Fecha:
13/07/2015
Dworkin, R. (2014). Justicia para erizos. Traducción de Horacio Pons. México:
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 592 páginas.
Este es uno de los últimos trabajos de Dworkin y, desde luego, su volumen más exhaustivo, tanto por su extensión como por la cantidad de asuntos tratados. Su título es igualmente muy acertado, porque expresa perfectamente su contenido. El erizo, frente al zorro, que es experto en múltiples estrategias de caza, sólo sabe una cosa, pero grande. En efecto, aquí se defiende “la unidad del valor” (página 15). Los valores se respaldan entre sí y dependen unos de otros. Dworkin dice en la primera línea que no quiere hablar de otros, sino que su libro “pretende ser una argumentación autónoma” (página 11). Y así es, como iremos viendo. Por otra parte, su publicación en español constituye un acontecimiento editorial, cuyo mérito es de F. C. E.
De las muchas obras de Dworkin de las que ya se han traducido al español una decena a partir del año 1984 hasta hoy, se puede recomponer con precisión el pensamiento de este filósofo del Derecho norteamericano, que ha muerto en Londres en 2013. Dworkin se presenta como un erizo que defiende “una concepción integrada” (página 447). Por eso considera impopular su teoría actualmente: “el zorro lleva la voz cantante en la filosofía académica y literaria... Los erizos parecen ingenuos charlatanes, y quizás incluso peligrosos” (página 15).
El erizo Dworkin no encajaba siendo un abogado de Wall Street, que así es como empezó. Tenía aspiraciones mucho más teóricas, relacionadas con el pensamiento, la argumentación y los problemas filosóficos generales: el valor, la verdad, el escepticismo moral, la interpretación, el libre albedrío, la teoría moral, el vivir, el bien, el derecho, la justicia. Se trata de un filósofo del Derecho, que se ha atrevido a cuestionar la concepción de la justicia de Rawls y ha destruido el relativismo filosófico-moral de I. Berlin. Propone un sistema unitario que sólo amenaza el escepticismo, sea cual sea su forma.
Su sistema axiológico incluye la justicia, la libertad, la igualdad, la democracia, la moral, el derecho como rama de la moral, las verdades objetivas, la responsabilidad, la ética, la política, la dignidad y el autorrespeto, entre otros. Concibe la moral en el sentido platónicoaristotélico, no como autosacrificio y abnegación, sino como la que enseña a vivir bien y ser felices uno mismo e, igualmente, los demás, ya que moral y ética están interconectadas.
El trabajo tiene una introducción, en la que presenta los principales conceptos de la teoría, como justicia, interpretación, verdad y valor, responsabilidad, ética, moral y política. Siguen cinco partes para desarrollarlos. Acaba con un prólogo.
La primera parte lleva por título ‘independencia’. ¿Por qué? En la actualidad el valor tiene un marchamo de subjetividad: yo tengo mis valores y tú los tuyos, ambos son respetables, tanto tus teorías como las mías, lo que lleva al relativismo y al escepticismo: la moral no es objetiva. A esto se enfrenta Dworkin, oponiendo la objetividad y la independencia de la ética. Según el principio de Hume, que de un “es” no puede pasarse a un “debe ser” y esto fundamenta su psicologismo, precisamente, porque reduce la crítica a psicología, cuando razonamiento ético es irreductible a ninguna otra cosa. Ningún referente exterior puede legitimar la ética. Así refuta “el escepticismo externo” (página 60). La ética carece de causas: “¿Cuál es la causa de que usted tenga las opiniones que tiene sobre lo correcto y lo incorrecto?” (página 94).
Tampoco sirve el escepticismo interno, que es una “forma desesperanzada de escepticismo” (página 117) y puede acabar negándonos todo, con lo que es ya una posición moral.
La segunda parte está dedicada a la interpretación. Compartimos algunos conceptos, que nos permiten interpretar prácticas y experiencias sociales y “deben integrarse unos con otros” (página 22), pero interpretamos de acuerdo con valores objetivos.
Tenemos convicciones que heredamos, como la equidad, la valentía, los deberes, el cumplimiento de lo prometido. Posteriormente añadimos conceptos o convicciones políticas: ley, libertad, democracia. Entonces, ¿cuándo somos moralmente responsables? Dworkin sostiene que lo somos “en la medida en que nuestras diversas interpretaciones concretas alcanzan una integridad global, de manera que cada una respaldan las demás con una red de valor a la que prestamos una adhesión auténtica” (página 132). Nuestras convicciones respaldan valores y la verdad moral está a nuestro alcance. Aunque haya desacuerdos y conflictos, esto no justifica el relativismo, ni el escepticismo. Platón y Aristóteles son un ejemplo de construcción de teorías sobre virtudes y vicios. La moral no implica ningún sacrificio, puesto que es autoafirmativa, es la búsqueda de la felicidad personal, viviendo una vida buena y fomentando las virtudes desde la política.
En las partes tercera, cuarta y quinta trata Dworkin de la ética, la moral y la política.
Comienza aclarando que él emplea estos términos de modo particular, ya que entiende por moral “el modo cómo debemos tratar a los otros” (página 239) y por ética “el modo cómo debemos vivir nosotros mismos” (página 239). Preguntemos, pues, como deberíamos vivir. La respuesta es que dando “algo de valor” (página 29) a nuestra propia vida y esta es nuestra responsabilidad objetiva, que incluye autorrespeto y dignidad como “condiciones indispensables del vivir bien” (página 30).
