Fecha:
04/10/2016
Cuando se muere la carne
el alma busca su sitio
adentro de una amapola
o dentro de un pajarito.
(Violeta Parra)
Cada cierto tiempo me descubro, en un gesto reiterativo y un poco inconsciente, hojeando una y otra vez las páginas de Es así. Digo hojeando, y no leyendo, porque eso es precisamente lo que hago, pasar y pasar las hojas, mirarlas y tocarlas, a veces en orden y otras no, a veces leyendo fragmentos y otras no, pero siempre con el gesto contemplativo del que espera que algo se revele. Y es que para mí este libro es un enigma. Trata sobre la vida y la muerte, sobre los ciclos y la naturaleza, pero es mucho más que eso, no se trata de lo que trata, tampoco de lo que ilustra, su sentido está en eso pero va mucho más allá. ¿Cómo explicar la sensación de infinito que me produce este libro? Me recuerda esas líneas que nos hacían dibujar en geometría —“rectas imperfectas” las llamaba yo—, para explicar que no todas las líneas que no se juntaban eran paralelas, pues, por más que no las viéramos tocarse, podían hacerlo en un momento si las proyectábamos hacia un punto misterioso ubicado fuera del cuaderno. ¿Pero qué hago hablando de geometría? Ya me estoy viendo con el lápiz suspendido en el aire y la mirada fija en el techo, imaginando el pedacito del universo donde quedaba el misterioso punto en que adquirían la mágica capacidad de juntarse las dichosas rectas imperfectas. En fin, volvamos a lo que nos convoca: la extraña naturaleza de este libro llamado Es así.
¿Pero qué tiene de raro? ¿Por qué hablar de su extraña naturaleza? Porque nos produce simultáneamente enamoramiento y extrañeza. Nos enamoramos porque es un libro hermoso, pero también porque tenemos la sensación de reconocerlo o conocerlo desde siempre. Nos produce extrañeza, lo observamos con el entrecejo fruncido girándolo de un lado a otro, retrocediendo las páginas para volver a empezar, porque si bien lo reconocemos, nos desconcierta, no sabemos cómo “usarlo”, no logramos clasificarlo ni inscribirlo en un género, una época, una corriente. Su extraña naturaleza nos enamora como niños y nos desconcierta como adultos.
José Rosero, en Las cinco relaciones dialógicas entre el texto y la imagen dentro del álbum ilustrado, plantea cinco relaciones dialógicas que pueden darse entre texto e imagen en un libro (vasallaje, clarificación, simbiosis, ficción y taxonomía), a partir de lo cual propone una especie de metodología para reconocer un álbum. Si aplicamos esas relaciones notaremos rápidamente que parecen funcionar a la perfección para la mayor parte de los álbumes y libros ilustrados que conocemos, pero que al tratar de aplicarlas a Es así parecen rígidas y forzosas. Lo que propondré aquí es que, si no coincide plenamente con ninguna de ellas —a pesar de la aparente cercanía con la clarificación—, es porque son criterios de análisis pensados especialmente para la narrativa y Es así —creo yo— es álbum poético.
No me cabe duda de que aquí se establece una relación simbiótica, pero la relación dialógica de sentido que trabajan en conjunto la palabra y la imagen en la simbiosis, tal como es presentada por Rosero, parece ser una relación que se completa en un plano intratextual. Son registros inseparables porque aportan distintos niveles de información, porque se contradicen para formar una ironía, porque funcionan como distintos tipos de narradores en una misma obra, etc. En definitiva, porque separándolos la obra se desmorona, pero, ¿podría ser que se complementaran —más que completaran— fuera de sí mismos, como las “rectas imperfectas”? Es decir, ¿podríamos entender que esta relación se da en plenitud también en casos donde ambos registros tienen una coherencia interna autónoma y se sostienen por separado, pero se necesitan mutuamente, en un plano extratextual, para configurar el sentido final de la obra?
Creo que en Es así, la palabra y la imagen se complementan fuera de sí mismas, no se necesitan la una a la otra porque sean incompletas, sino que dialogan de una forma similar a aquella en que lo hacen la letra y la música en las canciones populares o folclóricas, o de una forma similar a aquella en que lo hacen los versos y la imagen en la lira popular. La imagen aquí no completa el sentido de las palabras, sino que las inscribe en una determinada tradición, les da la tonalidad, la textura, la atmósfera.
Tal como en la canción popular una buena parte de la información está en la música, en los instrumentos con que se toca, en la entonación, en el dramatismo o la alegría con que se canta, en cuánto se estiran o se acortan ciertas frases, en los guiños con que inscribe o coquetea con unas tradiciones musicales y no otras, etc., aquí el color, las formas, la composición de cada doble página, la técnica de cada ilustración, la misma fluctuación de la técnica, etc., son los elementos que determinan el sentido final de Es así, su tono melancólico, por ejemplo —que no es tan obvio si tratamos de leer solo los versos—, o su ritmo, que emula el sonido de un río fluyendo.
Así, con lo que parece ser un montaje o una superposición de planos entre tela, arpillera, papel, lápiz y óleo, Paloma Valdivia va ilustrando estos versos, pero también entramando elementos y referencias evocadoras que crean un ritmo y una atmósfera inconfundible. Hoy su técnica nos parece canónica y no nos produce ningún distanciamiento, pues se instaló con fuerza como uno de los referentes de la ilustración nacional, pero si retrocedemos unos pocos años en el panorama, veremos que fue sumamente innovadora su decisión de ilustrar libros para niños con imágenes de contornos poco definidos, trazos incompletos, texturas más que colores planos, superficies desgastadas, etc., imágenes difíciles de leer y más evocadoras que referenciales, imágenes que inscriben la obra en un registro folclórico de tradición popular latinoamericana, a la vez que construyen un flujo expresivo que a lo largo del libro permite al lector dejarse llevar amablemente por una especie de música de fondo o completar el sentido del texto con las imágenes, pero más con lo dicho entre líneas y lo no dicho, que con lo ahí expresado.
Por último, una cosa que me parece interesante es que Paloma Valdivia cuenta que la idea de este libro surge tres años antes de su edición, es decir el 2007, mismo año en que se publica La niña Violeta. ¿Será casualidad entonces que Paloma, que escuchaba las canciones de Violeta Parra en su infancia y disfrutaba especialmente con el Rin del angelito, después de terminar ese libro emprenda un proyecto que tanto tiene en común con los recursos expresivos que pueblan la obra de Violeta Parra?
Es así, en un plano temático y lingüístico, trata la vida y la muerte en términos naturales, usa versos breves y juegos métricos y, en general, tiene una forma de expresión muy cercana a la canción popular campesina; mientras que en un plano visual usa una mixtura de técnicas, que tanto en su materialidad como en sus referentes visuales evoca un universo gráfico popular que la propia Violeta Parra puso en circulación en un ámbito cultural hasta entonces más clásico.
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