Fecha:
21/12/2016
Fugitivos. Antología de la poesía española contemporánea
Selección y prólogo de Jesús Aguado
Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2016
322 páginas. 20 euros
La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-2015)
Vicente Luis Mora (ed.)
Vaso Roto. Madrid, 2016
560 páginas. 22 euros
Limados. La ruptura textual en la última poesía española
Prólogo y edición de Óscar de la Torre
Epílogo de César Nicolás y Marco Antonio Núñez
Amargord. Madrid, 2016
475 páginas. 20 euros
I. De acuerdo con los estudios llevados a cabo por José Francisco Ruiz Casanova sobre la poesía en lengua española del siglo XX, aplicables sin demasiados esfuerzos ni desviaciones a la del siglo XXI, en España no hay apenas estudios críticos ni comparativos, y sólo algunos acercamientos a un verdadero relato histórico de lo que sería el género poético, y en consecuencia, no se estudian apenas las antologías, ni las traducciones poéticas, ni se analizan sus variantes formales, textuales o conceptuales, ni por supuesto, aunque sólo sea de pasada, sus implicaciones o relaciones sociológicas. Esa falta viene marcada, además, por la impresión creciente y la sensación perceptible de que la poesía, desde hace tiempo, es un modo de expresión cada vez más en los márgenes, muy a pesar de su pródiga abundancia, diversidad y multiplicidad, de una variedad ante la que el lector y el crítico se ven a sí mismos casi como zahoríes en busca del fruto preciso entre tanta frutería, incapaz de dar abasto, desde un punto de vista mínimamente crítico y no digamos ya histórico, cuando se pretende mostrar y dar cuenta de todas las manifestaciones y públicas exhibiciones de la escritura poética. Frente a la escasez de análisis críticos de las obras individuales, no ha dejado de crecer, desde hace ya ni se sabe las décadas, el furor antológico en el ámbito español. Será porque ante la menguante capacidad de los productos poéticos de hacerse ver y sobresalir, y no digamos de alcanzar a vender un ejemplar más de un libro, se hace necesario, casi imprescindible, conseguir la visibilidad de una antología y llegar así a un público más amplio dentro del cada vez más escaso público de la poesía. No nos resistimos a transcribir las palabras precisas de Ruiz Casanova cuando en su libro Sombras escritas que perduran: Poesía (en lengua) española del siglo XX (Cátedra, 2016), y al aclarar conceptos sobre esa necesaria historia crítica de la poesía, pone meridianamente de manifiesto que
Si difícil resulta comprender los signos del presente, o ponernos de acuerdo en la lectura que debe hacerse del pasado, anticipar la historia de lo que tiene que llegar parece territorio exclusivo de la videncia. Aun así, la crítica literaria y los estudios filológicos tienen que asumir el riesgo del error y señalar -armados de razones estéticas- qué voces nuevas pueden llegar a integrarse en el canon literario. En el género poético, ante la proliferación de títulos y colecciones, la dificultad para leer a algunos poetas y los mínimos índices de lectura que el verso sufre en España, las antologías de «poesía última» son -sin dudarlo- no sólo credenciales de presentación para quienes deseen ubicarse en las producciones líricas recientes sino, también, el indicador por el que los poetas evalúan a veces, en su presente, su posteridad.
La apreciación valorativa y la evaluación poética vienen dadas no por lectores, críticos o académicos futuros, más o menos lejanos en el tiempo y con cierta perspectiva, sino que llegan determinadas y aparecen establecidas por nosotros mismos, por los lectores, críticos o especialistas de este mismo momento, o como dice de nuevo Ruiz Casanova, a quienes les corresponde esa tarea y estimación calificativa es “a sus mismos contemporáneos, cuando no a los propios protagonistas, erigidos, coloquialmente dicho, en juez y parte”. De aquí viene también esa premura y “urgencia antológica” que ha caracterizado el desarrollo de la poesía en el siglo pasado y también, puesto que las cosas no parecen cambiar en este sentido, en los pocos años que han transcurrido de este en el que estamos. Es por eso que esa deseable historia crítica de la poesía española que Ruiz Casanova reivindica, y a la que nos sumamos convencidos, debe albergar en su seno una historia de las antologías poéticas que debería conjugar, en sus propias palabras, diversos aspectos:
En primer lugar se trata de un estudio descriptivo, bibliográfico, que, tratado desde una perspectiva historiográfica, da cuenta tanto del libro en sí (la selección de autores, de poemas) como de la poética del antólogo y los factores histórico-culturales en que se inscribe el libro (esto es, tanto el significado que tiene su aparición en el momento en que lo hace como la relación de la antología con su presente literario y, en concreto, con el presente de la poesía). Por otra parte, el estudio historiográfico (…) puede y debe tener elementos de la modalidad del estudio comparativo, aplicables al libro en sí mismo y a la relación de la antología con otros ejemplos de su tipología o con modelos arquetípicos, y, también, elementos de los estudios de recepción (…).
