Fecha:
19/12/2017
Fue una pelea a la que Javier Pradera le puso humor y ocurrió en 1964, cuando la censura española estaba aún en su apogeo y Miguel de Unamuno seguía siendo tenido como enemigo de la patria de Franco y de Millán Astray.
En ese momento Pradera, que luego sería uno de los directores de Alianza Editorial y jefe de Opinión de EL PAÍS, era gerente de Fondo de Cultura Económica, la editorial estatal mexicana que entonces, al mando del legendario Arnaldo Orfila, se proponía publicar una antología de los versos del rector que murió triste meses después de enfrentarse al general Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca.
Fue el 12 de octubre de 1936; Unamuno pronunció su famosa invectiva contra la guerra de Franco (“Venceréis pero no convenceréis”), fue escoltado para que no lo lincharan los que hacían caso del insulto de Millán Astray (“Muera la inteligencia”), y el régimen, que en un principio había recibido el respaldo del poeta, no se lo perdonó nunca. En 1964 seguía ese rescoldo vivo, y se manifestó en la censura que la Dirección General de Información, al mando de Carlos Robles Piquer, cuñado del ministro Manuel Fraga Iribarne, quiso aplicar a la edición programada por Pradera.
Pradera tenía 30 años y ya había aguzado el estilo claro y punzante, que lo distinguiría como escritor y articulista. Su larga misiva a Orfila sobre lo que estaba pasando intramuros de la censura española tiene ese estilo que se puede comprobar en el abundante material firmado por él en el libro Javier Pradera. Itinerario de un editor (Trama) de Jordi Gracia (autor de El editor invisible. Javier Pradera. Galaxia Gutenberg).
En principio, ni Carlos Robles Piquer ni su segundo, Joaquín Benítez Lumbreras, querían que el Fondo publicara la antología. Pero ya había pasado la censura, en las ediciones de Aguilar y Calpe, algo que, dice Pradera, “dejaba en demasiada mala posición a la Dirección General de Información para prohibirnos hacerlas figurar en la antología”. Hubo más objeciones. Al prólogo de José Luis López Aranguren, por ejemplo. Lo que este decía de la vida rebelde unamuniana (“… frente a Alfonso XIII, frente al general Primo de Rivera y, al final de sus días, frente al franquismo”) debía quedar así: “Frente a todos los regímenes bajo los que hubo de vivir y morir”.
En lo que se refería a “…la torpeza insigne que la España oficialmente católica ha cometido y sigue cometiendo ahora mismo con Unamuno”, no se podía decir “se sigue cometiendo ahora mismo”, porque, explica el editor, Robles invocaba que se había instituido “una Junta Nacional de homenaje [A DON MIGUEL], se ha creado un premio nacional (oficial) de ensayo Miguel de Unamuno…”. Aranguren quitó “se sigue cometiendo ahora mismo”. ¡Pero, además, Robles insistió en que apareciera como nota al pie todo lo que el Estado estaba haciendo entonces por Unamuno! Y Pradera no aceptó ese “trágala”. Esa parte del prólogo dejó de decir “la España oficialmente católica” por “ciertos grupos católicos”.
“Pero los problemas no acabaron ahí”, relata Pradera. En el apéndice biobibliográfico preparado por el profesor José-Ramón Marra se decía que, al trasladarse a Madrid en 1880, don Miguel “abandona sus creencias y prácticas religiosas”. Se revolvió la censura retrospectivamente. “Al señor Robles le pareció tendenciosa esa formulación y tachó la palabra creencias. Hice ver al señor Benítez que las opiniones de Marra eran tan respetables como las de Robles y, en el terreno de la crítica literaria y de historia de las ideas, posiblemente más; y que si Marra opinaba que Unamuno en 1880 había perdido sus creencias, no era quién Robles para rectificarle, dado que aquello nada tenía que ver con los principios del Movimiento o la moral pública. Quedó en consultarlo; al día siguiente me dijo que podíamos dejar ‘creencia”.
Robles exigía que se quitara de Marra la palabra dictador para Primo de Rivera. “La cosa es tan nimia que accedí a la rectificación haciéndole observar al señor Benítez [LUMBRERAS] que el reparo pertenecía más a ‘la Administración Arias Salgado’ [antecedente de una censura aún más entrometida] que a la ‘Administración Fraga’ y que Primo de Rivera llevaba a gala esa denominación”. Tampoco se podía decir “Alzamiento Nacional”, así, entre comillas, y estaba prohibido calificar de violento el incidente de Salamanca el 12 de octubre de 1936. La palabra fue sustituida por “conocido”. El “conocido incidente”. La edición salió con esas tachaduras. A Pradera le molestaba sobre todo “el feo tono de la imposición, la rebusca cuasinquisitorial y la pretensión increíble de que incluyéramos una nota del editor cantando las excelencias del homenaje a Unamuno organizado por el Ministerio de Información”.
Pradera trabajaba para dar a conocer la literatura mexicana. Para que vinieran autores como Juan Rulfo u Octavio Paz había que remar con la paciencia que muestra el editor al contar la batalla para que viera la luz en España la primera edición de los versos de Unamuno en la muy prestigiosa editorial.
El precedente mexicano del Fondo de Cultura Económica
En el libro, Javier Pradera cuenta otros episodios, como su encarcelamiento, sus intentos por aumentar la tirada española de El capital de Carlos Marx y su biografía como editor que supo combinar la pasión de leer con la exigencia de publicar. Su minuciosa defensa de la antología poética de Unamuno en la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica es una muestra del carácter con el que afrontó todas sus batallas. Pradera murió en Madrid el 20 de noviembre de 2011. Hasta ahora, estas correspondencias, así como su faceta de editor, han permanecido en la niebla en la que dejó que estuviera siempre su nombre propio referido a tareas tan sustanciales de su biografía.
Fuente:
https://elpais.com/cultura/2017/12/18/actualidad/1513632665_306828.html