Fecha:
12/10/2014
“Una muestra –quizá no exhaustiva ni única– de la mejor literatura (narrativa breve) mexicana publicada durante la primera mitad del siglo XX…”; una “pléyade de los mejores escritores” (aquí una veintena) configuran, en palabras del antólogo, Jorge F. Hernández, esta antología, Sol, piedra y sombras (Ed. FCE, México, D.F., 2008, reimpresa en 2012), que quiere ser un paisaje literario del país en una más que conflictiva primera mitad del siglo XX, cuando la Revolución Mexicana inicia el nuevo siglo con su fase bélica (1910-1917) para luego asentarse en el poder político y llevar al país azteca a la modernidad.
A los narradores aquí representados, algunos de cuyos nombres apabullan al lector (Rulfo, Fuentes, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Arreola, J.E. Pacheco) les sobran mimbres para retratar literariamente a una nación que parte de asonadas y alzamientos, de caudillos míticos y gobiernos corruptos e inestables para alcanzar un proceso reformista y modernizador que el PRI encabeza durante varias décadas no sin el previo paso de la nación por situaciones de crisis y problemas de inestabilidad política, social, racial y religiosa.
Los escritores aquí presentes se retratan ellos (en lo íntimo, en lo imaginativo) y arrojan luces y sombras sobre un país complejo y difícil, con el problema indígena, la guerra revolucionaria, la confrontación política y social, la carencia de una vertebración de la sociedad y las flagrantes desigualdades de todo tipo. La mayoría de los seleccionados son de presencia inexcusable. Los ejes temáticos que se agrupan en el conjunto tampoco son en exceso discutibles: la pluralidad, la diversidad de motivos o asuntos narrativos nos lleva de los mitos y leyendas indígenas a situaciones de extrema dureza, a diferentes terrenos de lo fantástico, a un abanico de absurdo, ensoñación, pesadilla, fantasmagoría; a situaciones y personajes entre lo inverosímil y lo cotidiano.
Algunas historias no acaban de cuajar o redondearse. Son tentativas instaladas en el fragmentarismo, el misterio, lo insólito. La primera sorpresa es la maravillosa de “Mi vida con la ola” con la Octavio Paz nos seduce. Más adelante, el inquietante, extraordinario “El guardagujas”, de Arreola. Luego, el desgarrador “Diles que no me maten” de Rulfo, y otras historias de aprendizaje, de pasiones y venganzas, de leyendas, de evocadas vivencias: en suma, un florilegio de historias muy distintas, muy desiguales imaginativamente.
A la intensidad final de algunas, a su solidez narrativa se oponen otras más frágiles, mínimas, delicadas. Pero acaso, lo fundamental de todo es el esfuerzo estético, la ambición artística, la tensión del estilo que casi todos manifiestan. Entre el esteticismo refinado y la virulenta cotidianeidad nos movemos con la interesante y plena escritura de Inés Arredondo, el indigenismo de “El diosero”, de Rojas González o la aterradora desmesura criminal de “La fiesta de las balas”, de Martín Luis Guzmán.
El resultado: un panorama literario de rica heterogeneidad que no haría sino agrandarse en la segunda mitad del siglo, lo que hace de las letras mexicanas una literatura de capital importancia en el contexto hispánico, hoy como ayer. Una antología para deleite del lector. Deleite y enseñanza.
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