Todas estas ideas del profesor y crítico barcelonés están expuestas, además de en el libro ya citado, en el titulado Anthologos: Poética de la antología poética (Cátedra, 2007), ambos esenciales para comprender en profundidad todas estas cuestiones relativas a la historia de la poesía propiamente dicha y a la de las antologías poéticas en concreto, tanto desde el punto de vista histórico como desde el teórico. Estos estudios dejan claro que al igual que un libro de poesía tiene, o debería tener, una unidad integral y completa de sentido, y no ser una mera suma de poemas, del mismo modo una antología, con sus rasgos formales y literarios, debe tener esa capacidad de unidad integral y propia, pues como dice explícitamente Ruiz Casanova, “el resultado final” de toda antología “debe ser un conjunto que pueda ser leído como libro, donde la representatividad se da en todas sus modalidades, escalas y grados”. También toda antología, especialmente en la modernidad, adquiere un carácter político-literario determinante, y es una de sus razones de ser, pues “desde muchos puntos de vista, la antología es un modelo político: obra producto de una negociación, de un pacto entre el tiempo de escritura, el tiempo de lectura y el tiempo de relectura, y una posición estética e historiográfica que el antólogo pretende mostrar y defender en la unidad del libro”. Al fin y al cabo, son propuestas con voluntad canónica, en tanto en cuanto nacen con voluntad de, al menos, asediar y modificar el canon, y no de establecerlo declaradamente, o quizás sí. Por tanto toda antología tiene una poética que, fruto de un tejido y un trabajo creativo, acaba dando como resultado una escritura.
Más allá de las presencias y ausencias, que es el origen de las quejas y los pleitos, trataremos de ver en las tres antologías aquí reseñadas, cómo cada una de ellas cumple o da cuenta de esas características esenciales que hacen posible establecer una poética del género antológico, a saber: la selección de autores y de poemas; la poética del antólogo; los factores histórico-culturales en que se inscribe el libro y la relación de cada antología con su presente literario y, en concreto, con el presente de la poesía. Saber si su resultado final hace posible considerar a cada una de estas tres antologías como una unidad integral y completa de sentido, y que por tanto, puedan ser leídas como libros.
II. Los 22 autores incluidos por Jesús Aguado en Fugitivos. Antología de la poesía española contemporánea son: José Ángel Cilleruelo, Pilar González España, Juan Vicente Piqueras, Carlos Marzal, Aurora Luque, Vicente Valero, Eduardo Moga, Vicente Gallego, Isabel Bono, Juan Antonio González Iglesias, Ada Salas, Álvaro García, Francisco Alba, Agustín Fernández Mallo, Enrique Falcón, Vicente Luis Mora, Julieta Valero, Pablo García Casado, José Luis Rey, Miriam Reyes, Josep María Rodríguez y Elena Medel. El prólogo que la antecede es breve, de una página y media, un espacio escaso en comparación con la amplitud y pormenorización crítica e histórica de las otras antologías y muestras aquí reseñadas, y nada objetable por sí mismo, pero el lector hubiera preferido, al menos el que esto escribe, algo más de precisión a acerca de la(s) idea(s) y criterios poéticos que mueven al antólogo. No obstante hay más de lo que parece en esa escueta y previa introducción a la evidencia de los poemas, y a pesar de que proclame, literalmente, que “No hay teorías detrás de este libro. No hay presupuestos académicos de ninguna clase. No hay favores o animadversiones gratuitas”. Una de sus limitaciones es la fecha de nacimiento, entre 1960 y 1980, de los poetas incluidos, con la excepción de Elena Medel, nacida con posterioridad pero que empezó a publicar antes incluso que muchos de sus compañeros de antología. Otra limitación es la extensión máxima de la antología, por lo que otros posibles autores y poemas no están aquí, y por lo que el antólogo pide disculpas, pero donde no caben más es imposible, y difícil sería que el responsable de las inclusiones, y aunque no quiera, no lo sea también de las exclusiones.
