Fecha:
11/02/2015
Noni Benegas es un nombre bien conocido entre los lectores de poesía en lengua española. Son tres décadas de escritura desde aquel primer libro de 1984, Argonáutica, que prologó José María Valverde. A partir de entonces, se sucederán otros libros como La Balsa de la Medusa, Cartografía ardiente, Las entretelas sedosas, Fragmentos de un diario desconocido, Lugar vertical, Animales sagrados… hasta este El ángel de lo súbito, del que me propongo hablar aquí. Se trata de un libro fundamental, entre otras cuestiones, porque permite volver a leer una obra que no siempre es ya de fácil acceso. Toda labor de reedición es, en este sentido, y para los lectores más jóvenes en especial, decisiva, pues contribuye a la visibilidad de esos textos que con el tiempo acaban conformando una tradición, una genealogía, tan problemática precisamente para las mujeres creadoras, como muchas veces ha subrayado la propia Noni. En este sentido, junto a su labor como poeta debe subrayarse precisamente su activismo a favor de la recuperación de escritores, artistas… que, por un motivo u otro, han permanecido en los márgenes de la cultura. Es obligado recordar, por ejemplo, su trabajo como editora junto a Jesús Munárriz, y autora del estudio preliminar de Ellas tienen la palabra, esa antología de 1997 de poesía escrita por mujeres que abrió todo un horizonte de expectativas en el panorama de la literatura de España en muchos aspectos. Son cuarenta y una las poetas ahí representadas, muchas de ellas referencia ahora mismo de la poesía escrita en español -el número es un homenaje a las también cuarenta y un poetas de la edición de Clara Janés, Las primeras poetisas en lengua castellana de 1986-.
Vayamos ya a El ángel de lo súbito. Primero al libro, luego a los poemas. No estamos, en realidad, ante un libro nuevo -se trata de una antología que recoge poemas anteriores-, pero, en realidad, sí estamos ante un libro nuevo, no sólo porque contenga algún poema inédito o porque, desde cierta perspectiva, toda antología sea ya novedad sino, sobre todo, y creo que esta es una cuestión decisiva aquí, porque la poeta ha decidido, saltándose la convención, re-ordenar los poemas de modo distinto a como aparecieron por vez primera, es decir, ha des-montado la estructura de sus libros para, con los mismos materiales, construir una obra nueva. Este libro, por lo tanto, dice lo mismo y algo distinto a la vez, situándose en ese espacio liminar que es uno de los espacios por los que discurre, también con otros sentidos, la propia escritura de Benegas.
Las implicaciones epistemológicas de este juego son evidentes y afectan de modo notorio a la concepción de la biografía poética en que, en cierto modo, consiste toda antología. Estamos ante la ya vieja pregunta que interroga acerca de cómo se construye una vida, y en este aspecto, El ángel de lo súbito constituye un valioso testimonio a través del cual vuelve a ponerse sobre la mesa la inquietante respuesta que Nietzsche adelantara para toda la modernidad: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son. También las verdades con que buscamos cimentar el relato de una vida y que son las que aquí se han descolocado. Provisionalidad de toda construcción. Otra vez, como tantas veces en la época contemporánea, escribir es darle la vuelta a cierto platonismo. La re-ordenación a que ha sometido aquí la autora a sus poemas anteriores pulveriza toda posibilidad de identidad definitiva, algo que, no obstante, se da también en los propios poemas originales, y de ahí la coherencia del gesto en El ángel de lo súbito.
No hay que hablar aquí, pues, de identidad. Si escribir es un acto de abandono, lo primero que se deja atrás es el sujeto y su obsesión auto legitimadora. Así ha ocurrido siempre en la poesía de Noni Benegas. El sujeto no puede ser ya lugar de representaciones, sí de “interrupciones”, como en el poema dedicado a Luce Irigaray. Por eso los poemas están aquí cruzados siempre por la sospecha: “este dolor, / ¿a quién duele?” o, “hemos llegado hasta aquí, / ¿quién?”. Lo que ha cesado aquí es ese asuntejo de ser, en palabras del narrador de Las olas al final de la novela de Virginia Woolf. Provisionalidad de toda construcción. Lo que ofrece la poeta aquí es una mirada reticular, antes que teleológica, sobre la propia vida, sometida a un ejercicio de re-visión, de re-escritura permanente. Ningún orden es, por tanto, producto inevitable de otro anterior y causa necesaria de uno posterior porque también aquí se hace trizas la vieja idea de causalidad y su lógica implacable. El juego aquí es otro. Se parece al de Alicia.
Unos versos del libro dicen lo siguiente: “No es que escribas siempre lo mismo, / escribes en el mismo lugar otra capa, / más honda, de ese lugar”. La escritura y su lugar. Son dos de los temas esenciales aquí. Es cierto que a partir de ellos se despliegan otros, como la experiencia de las mujeres (“soy la fiebre y la hoja, / la joven ahogada entre las hierbas”, del poema sobre Ofelia), la idea del sacrificio vinculada a la creación (“Georgette abortó ¡cuántos hijos!”), los vínculos con la familia, con la madre, con la infancia (“entendía sus muñones, / su vararse en el camino de los afectos”; “¿qué fue, quiero saber, interrumpido?”), la dificultad de lo político (“la turba que baja por las calles a la plaza del Popolo, / hoy, que nadie sabe / quién ganó las elecciones”), el viaje (“El lugar verdadero tiene algo de abandono, de muy lejos”), el cuerpo (“Así, la mitad del tiempo, / el cuerpo es ajeno”), la casa (“¿Cómo disolver una casa?”), etc… Pero el primer tema de todos es el de la escritura y su lugar, el tema previo por excelencia para todo poeta. Ese lugar no es desde luego ningún territorio identitario sino el de una especie de “extrapatria”, como diría José Ángel Valente, una intemperie que adopta la forma muchas veces del desplazamiento, que no cesa porque no hay aquí estación Termini donde el viaje concluya satisfactoriamente. “Las conclusiones no concluyen”, dice un verso -algo que, en versión nihilista, evocaría esa extraviada permanente que es Monica Vitti en La aventura, película no en vano evocada aquí, en el poema que lleva por título “¿Existe esa realidad?”-.
