Fecha:
21/12/2015
Luis Buñuel es un fenómeno a prueba de modas y de aniversarios. El realizador, o autor como a él le gustaba ser tratado, vuelve a protagonizar una novedad editorial que, en la línea de los últimos ensayos aparecidos en los últimos años, ahonda más en el otro Buñuel, en este caso el del personaje más atento a lo que escribían o se decía sobre él, a pesar de que él manifestaba todo lo contrario con el consabido aparente desinterés mostrado hacia críticas y artículos que hablasen de su obra. Javier Herrera, la persona que mejor conoce el Archivo Buñuel que custodia la Filmoteca Española, es el responsable de este nuevo renacimiento editorial del director de Un perro andaluz con la publicación de Luis Buñuel en su archivo. De Los olvidados a Viridiana, editado por Fondo de Cultura Económica.
No es un libro al uso porque lo que nos propone Herrera es un recorrido detallado y extenso por el archivo personal del cineasta, que complementa con las propias opiniones vertidas por Buñuel en libro de referencia como Mi último suspiro, Prohibido asomarse al interior o a las Conversaciones con Buñuel de Max Aub. El resultado es complejo y no apto para quienes no dominan los mundos de Buñuel. Para nada es un ensayo de fácil lectura por su propuesta árida. De hecho cuesta entenderlo como un ensayo, aunque en realidad lo es, puesto que Herrera aborda el ingente material documental del cineasta de Calanda con la meticulosidad de un documentalista, pero procesándolo a la vez que ofrece una excelente herramienta de búsqueda a quienes quieran profundizar más en la materia consultando los documentos que atesora la Filmoteca perteneciente al archivo personal de Buñuel.
Herrera ha ido dando a conocer a lo largo del tiempo muchos de estos materiales a través de artículos y de aportaciones en congresos, y ahora lo que hace es abordar de forma metódica y meticulosa los recortes de prensa que guardaba Buñuel y que hablan sobre su filmografía. La cantidad de artículos, críticas, noticias y reportajes que recopiló indican que al calandino le interesaba no mucho, sino muchísimo, lo que se decía sobre él. Hasta tal punto era así, que los recortes están subrayados y con anotaciones autógrafas hechas por él.
A partir de todo ese voluminoso álbum de vanidades, si es lícito llamarlo así, Herrera ofrece al lector la posibilidad de adentrarse en lo que con tanto esmero guardó Buñuel en torno a lo que se decía de él y de su cine. No se trata de una historia documental como la que hizo Emilio García Riera para el cine mexicano, sino de una recopilación selectiva, analítica y elaborada de esos recortes de prensa y de mucho más, puesto que busca también mostrar la percepción que tenía el realizador de su propia obra pasado el tiempo; motivo por el que recurre también a sus memorias y a las dos largas entrevistas que aparecieron publicadas en formato libro tras su muerte, entre otros documentos en los que el propio Buñuel habla de sus películas.
La etapa que abraca va de Los olvidados a Viridiana, es decir, la mexicana, aunque no en su totalidad. Cuando hizo Los olvidados, Buñuel había realizado ya varias películas en México y después de Viridiana todavía rodaría algún trabajo notable en su país de adopción como El ángel exterminador y la incompleta Simón del desierto, antes de dar un salto definitivo a su segunda etapa francesa. Pero los dos filmes que acotan el libro son los que de alguna manera marcan el renacimiento de Buñuel, en el primer caso, y su consolidación como autor, en el segundo, que, a la vista del interés que mostraba por lo que decía sobre él la prensa, es lo que buscaba. Dos títulos, además, premiados en Cannes, lo que avala la consideración de Buñuel como un cineasta francés.