Por tanto esta selección “es una propuesta personal” de quien se responsabiliza de ella, después de lecturas y relecturas. Sin distinciones a priori, la considera “una invitación a leer” fuera de todas esas “instituciones carcelarias” contrarias a la poesía: “la Literatura, el Dinero, el Poder, la Historia, el Sentido, la Universidad”. Así en general, todos de acuerdo, pero qué Literatura (sin entrar en detalles) y qué Historia (inexistente en poesía si volvemos más arriba y/o dictada por esas mismas instancias que se quieren fuera), qué Poder (el de la poesía por sí misma se muestra irrisorio, otra cosa es el poder, digamos, adyacente), qué Universidad (aquí casi, tal y como está la educación, la secundaria y la universitaria, poco que objetar); y sobre todo, qué Sentido, pues el diccionario de la RAE ofrece hasta 12 acepciones posibles del término sin contar añadidos calificativos y nominales. Quizás esta ausencia de explicaciones detalladas sea consecuencia del deseo de esta antología de no embarcarse en batallas que sólo dejan víctimas en su camino, de no entrar en ese juego, si bien sabe que aunque no quiera le harán partícipe de la danza (para muestra lo dicho aquí). La razón dada, ya lo decíamos más arriba, tiene mucha miga, “porque hay quien ya no recuerda que la poesía es un camino hacia el conocimiento, una manera de hacer honda y necesaria la experiencia (la de uno y la del mundo que habita) y un instrumento para moldear el alma sin desgajarla de su cuerpo (…). La poesía es un arte de fugitivos, el arte por antonomasia de la fuga”. Esta es, pues, su poética: la poesía como conocimiento, como ahondamiento en la experiencia propia y colectiva, un modo de poner en relación lo espiritual (el alma) y la realidad material (el cuerpo), y en resumen, un punto de fuga, y ya sabemos que existen tantos puntos de fuga como direcciones en el espacio, tantos como poemas “que le pueden servir a uno para vivir en algunos de los afueras todavía posibles”.
Fugitivos es una antología que, aun partiendo de una propuesta personal y por tanto subjetiva, no quiere proponer un orden poético concreto, sino mostrar esas (algunas) líneas de fuga de la poesía en español. Es entonces una recopilación múltiple, plural y ecléctica de autores y de poemas, en tanto en cuanto caben distintas y diferentes poéticas, algunas muy disímiles e incluso poco compatibles, y por tanto, esas líneas de fuga lo son en su origen, pero no en su punto convergencia, pues los puntos de partida y de llegadas de muchos de los poetas son divergentes en grados diferentes, y sólo intercambiables en muy contados casos. Una poética antológica similar a la poética de su compilador, esa que necesita que la poesía sirva para desactivar los sistemas represivos de la realidad. Siguiendo la original idea de Vicente Luis Mora para dar título a la suya, esta selección de Jesús Agudo sería el resultado de una cuarta persona del plural “inclusiva”, abierta al posible diálogo entre autores, poemas y lectores. El suyo es, como en un verso de Miriam Reyes, “un paisaje que cambia con el viento”, según del lado del que ese viento venga.
III. Los autores incluidos por Vicente Luis Mora en La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-1990) son: Rikardo Arregui, José Ángel Cilleruelo, Jesús Aguado, Esperanza López Parada, Eduardo Moga, Jorge Riechmann, Vicente Valero, Diego Doncel, Álvaro García, Eduardo García, Ada Salas, Jordi Doce, Agustín Fernández Mallo, Antonio Méndez Rubio, Melcion Mateu, Mariano Peyrou, Julieta Valero, Pablo García Casado, José Luis Rey, María Do Cebreiro, Sandra Santana y Juan Andrés García Román. Coincide con Fugitivos en las fechas de nacimiento de los seleccionados y en el número de los mismos, y en que también tiene una excepción, la del vasco Ricardo Arregui, nacido con anterioridad al resto de poetas.
