Fecha:
11/02/2015
“Meritorio”, “ambicioso” y “necesario” son los adjetivos que sintetizan este libro, cuarto volumen de la Historia de la música en España e Hispanoamérica del Fondo de Cultura Económica.
Estructurado en seis apartados principales, cada una de las partes que componen este trabajo es la suma de un esfuerzo colaborativo de algunas de las grandes plumas que tiene este país en cuanto a estudio de la música del siglo XVIII, sea dicho esto con permiso del argentino Leonardo Waisman, autor de un último capítulo dedicado a la música en la América española. Cuanto menos podemos decir aquello de “no están todos los que son, aunque sí son todos los que están”, empezando por José Máximo Leza, profesor titular de Musicología de la Universidad de Salamanca, y que no solo actúa como editor sino que, junto a Miguel Ángel Marín, responsable del área musical de la Fundación Juan March de Madrid, participa en prácticamente todos los capítulos del libro, portando ambos el mayor peso de la narración a lo largo de las casi setecientas páginas que componen la obra.
Así, si en un primer capítulo Leza nos habla sobre la música en dos de sus principales ámbitos como son el eclesiástico y la corte, en los siguientes cuatro apartados, estructurados por secuencias temporales, se hace un mayor hincapié en los géneros musicales. Quizá sea el segundo de los apartados el más rico en cuanto a la inclusión de distintos puntos de vista, ya que cuenta con diferentes aportaciones de profesores de diversas universidades. Aquí, la música sacra es abordada por Álvaro Torrente, profesor de la Universidad Complutense, actual director del ICCMU y especialista en el “villancico”; la música para órgano eclesiástico corre a cargo de Miguel Ángel Marín; sobre la cantata será Juan José Carreras, de la Universidad de Zaragoza, quien nos hable para finalizar esta segunda sección con el encuentro de la tradición española e italiana en el escenario teatral a cargo de Leza. En los siguientes tres capítulos serán tanto Leza como Marín quienes mano a mano nos introducen, el primero, en la ópera, la zarzuela y los géneros escénicos, y el segundo en los repertorios instrumentales, donde cobra una especial relevancia la música para teclado y para violín, así como a los géneros vinculados al clasicismo: obertura, sinfonía, concierto, sonata y cuarteto de cuerda.
El último capítulo, dedicado en exclusiva a la música de la América colonial, corre a cargo de Leonardo Waisman, investigador del CONICET, equivalente argentino aproximado a nuestro CSIC. Son casi cien las páginas que ocupa el apartado americano y surge la pregunta inevitable de si la música colonial en este periodo no hubiera dado para un volumen aparte dada la importante movilidad entre continentes, la riqueza y variedad de culturas del continente americano y el consiguiente intercambio estético y musical en este viaje de ida y vuelta. Pero si miramos la amplitud del índice que se nos presenta, cada uno de los epígrafes del contenido podría ser merecedor de una monografía específica y, sin duda, la intención editorial de dar al volumen una visión global e integradora ha debido pesar en la decisión de hacer que la música colonial esté integrada en esta publicación y no en una en exclusiva sin desmerecerla. Afortunadamente, en estos últimos años la musicología en el ámbito hispánico se ha esforzado en dejar atrás modelos arcaicos para darle a la música en Hispanoamérica el reconocimiento que merece; y éste es uno de los méritos de la colección.
¿Con qué se va a encontrar el lector –aficionado, especialista o tan solo curioso– que se adentre en profundidad en este libro? Pese a otros estudios especializados, de lenguaje algo farragoso –no sabemos si por culpa de la traducción o del texto original– el de FCE resulta conciso y claro, con enunciados expresados de manera lógica y, lo que es fundamental, en base a un rigor científico documentalmente justificado. Como ya ocurriera en los anteriores volúmenes de la colección, este trabajo incluye un importante aparato crítico, abundantes tablas, ilustraciones y ejemplos musicales, bibliografías y discografías especializadas al final de cada capítulo, además de un índice onomástico, toponímico y de obras citadas. El papel es de calidad, la tipografía y los sangrados agradablemente legibles. Contenido y continente impecables.
Si José Máximo Leza en las primeras líneas de su introducción se refería a la labor de escribir una historia como “emprender un viaje incierto a un país extraño”, con este libro el viaje pasa a convertirse en certero y el país –la música en el siglo XVIII, en este caso– en una tierra agradablemente cercana.
Fuente: www.sineris.es/el_certero_viaje_al_siglo_xviii_fce.html
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