El ángel de lo súbito no busca resolver nada sino constatar, entre otras cosas, que ya no habitamos un lugar sino el propio movimiento -o la velocidad, como decía Paul Virilio, a quien Noni Benegas introdujo en España en 1988-. Por eso la escritura es aquí, desde la prosa o el verso, desde la forma casi del haiku al endecasílabo del soneto, desde la gravedad meditativa al puro placer de lo lúdico, la escritura es aquí, digo, voluntad de indagar el otro lado de la certeza, de la seguridad, tantear ahí donde casi no se hace pie. “Hago pie / en párrafos inéditos”, dice un verso. Escritura, la de Noni Benegas, de funámbulo, como en el poema “La cuerda”, donde se lee: “Había una cuerda / que llegaba hasta el otro lado / -no importa saber cuál, / solo que tense-”. Sigo citando: “no he visto lo que importa aunque presiento que está en todo aquello que he visto y que, por verlo, precisamente por verlo tal como lo veía, he dejado de ver realmente”. Estas ya no son palabras de Noni Benegas sino de una poeta y pensadora española actual con la que la poesía de Noni Benegas puede dialogar muy bien -lo que no impide, claro está, que dialogue con otras tradiciones, en primer término con la propia tradición poética argentina-. Me refiero a Chantal Maillard, otra escritora “indocumentada” como llama Benito del Pliego a Noni Benegas en el preciso y sugerente prólogo a El ángel de lo súbito.
Ver, por lo tanto, de otro modo, ver más allá de los significados que nos damos para asegurarnos una cierta estabilidad, suspender esos significados y situarnos en lo que otra poeta cercana, Olvido García Valdés, denomina la pausa. Noni Benegas lo escribe así: “Importa el paréntesis -el guión largo / a la manera de Dickinson-”. Es un terreno muy próximo. Pausa, paréntesis, guión…, huecos, brechas por los que colarse, como Alicia, o como Magritte, personaje del poema “El beso”. O como el poema dedicado a Hokusai: “La ola curva / su hueco azul / centellea la espuma. // No cae, espera”. Agujeros que se hacen para erosionar los muros del lenguaje, lo “ontoportable” -rotundo neologismo de Noni Benegas-, ese peso estrafalario de lo conclusivo que cargamos y transportamos a nuestras espaldas. De ahí ese lamento final: “Y sigue eligiendo por temor / a sí mismo, a su delirio, / lo que cree seguro, / lo que recorta, mide, limita”. El delirio es otro modo de decir la escritura, delirare, como en los místicos, ese descarrilamiento del lenguaje por la llegada del ángel en un instante, el ángel de lo súbito, el que adviene en la propia escritura. No antes. No después. Es un ángel, además, que ilumina pero sin desprenderse aún de las sombras de las que proviene. Ángel de la aurora, esa concavidad o apertura en el corazón de la noche aún no ocupada por ninguna luminosidad (racionalidad) aplastante. Noni Benegas cita ahora a Paul Valéry, que hurgaba, afirma, en las horas que preceden al alba. “No me traigas al impuro mediodía blanco”, sigue después, con Pizarnik al fondo. Esa blancura de la geometría, paradójicamente impura. “Equilibrio innecesario”, el de la geometría.
En resumen, la poeta nos advierte aquí, en primer término, sobre la escritura, ese juego con las palabras que nos construye provisional, precariamente. Hasta la próxima. “Ese vaivén del alma es porque añora / el recuerdo de algo que ella ignora”, escribe en unos versos, esa nostalgia que, como afirmaría Clarice Lispector, no es sino nostalgia de nosotros mismos, que no acabamos de ser plenamente. Algo que ya Rilke adelantó cuando escribió aquello que después reproduciría Paul Virilio en Estética de la desaparición, y que Benegas tradujo del siguiente modo: “Lo que llega posee tal adelanto sobre lo que pensamos, sobre nuestras intenciones, que jamás podemos alcanzarlo, ni jamás conocer su verdadera apariencia”. Eso que llega es tal vez el ángel de lo súbito. Y ahí está con probabilidad el reto de la poesía, o de toda forma de creación: dar expresión a eso (subrayo lo neutro de la palabra) que, a veces, llega, en la fuga permanente de la vida contemporánea, y que ya no tiene exactamente además, esto es importante, una dimensión salvadora. Quizás por ello una fina ironía cruza también estos versos. Quizás también por ello el último poema del libro, un inmenso y estremecedor interrogante desde el corazón de la escritura. Al lector le toca sacar sus propias conclusiones.
Hay que celebrar, sin duda, la llegada de este nuevo El ángel de lo súbito, una invitación a una modalidad de pensamiento en que no se insiste lo suficiente: la que piensa el propio pensamiento, es decir, el lenguaje, es decir, nuestra relación con la realidad. Definitivamente, nada está escrito antes y nada estará escrito después. La escritura, como el camino, solo se hace escribiéndose y, muchas veces, re-escribiéndose. No se trata ya de la verdad sino del sentido, o mejor, de su construcción. Militancia poética de una autora que ha echado la vista atrás, pero no para repetir mecánicamente el gesto sino para volver a pensarlo.
Fuente: www.cpoesiajosehierro.org/web/uploads/pdf/ba101efef8b46d1452c97f77d89a9545.pdf
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