Mora reconoce que el “punto más débil” de su antología es la representación plurinacional. Más allá de que el término o el calificativo “español” tenga un sentido administrativo y burocrático, y de que esta quiera serlo de “poesía española” y no sólo en “lengua española”, es decir, se incluyen la escrita en catalán, gallego y euskera, cada una con un único representante, y aunque si están aquí es porque cuadran dentro de los criterios de “excelencia” esgrimidos para la selección, parece escasa esa única escritura por lengua, a no ser que estén para cubrir la cuota y abrir el foco, apertura esta, con todo, de agradecer. La cuestión no está sólo en la pertenencia a un “entorno cultural próximo” o a una “cultura nacional”, por más que lo de nacional se entienda según cómo y según desde dónde, y de que haya un proceso de “endoculturación” en una realidad “pangeica”, pues las interconexiones son evidentes e innegables, la cuestión está, decíamos, en que es una poesía escrita en otra lengua, y a la que hay que traducir. Quizás sea porque mi mente alberga un razonamiento de bibliotecario, por lo que pido disculpas anticipadas, pero cada lengua tiene su literatura, por más que esa otra literatura sea la vecina de al lado y forme parte, de momento, de una misma organización territorial y/o política, entendiendo esto como se quiera entender. La literatura escrita en valenciano o mallorquín, dialectos del catalán, forma parte de la literatura catalana, como la poesía escrita en francés en Quebec lo es de la literatura francesa, con todas las particularidades que se estimen oportunas, y las novelas de Jorge Semprún escritas en francés forman parte de la literatura del país vecino y no de la española. El catalán Eduardo Moga, por ejemplo, escribe en castellano su poesía por decisión propia, asumiendo así su pertenencia al dominio lingüístico y literario (y administrativo) del español. Es un asunto de lengua y no de territorio. Dejemos para otro día la “cuestión palpitante” de que el relato poético español sea eso, español, y se olvide de la poesía escrita, precisamente en español, en el territorio hispanoamericano o africano, pongamos por caso, y que su poesía sea entendida sin razón, más bien desde la sinrazón, como si fuera un hecho diferencial, que también, pero no más allá de la evidente especificidad cultural que, en general, podría alejar un lado y otro del Atlántico, o a Marruecos, por ejemplo, de España. Pero no más. Esas lenguas y sus literaturas han contribuido y contribuyen, como no puede ser de otra manera, a determinar y configurar el espacio cultural de nuestro país, incluido el espacio poético, con mayor fuerza e influencia que otros ámbitos y lenguas, lo que no impide que otras literaturas nacionales o transnacionales a lo largo del mundo ejerzan también su influencia, que es evidente en la mayoría de los poetas incluidos por Mora en su selección.
Queda claro que una antología no es sólo una lista, sino que como demuestra Mora, es una recopilación de muchos poemas de muchos autores, y aquí está una de los mayores aciertos de este libro, las guías de lectura y las pautas de acercamiento y de interpretación ofrecidas al lector para cada uno los poetas. Y también, su declarada y argumentada exploración de ideas sobre la historia y el entorno poético, esté uno en mayor o menor sintonía con sus razones, y sobre el propio hecho antologador y canónico, como pone de manifiesto en su extenso y preciso ensayo crítico y teórico, que más que una introducción es una investigación historiográfica de gran altura sobre la escritura poética de las últimas décadas, un reajuste valorativo de la poesía española de la democracia, y un relato alternativo y diferente al hegemónico y ortodoxo, a esa historia epigonal, parcial, partidaria y/o partidista tan repetida en los territorios de esas instituciones que Jesús Aguado rechaza en su libro. Casi más que una antología al uso, es un poemario múltiple y plural, fruto de un proyecto estético basado en una categoría de excelencia (necesidad de establecer una tabla de valores poéticos) que es una relectura y reinterpretación de la diferencia y la innovación estética, y del tradicional y desgastado concepto de sublime. Su apoyo está en la objetividad de las estructuras literarias complejas, de la “resistencia” producida por la “tensión superficial” de las escrituras mostradas, eso que le otorga densidad y ambición: lo excelente, la innovación y la originalidad, que no el fetichismo de lo nuevo.
El resultado es fruto de una diversidad polifónica que, como plantea con lucidez Mariano Peyrou, en palabras sacadas de su novela De los otros y que el antólogo recoge con tino, permite recuperar y ampliar el campo de visión hacia otras “alternativas, en una cultura que no acepta la diferencia porque no sabe que existe”. La lectura de la introducción, imposible de resumir ni de narrar con la necesaria especificidad y detenimiento, es inexcusable, y será referencia necesaria en el futuro. Esa pluralidad hace bueno el título bajo el que se reúne a estos poetas, una cuarta persona del plural que es una persona distinta para voces diferentes que tienen en común la diversidad, esas voces que escuchas pero con las que no puedes hablar. Una persona del plural, a la vez, inclusiva y exclusiva: la primera por la identidad relevantemente común de los componentes de su diálogo, de su nosotros; la segunda por los criterios de selección, esa excelencia estética, y por la particularidad propia del tú de cada uno de ellos.
