Fecha:
18/03/2010
A quienes culpan de todos los males de la crisis al Gobierno -y a José Luis Rodríguez Zapatero en particular siguiendo la estrategia de la derecha de ataque ad hóminem que denunciara Gil Calvo- recomiendo la lectura de La gran crisis financiera (Ed. Fondo de Cultura Económica, 2009), de John Bellamy Foster y Fred Magdoff, profesores norteamericanos y pertenecientes a Monthly Review, la revista donde realmente se estudia la economía política por aquellas tierras.
Los autores devuelven al primer plano los trabajos de Paul Sweezy y Paul Baran, quienes en 1966, en su El capital monopolista, explicaban que la enorme productividad de la economía capitalista monopolista, asociada a una política de precios oligopolística, genera un enorme excedente cada vez mayor que supera la absorción de la economía a través de los canales habituales de consumo e inversión. Y constataban que la demanda efectiva seguía siendo ineficiente, aún después del gasto social gubernamental y otras medidas para estimularla. En consecuencia, la economía capitalista se encuentra estancada desde hace cuatro décadas, es decir, en bajo crecimiento y exceso de capacidad, creando empleo/subempleo (la utilización de la capacidad industrial ha descendido en EEUU de 85,5% en 1972 a un 72% en 2005).
Y es que el problema de fondo ya lo señaló Keynes al afirmar que el desarrollo a largo plazo no es inherente a la economía capitalista. Más cercano en el tiempo, el profesor Hyman Minsky es más crudo: "El capitalismo es un sistema defectuoso, cuyo desarrollo, si no se limita, llevará a profundas depresiones periódicas y a la perpetuación de la pobreza" (ante tal panorama, habría que limitarlo, digo yo).
Pero, si esto es así, si el sistema no tira y hay sobreacumulación de capital, ¿qué hacer, cómo movilizarlo, dónde colocar este excedente? El escape del sistema atascado, según Sweezy y Baran, ha sido la fianciariazación de la economía, una especie de keynesianismo financiero donde, paradójicamente, la burbuja de activos estimula la demanda y desplaza el centro de la actividad económica desde la producción real a las finanzas. Y demuestran con cifras cómo en EEUU los beneficios por la actividad financiera se catapultó (pasó en relación al PIB de 100 en 1970 a 3.500 en 2005), al mismo tiempo que los de la economía productiva descendía (el crecimiento real del PIB en EEUU descendió del 5,9 en la década de 1940-1949, gracias al esfuerzo bélico y posbélico, a 2,6 de 2000-20007). Como los autores afirman: "Desde comienzos de 1970, lo beneficios financieros y no financieros tendían a incrementarse al ritmo del PIB... pero en los 90 las finanzas cobran vida propia... Dirigiéndose hacia la estratosfera".
De este modo, se creó un mercado para los excedentes de capital en busca de beneficios -aún cuando el crash bursátil de 1987 (otra burbuja) demostró la falacia del ascenso sin fin del valor de los activos-. Y, claro, buena se lió con las hipotecas a bajos intereses concedidas a personas de baja calificación crediticia sobre viviendas infladas en sus precios! (las llamadas subprime: última burbuja). ¡Y bien que aumentó la deuda de los hogares y de las empresas y de las instituciones financieras! (en 2005, en EEUU la deuda total sobre el PIB era casi 3,5 más, o sea, equivalente a los ¡44 billones de dólares del mundo entero!) ¡Y, consecuentemente, bien que aumentaron los beneficios de los predadores intermediarios vendiéndose y revendiéndose estas hipotecas de alto riesgo, cada vez más alejadas del valor real!... Hasta que estalló la burbuja y vino el "prestamista de última instancia", es decir, el Estado, inyectando liquidez al sistema (¿y para qué, digo yo, si los bancos, atrapados en lo que se conoce por la "trampa de la liquidez", ni prestan ni se prestan, sino que cierran el grifo y acaparan efectivos?).
En fin, alguien ganó y los más perdimos (en EEUU, los sueldos y salarios decrecieron en relación al PIB del 53,5% en 1970 al 46% en 2005). Porque lo que ocurre -y este es el meollo- es que, según Foster y Magdoff, el capital que se genera en el circuito financiero no tiene relación con la economía real, no va a la formación de capital neto en inversión productiva. Es un dinero que genera dinero directamente (D-D´), es decir, pura especulación. Sin embargo, sostienen estos autores, que el sistema necesita las burbujas como los humanos el aire para respirar. Casi se podría decir que respiramos por el aire de las burbujas. Luego, cuando revientan, nos asfixiamos y engrosamos las listas del paro.
Reconocerán conmigo que, extrapolando esta situación a la economía del sistema como un todo, el Gobierno de Rodríguez Zapatero no puede ser culpado por el desaguisado que padecemos. El problema está, pues, en la economía real, no tanto en la financiera, que no es causa sino efecto de aquélla. Y si una burbuja no se crea de la noche a la mañana, tampoco es fácil ponerle el cascabel al gato.
Sean comprensivos, pues.
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