Fecha:
05/04/2016
La cantaba, explica Jim, con una voz recia que parecía el crujir de las barras del cabrestante: “Quince hombres sobre el cofre del muerto. ¡Yo-ho-ho! ¡Y una botella de ron!”. ¿Quién no recuerda la novela de Stevenson? El periodista Nicholas Shaxson también pensó en ella cuando buscaba un título para su obra sobre los paraísos fiscales del que ya he hablado en esta columna en alguna otra ocasión. Y la tituló Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que robaron el mundo (Fondo de Cultura Económica). El libro de Shaxson gira en torno a una idea que hay que recordar para que las anécdotas de los papeles de Panamá no acaben tapando lo realmente esencial: el sistema extraterritorial o offshore determina de un modo decisivo la manera en que actualmente funciona el poder político y económico. Y este sistema, conviene no olvidarlo, no sólo ofrece cobertura a la evasión (ilegal) de capitales. También ampara la elusión de impuestos a través de tácticas de con-tabilidad que se ajustan creativamente a una legalidad laxa que es el resultado de decisiones políticas. En el mar de la extraterritorialidad los corsarios navegan junto a los piratas. Pero conviene no confundirlos aunque sus respectivas realidades económicas contribuyan conjuntamente al aumento de la desigualdad social y a los problemas de financiación con que se acostumbran a justificar los recortes del Estado de bienestar.
La confusión entre los piratas y los corsarios es un error común. Pero la historia nos recuerda que, a diferencia de los piratas, los corsarios poseían un título jurídico, una autorización de su gobierno, la célebre patente de corso, formalmente expedida por el soberano, para desarrollar su actividad económica extraterritorial. Y podían llevar en la popa de sus barcos, en vez de la bandera negra de la piratería, el pabellón de su país, a pesar de que también usaran, como las empresas de sus actuales herederos, banderas de conveniencia cuando les parecía más provechoso. Los corsarios hundían embarcaciones enemigas y se enriquecían saqueando los puertos y las poblaciones que encontraban por el camino y comerciando con esclavos. Pero lo hacían legalmente, repartían el botín con la corona y, cuando hacía falta, hacían uso de las puertas giratorias. Como Francis Drake, que dejó por un tiempo el corso cuando la reina Isabel I de Inglaterra lo nombró alcalde de Plymouth y miembro del Parlamento y que lo volvió a dejar cuando fue designado vicealmirante de la flota inglesa que luchó contra la denominada Armada Invencible. El hecho de que puntualmente algunos corsarios fueran abandonados por los monarcas y acabaran en la horca cuando lo exigían las conveniencias políticas no impidió que ya entonces, sobre todo en Inglaterra, se acabara consolidando una sólida oligarquía de capitalistas corsarios estrechamente relacionada con las clases dirigentes. El mismo Drake pudo dejar una bonita herencia a su hijo cuando murió de disentería a los 55 años, curiosamente delante las costas de Portobelo, en el actual Panamá.
Fuente:
http://www.lavanguardia.com/cultura/20160405/40883830965/con-patente-de-corso.html