IV. El prólogo y la edición de Limados. La ruptura textual en la última poesía española, son responsabilidad de Óscar de la Torre, del que además de una difusa imagen en negativo, se ofrece una creíble biografía, y que goza de una vida fructífera, en controversias y razonamientos críticos, gracias a su presencia tanto en las redes sociales como en los ámbitos críticos y literarios. Sin embargo, muy en consonancia con la naturaleza misma de esta muestra poética, este crítico y ensayista es uno de los heterónimos de Julio César Quesada Galán, lo que permite, acaso, su presencia en la nómina de seleccionados. Los 8 poetas incluidos son: Ángel Cerviño, Alejandro Céspedes, Yaiza Martínez, Enrique Cabezón, Julio César Galán, Juan Andrés García Román, Mario Martín Gijón y María Salgado. No existen límites cronológicos ni de extensión de los nombres incluidos, pues sólo están quienes, a juicio del antologador, cumplen con un modo concreto de poética textual, discursiva y creativa que busca romper el texto, la enunciación textual, y borrar el sujeto. Cierra el volumen un “epílogo bicéfalo”: en una mano el de César Nicolás y, en la otra mano, el de Marco Antonio Núñez. Tanto el prólogo como los dos epílogos son, como en el caso de Mora, imposibles de resumir y de inevitable lectura, sirviendo fehacientemente para calibrar la esencia teórica y práctica de un modo poético entendido como “fuga, variación y modulación constantes”, y para ver nuestra historia poética reciente desde un punto de vista “otro”, alejado de la estilística y del historicismo, y sobre todo del epigonismo. Su preciso y consistente estudio, poblado de referencias y antecedentes, habrá de ser tenido en cuenta como referente inexcusable de los estudios poéticos.
Siguiendo a de la Torre plagiando a Galán, o a Galán reescribiendo a de la Torre, y el que esto escribe plagiando y reescribiendo a los dos, estas podrían ser, muy esquemáticamente, sus ideas sobre identidad y concepción del texto poético: el proceso es el fin; el poema es un aprendizaje por error, así que hay que mostrar también esos errores; y crear es interpretar y viceversa. Una poesía como transcurso y transformación incesante, en el que se da cuenta del antes, el durante y el después del poema, así como de las identidades que lleva dentro; una escritura que quiere reflejar todo un conjunto de transtextualidades, hipertextualidades, paratextualidades, y de recursos y estrategias textuales, lo que da como resultado una visión del texto a modo de metamorfosis, incluida la de la identidad del autor y la de sus otredades, una versión plural y proteica del poema. Una “logofagia” por la que la escritura se suspende, se nombra incompleta, se queda en blanco, se tacha, se multiplica, se disemina, se ilegibiliza o se encripta, y que se hace presente a través de varias de sus figuras más características: “Adnotatio”, “Ápside”, “Babel”, “Criptograma”, “Fenestratio”, “Hápax”, “Leucós”, “Lexicalización”, “Óstracon”, “Tachón”, diversos elementos retóricos que están presentes en una misma obra e intentar añadir las identidades que normalmente no se perciben en el poema. La lectura del texto es una operación que va recorriendo palabras e hiatos, huecos donde la palabra estuvo o pudo estar, pero ya no está. Este ir en contra de lo “logocéntrico” y de las jerarquías no implica perder el sentido, sino una recomposición del pensar entre-sobre-tras las partes de la lengua del poema, otra manera de pensar-ver-afectar nuestra racionalidad poética “lirista”. Se trata de mostrar las distintas vidas de un poema por medio de múltiples notas, de versos excluidos, de lectores integrados en el texto, heterónimos, versiones, reescrituras, tachados, lexicalizaciones, símbolos que hablan del inacabamiento de poema. Una escritura abierta y no lineal, una “archi-escritura” que opera como un tejedor, un movimiento en el que se agitan millares de hilos, en el que la lanzadera sube y baja sin cesar, en el que los hilos se deslizan invisibles, en el que se forman mil nudos de un solo golpe, y en la suma de esos golpes.