Paralelamente, hay que preguntarse también por qué tenemos que ser morales. La respuesta de Dworkin es que “no podemos respetar adecuadamente nuestra humanidad a menos que respetemos la humanidad en otros” (página 31). El valor de nuestra vida buena y la de los otros requiere un lugar y unas instituciones en las que desarrollarse. Este ámbito no es otro que el de la política, que tienen la obligación de elaborar una teoría de la justicia. Todo esto tiene que ir en interdependencia, ha de haber prolongación entre ética moral y política. Es válido el principio de Kant: “si el valor que uno encuentra en su vida ha de ser verdaderamente objetivo, tiene que ser el valor mismo de la humanidad” (página 327).
¿Y qué hacemos con él Derecho? De momento hay que relacionarlo, igualmente, con la moral. En su reflexión filosófica sobre el Derecho Dworkin rechaza la concepción utilitarista y positivista del mismo, sólo puede justificarse desde principios morales. Dudo que los juristas puedan aceptar esta tesis. Él se declara iusnaturalista (el ser humano posee derechos básicos e inalienables), los jueces no crean el derecho, sus fundamentos se insertan mucho más hondamente. No se trata de normas (positivismo), sino que se necesitan principios morales. Esto, en lugar de limitar, enriquece y expande el derecho. Así pueda resolverse los conflictos entre normas en los que se debaten muchas veces los juristas por no pasar a la perspectiva ideológica y axiológica de los principios. Esto implica, igualmente, la insuficiencia del Derecho, con lo que polemizarán, y mucho, los profesionales del esta disciplina.
Otra cuestión es la oposición entre libertad e igualdad. Cada vez hay más personas que presumen de liberalismo, pero se habla mucho menos de igualdad. En el liberal Dworkin, en cambio, la igualdad es el valor primario: todos tienen derecho a ser tratados con respeto y consideración iguales y no se puede caer en injusticias en una defensa cerrada de la libertad. El liberalismo de Dworkin es de carácter ético y no político. Ahora bien, imponer la ética podría chocar con el pluralismo. También hay que concebir el derecho como teoría integral, siendo erizos con una visión de la realidad coherente y globalizadora en armonía y coherencia y no zorros con una perspectiva múltiple y dispersa. No se puede actuar de manera convencional y discrecionalmente, ni siquiera procurando las mejores consecuencias para una comunidad política, sino de forma racional y correctamente de acuerdo con el sistema y los principios.
Las personas deben ser iguales en los recursos que les permitan construir su propia vida. A tanto llega Dworkin en esto que acaba rechazando “imponer un juicio ético colectivo”, por ejemplo, en el tema del aborto, que puede traicionar la dignidad de la mujer y despreciar una vida. Ahora bien, su juicio ético sería diferente “cuando las perspectivas de una adolescente de tener una vida decente se derrumbarían si terminara siendo una madre soltera” (página 459). El principio general aquí es que las mujeres asumirán su “responsabilidad por sus propias convicciones éticas” (página 459). La libertad es condición de la igualdad y no puede competir con ella, sino que deben integrarse. Ninguna vida puede echarse a perder jamás.
La última parte, la quinta, estudia la política. Interesa subrayar algunas observaciones. Por ejemplo, en el tema de las religiones. Dworkin cree que “no podemos... tratar a ningún dios como la fuente de la parte más fundamental de nuestra moral política” (página 419). En esta cuestión tan sensible lo fundamental es lo que nos une y no lo que nos separa. ¿Y que nos une? “Todos –musulmanes, judíos o católicos, ateos o fanáticos– enfrentamos el mismo desafío ineludible de vivir una vida, hacer frente a la muerte y redimir la dignidad” (página 440). Esto es lo verdaderamente importante.
En cuanto a la democracia no es partidario de la mera democracia formal como sistema de mayorías, sino de la comunal por la que el colectivo ‘pueblo’ gobierne, siendo una verdadera comunidad con derechos fundamentales asegurados, que les permita vivir una vida buena con base ética. “Una persona vive bien cuando percibe y procura una vida buena para sí misma, y lo hace con dignidad: con respeto por la importancia de la vida de otras personas y por la responsabilidad ética de estas, así como por la suya propia” (página 508). ¿Se puede vivir sin tener una vida buena? Desde luego. Enfermedad, pobreza, injusticias muerte no impedirán vivir bien, si se cumplen las condiciones dichas. Sólo hay una forma de vivir mal: no tratando “con el empeño suficiente de hacer de su vida una vida buena” (página 508). Pero lo de una vida buena no es tan solemne como nos lo suelen pintar, proclama el realista Dworkin: “La mayoría de las vidas buenas lo son en virtud de efectos mucho más transitorios: la habilidad en alguna artesanía exigente, formar una familia o hacer mejor la vida de otras personas” (página 509). Simplemente esto, pero lo que no puede fallar nunca es la dignidad para no echar a perder la vida que es siempre valiosa. Esta es nuestra responsabilidad.
En definitiva, estamos ante una de las mayores y más sólidas aportaciones norteamericanas a la filosofía jurídicopolítica actual, capaz de producir un intenso debate. Es un planteamiento muy crítico de la acción jurídica y el positivismo jurídico, mayoritariamente practicado. ¿Es posible organizar un planteamiento integrado de los temas del derecho, de la justicia y de la ética en la actualidad? ¿Es mejor justificar el liberalismo desde bases políticas, como hace Rawls, o con la justificación ética, propuesta por Dworkin? En todo caso, trabajar en estas líneas de investigación tiene mucho futuro, en mi opinión.
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