Es interesante en este sentido hacer referencia a la carta que Luis Buñuel escribió a su guionista Luis Alcoriza desde París, en mayo de 1954, para contarle el proyecto de Cela s’appelle l’aurore. En ella le explica orgulloso que el sindicato de Técnicos, que incluye a los metteurs en scène, le ha aceptado por unanimidad «diciendo que no tenía que pedir permiso pues me consideran indisolublemente unido al cine francés». La carta está recogida en el libro de Herrera, quien ya la ha había dado a conocer en un trabajo anterior, si bien quien ha defendido desde hace tiempo la concepción de Buñuel como un director francés, y reclamado a su vez por Francia, ha sido Román Gubern. Herrera lo que hace ahora es refrendarlo a la par que revela el gran interés que puso el cineasta hacia todo lo que la prensa y los críticos de cine franceses escribían sobre él, en virtud de cómo subraya los recortes de prensa que le llegaban del país galo y las anotaciones que hacía.
En eso reside buena parte del interés de este nuevo y atípico ensayo sobre Buñuel, y que desvela cómo era el cineasta en su fuero interno, tan celoso de saber lo que se decía sobre él, en contra del aparente desinterés que decía que tenía hacia lo que se escribía de su cine, negando que le importara. Herrera demuestra todo lo contrario y abunda, aunque ya lo había hecho Javier Rubio en La otra vida de Luis Buñuel, en ese otro Buñuel desdoblado, más narcisista e interesado en controlar la imagen que se tenía de él y en construir su propio mito.
El trabajo de Herrera va a ayudar a muchos investigadores a poder moverse ahora con mucha más facilidad por el Archivo Buñuel, además de desconfiar de algunas afirmaciones que hizo en Mi último suspiro y en las entrevistas con Max Aub, Tomás Pérez Turrent y José de la Colina, tan interesado en construir de puertas para afuera la imagen que quería dar.
Hay que reconocer el considerable esfuerzo que ha hecho Javier Herrera para construir este ensayo a pesar de que, como él señala, es de orden documental y además restringido exclusivamente a los documentos que conservaba en su archivo el cineasta. Es entonces cuando el autor revela por qué acota la filmografía abordada entre el periodo que va de Los olvidados a Viridiana. Y la explicación no es otra que, según Herrera, el interés que el realizador de Un perro andaluz tenía por que su cine entrase y fuese aceptado en los Estados Unidos, país donde pasó los primeros años de su exilio sumido en una prolongada sequía creativa de la que solo pudo salir en México y gracias al reconocimiento que Francia otorgó a Los olvidados. De ahí que el autor del libro haya incluido dos textos inéditos escritos por Buñuel y publicados en la prensa norteamericana: uno publicado en marzo de 1952 en la revista The Compass, titulado «Los olvidados: Buñuel se vuelve ‘sensato’»; y el otro sobre Viridiana –aparecido anteriormente en una recopilación de Manuel López-Villegas pero con variantes– publicado en el New York Times el 18 de marzo de 1962. Hay que recordar que EEUU se rindió por fin a sus pies una década después con el Oscar de Hollywood que ganó por El discreto encanto de la burguesía.
Libro de lectura árida y críptico para los profanos, es en cambio una magnífica herramienta de trabajo para los estudioso de Buñuel. Profusa y exhaustivamente documentado, es de esperar que puedan ver la luz los otros dos volúmenes que completarían el estudio de Buñuel en su archivo personal, tal como revela Herrera en este ensayo. El aparecido ahora sería el segundo volumen, al que habría que añadir un tercero para el periodo que va de 1962 a 1977, y el primero comprendido entre 1929 y 1936, marcado solo por tres películas pero que fijan ya las constantes de toda su obra posterior, algo en lo que comparte tesis con lo manifestado por Ian Gibson en su biografía parcial sobre Buñuel. Herrera, tanto en este volumen con en los otros dos que vean la luz más adelante si lo consigue, pretende construir una biofilmografía a partir de los documentos del archivo personal del cineasta, algo nunca hecho hasta el momento y que revela por tanto aspectos desconocidos del realizador y su celo por controlar su imagen como artista.
Javier Herrera, Luis Buñuel en su archivo. De Los olvidados a Viridiana, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2015.
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