Este concepto de escritura posibilita la formación de cadenas y de tejidos significantes. No sólo un elemento o un poema se suman a otros elementos o poemas para producir la cadena, sino que una cadena, un poema, se cruza con otras cadenas, con otros poemas, para tejer un texto. El texto emerge de la transformación y en el entrecruzamiento con otros textos. Se producen cadenas de cadenas, textos de textos, discursos de discursos, lecturas de lecturas y, en fin, huellas de huellas del texto y de los textos anteriores o precedentes. Corrección y reescritura: una traducción de lo inacabado. “Non finito (Un deseo llamado punto de fuga)”, tal y como se titula el denso y esclarecedor prólogo de Óscar de la Torre que abre este libro, también ejemplo de visión de la historia de la poesía española sin mimetismos biologistas ni epigonales, y que inicia un debate necesario.
Limados no es una antología al uso, pues no es el resultado de un campo de poder, sino una muestra de autores que intentan ir más allá de los límites textuales, un texto en sí mismo multidireccional y constelado. Lo que sus autores buscan es un lector partícipe e implicado, un lector investigador, un lector creador, un lector que batalle en la lectura. Sólo así es posible concebir el acto de lectura como ejercicio de creación, pues el receptor se convierte en un actor crítico, en un partícipe real del poema. El poema como catálisis y el lector como catalizador, como reactivo, capaz de ampliar la superficie y la velocidad de la reacción. Descomponer la escritura en la lectura y en la propia crítica del texto, una lectura que se condensa y define en una escritura, en otra escritura, en la escritura de los otros, la de quienes saben que el lenguaje es un material cambiante y complejo insoslayable en la creación y estimulan y alientan otras formas de escritura, otras formas de decir. Una especie de me-rodeo de infinitas vueltas que habita en la frontera entre lo externo y lo interno.
Ese tratamiento del texto y del poema, del libro poético, como un punto de fuga, es el que une las poéticas aquí reunidas, resultado del trabajo de una serie de poetas de edades diferentes. Siguiendo la idea de definir en lo posible las personas que conjugan estás antologías, Limados sería una cuarta persona del plural exclusiva por cuanto está integrada, únicamente, por quienes desarrollan en su escritura un discurso y una textualidad rompedora y transformadora, que se construye y se destruye al mismo tiempo. Pero también tiene algo de inclusiva, en tanto sus integrantes son plurales en sus planteamientos personales y en el desarrollo de las/sus estrategias textuales, cada uno de ellos los diversos estratos de una “subversión metatextual”, diferentes ángulos en un caleidoscopio poético que expone un espacio territorial/textual diferente en la poesía española contemporánea.
V. Como reconoce Jesús Aguado, en afirmaciones que recoge Eduardo Moga en las “Corónicas de Españia” que integran su blog, hacer una antología es una “empresa pavorosa” y, a la vez, también pavorosamente ingrata, pero más allá de fallos y errores, de ausencias o presencias, estas tres antologías y/o muestras son un ejercicio de relectura y de lectura crítica, fruto de un criterio estético y literario definido, unas con mayor precisión y justificada enjundia crítica e histórica, y otra menos dada a las explicaciones puntuales, pero reconocibles con claridad. Todas además han sido redactas, digamos, en el tiempo real de un presente reconocible de la poesía española, contribuyendo a un mejor conocimiento del significado efectivo del género poético, y ofreciendo nuevas vías de construcción de una historia de la poesía desde puntos de vista de mayor amplitud teórica y textual. Todas corren los riegos inherentes a cualquier antología de poesía contemporánea, pero son sin duda una prueba de la extraordinaria calidad y variedad de los poetas del presente, e incluyen un análisis lúcido del momento actual de la poesía española: más que la repetición, la diferencia; frente a limitaciones cualesquiera, la apertura del compás lector y crítico; frente a una realidad cerrada e inmóvil, el replanteamiento del texto poético, lo real mostrado de otra manera y con otro sentido. Lo que manifiestamente muestran es que, cada cual desde sus preferencias, la escritura poética española es valiosa, intensa y fuerte, conscientemente capaz, sin ataduras ni restricciones de ningún tipo, de modificar nuestra visión de un mundo incierto y muchas veces difuso e inaceptable. Sólo es decididamente incomprensible la escasa presencia de mujeres (siete, cinco y dos respectivamente según el orden en que son aquí reseñadas), pues al margen de cuotas y paridades, cuestiones acaso sólo relativas en el establecimiento de una visión crítica, la escritura poética femenina es, sin la menor duda y con las debidas excepciones, decididamente comprometida, críticamente viva y textualmente innovadora y rupturistamente original, y de una calidad indiscutible.
