No fue una publicación más, sino que forma parte de las grandes revistas iberoamericanas que tuvieron como centro un diálogo vivo con la producción literaria en otras lenguas, como Orígenes (Lezama Lima), Plural y Vuelta. Allí colaboraron junto a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y José Bianco (el gran redactor jefe de Sur), Drieu La Rochelle, Eliot, Thomas Mann, Virginia Wolf, Octavio Paz, Julio Cortázar, Miller...
Elegancia inteligente
Unos años después, en 1933, crea la editorial del mismo nombre, que alimentó a toda una generación con lo mejor de las literaturas de lengua inglesa y francesa, sin olvidar la de lengua española (sobre todo, el lado americano). Nacida en una familia rica de la alta burguesía, fue la mayor de cinco hermanas. De ellas, la cuentista Silvina Ocampo, esposa de Bioy Casares, fue sin duda la más destacada como escritora. El puritanismo familiar le impidió dedicarse al teatro, su gran afición; pero encontró en los libros y en los grandes autores de su siglo una verdadera vocación que llenó toda su vida.
Educada en francés e inglés, escribió buena parte de su obra en la lengua de Marcel Proust; incluso los seis volúmenes de memorias editados póstumamente, al parecer los escribió en francés y los tradujo al español, al menos los primeros. Fue la primera mujer de su país en tener carné de conducir, y fundó en 1936, junto con María Rosa Oliver y Susana Larguía, la Unión de Mujeres Argentina.
De gran elegancia, inteligencia y conocimientos, encandiló a más de un escritor notable: Ortega, Rabindranath Tagore, Drieu La Rochelle, Roger Caillois. Se había casado muy joven, y erróneamente. Más tarde volvió a hacerlo, pero su carácter independiente le llevó hacia una vida en la que, no exenta de seducción, predominó la actividad social vinculada a la cultura.
Siempre en casa
Aunque fue amiga de muchas escritoras y notables de su tiempo (Gabriela Mistral, Coco Chanel), sus verdaderas pasiones fueron los hombres, escritores y artistas: Igor Stravinsky, Paul Valéry, André Malraux, Alfred Stieglitz, Jean Cocteau, Rochelle, Roger Caillois, Alexis Lèger.
Gran viajera desde que en 1896 llegara por primera vez con sus padres a Europa. Luego, de 1908 a 1910, residió en París, asistió al estreno de El pájaro de fuego y a algunas conferencias de Henri Bergson, siguió cursos en La Sorbona y, lo más decisivo: se enamoró de esta ciudad para siempre, incluso cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, le pareció que, como buena parte de Europa, ya era Grecia.
También viajó en varias ocasiones a Estados Unidos y residió en Nueva York en 1943, invitada por la Fundación Guggenheim. No tardó en darse cuenta de que la ciudad cultural del mundo ya no era Londres ni París, sino Nueva York. Sylvia Molloy, que dedicó una parte importante de su libro Acto de presencia (también en Fondo de Cultura Económica) a Victoria Ocampo como memorialista, ha realizado en esta ocasión una interesante antología de sus textos relacionados con el viaje, sea porque son productos de él o porque lo tienen como tema.
Hay una confesión que revela la poética de esta escritora y agitadora cultural: "En cuanto no me dirijo a alguien (...) las palabras se me marchitan". Victoria fue una viajera que se sentía en casa en Londres, en París o en Nueva York, así que no hay en ella nada de extrañeza, sino de búsqueda y reconocimiento.
Lente privilegiada
Como afirman Beatriz Sarlo y Molloy, "al narrar un viaje, Ocampo se está narrando, sobre todo, a ella misma". Pero hay que añadir: la personalidad de Ocampo es una lente privilegiada, porque su perspectiva, a veces poco central (o tal vez por ello mismo), es siempre interesante y a veces inusitada. Es una viajera que no solo habla con Paul Valéry, Waldo Frank o Virginia Woolf, sino que ve los árboles, las plantas, los vestidos, y percibe minuciosamente los olores. A diferencia del turista, Ocampo viajaba para quedarse.
En estas páginas uno penetra de la mano de Ocampo en la casa de Chanel en la rue Cambon, ve pasar al joven Jacques Lacan y su inteligencia severa, entramos en el estudio del fotógrafo Stieglitz: An American Place, en Madison Avenue. Sabemos que fue su amigo el novelista Waldo Frank quien le sugirió la creación de Sur, la vemos perder un poco la cabeza ante Mussolini y los desfiles por la Via dell’Impero, aunque la recobra en nota al pie rechazando la guerra ítalo abisinia, en la que el Duce revela su real naturaleza.
Su curiosidad, siempre tan amplia, nos hace visitar hoteles y calles de Londres o de Boston, los parques, los teatros y los cines, los juicios de Nuremberg o a Cocteau perdido, y siempre el mismo, en Nueva York. Un gran viaje.
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