Las antologías tienen una obligación, ser útiles a la poesía en general y a lo que esa misma poesía hace y significa, por lo que ni deben eludir la justificación de sus criterios ni la contextualización de lo que en ellas aparece. Y sobre todo algo que se olvida con frecuencia: una antología no reemplaza la lectura de los libros que son el origen de su existencia. Toda antología tiene algo de retrato inamovible, pero el ambiente que rodea las aquí reseñadas se parece a esas imágenes de luces en movimiento que se extienden indefinidas en el espacio oscuro en el que se reflejan. Ninguna es inocente, ni objetiva, pues apelan a unos principios de selección, incluso aquella que no los hace presentes con claridad. Un ejemplo de poesía abierta a significados más amplios, a la imaginación y a la creatividad. Como ha dicho Antonio Méndez Rubio, la escritura poética debe ser “un discurso tan singular, como sabía Platón, que sea capaz de sacarnos de nosotros mismos, de en-ajenarnos, es decir, de desbordar los límites que tienden a imponer los principios de identidad (subjetiva) y de realidad (objetiva)”. La mejor poesía que podemos encontrar en estas antologías es aquella con vocación de convocar un mundo bajo la condición verbal y discursiva del poema. Al cabo, los acontecimientos socioeconómicos y culturales de los últimos años han rebatido y desmentido ciertos consensos y preceptos políticos de la llamada Transición, y lo que parece que se está empezando a reclamar son nuevos espacios frente a la apatía y la abulia de lo acostumbrado y lo normalizado que sostenían el sistema poético español. Estos tres libros, pues los tres se sostienen como tales, vienen a discutir, con mayor o menor decisión, los relatos y las versiones oficiales, académicas e institucionales, para abrir un presente textual diferente. A la poesía española, ya lo apuntábamos al inicio, le falta un relato verdadero de su historia, y estos libros quieren que ese proceso se haga patente y real.
Un conjunto de obras, de escrituras y de propuestas textuales que señalan espacios creadores, singularidades en el marco de una poesía plural y diversa. Una pluralidad que se ha constituido desde los nudos en la red tejidos por obras cuya radicalidad y peculiaridad las hacen parte sustancial de su misma naturaleza. Espacios de libertad frente a aquellos que los niegan e intentan silenciar las experiencias y actitudes individuales y personales en favor de una preceptiva cómoda adherida a las facilidades de lo inmediato. Siempre repito un verso de Juan Larrea que, de algún modo, viene a dibujar un claro territorio poético: “Yo mantengo el silencio como un mapa de Oceanía”. La imagen del archipiélago -ese conjunto numeroso de islas agrupadas en una superficie más o menos extensa de mar, eso que es difícil de enumerar por su abundancia- probablemente sea la adecuada para definir el conjunto de las poéticas aquí mostradas: su capacidad para elevarse formando promontorios, elevaciones entre las que se destacan puentes o líneas, pero siempre quedando reconocible la propiedad de sus territorios diferenciados. Se trata de una red discontinua, con nudos muy distintos, y para ir de una isla a otra es necesario establecer modos y caminos de acceso que implican un riesgo, una apuesta de presente y de futuro. Cada escritura es un acontecimiento dentro del tejido, un nuevo pliegue, o un desgarro, que vienen a transformar nuestros modos de percepción de la realidad y de un mundo incierto. Frente a la condicionalidad de ciertas interpretaciones pragmáticas y realistas, hay que reclamar la idea derridiana de una “ley incondicional de la hospitalidad ilimitada”, dibujar los trazos con los que Barthes hacía trenzas de voces diferentes.
Publicado en la revista "Nayagua", nº 24, Julio 2016, p. 173-183
http://www.cpoesiajosehierro.org/web/uploads/pdf/494284c599d80c5565f777ceeb7d3c59.pdf
http://www.cpoesiajosehierro.org/web/index.php/nayagua/item/nayagua-24
http://antoniorteganton.blogspot.com.es/2016/12/trenza-de-voces.html
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