Fecha:
03/05/2018
Hace tiempo que tenía intención de detenerme en la Olivia de Ian Falconer, una de las series de libro-álbum que más tirón ha tenido en los últimos años, y teniendo en cuenta que se acaba de publicar en España la última secuela protagonizada por esta cerda tan salá y que lleva por título Olivia la espía (Fondo de Cultura Económica, como el resto de la serie), creo que va tocando una mirada intensiva sobre todo lo que rodea a este producto editorial.
Aunque Olivia empezó siendo un juego de su autor, Ian Falconer, que quiso hacer un regalo a la mayor de sus sobrinas con un personaje inspirado en ella y su nariz respingona, la cosa se desbordó inesperadamente y la primera de estas historias, que llevaba sólo por título el nombre de la protagonista, fue el principio de un super-ventas que ha ido más allá del mundo editorial.
Si nos fijamos en los libros de Olivia a priori nos podrían parecer poco aptos para pequeños lectores ya que en los primeros volúmenes el estilo de sus ilustraciones era bastante minimalista en lo que a formas y colorido se refería ya que sus líneas se basaban (N.B.: Hablo en pasado porque hay álbumes como Olivia en Venecia que adopta un tono más colorista) en el contraste negro, gris y blanco, y entre las manchas y notas de color primaba el rojo, el color favorito de esta cerda.
Si bien es cierto que esto se combinaba con una caracterización de los personajes en la línea del “cartoon” o historieta, junto a un texto económico y directo, no cabría esperar un éxito tan arrollador, por lo que llegados a este punto tenemos que referirnos a varias cuestiones que nos den una explicación…
La primera es la Eloise de Kay Thomson y Hilary Knight, otra serie de libros con una niña de carne y hueso como protagonista que, aunque no fue concebida en inicio para niños, tuvo gran aceptación entre el público menudo. Además de compartir una protagonista femenina y rebelde (en la línea que permitían los años 50 y 60, claro está), la paleta de Falconer recuerda sobremanera a la de Knight, lo que hace suponer que en parte fue inspirado por esta serie de libros ilustrados de la segunda mitad del siglo XX.
La segunda se refiere a la psicología del personaje y su mirada hacia todo lo que le rodea… Olivia cuestiona todo lo que le rodea, que por lo general se refiere al mundo adulto, y esto es algo que se relaciona directamente con ese carácter subversivo de la LIJ del que tantas veces hemos hablado en este lugar de monstruos. Sí, Olivia es incisiva e inquisitiva, pero siempre con un punto de inocencia y dulzura que le resta gravedad y le imprime credibilidad.
Y si a esta capacidad para poner en tela de juicio cualquier cosa, le unimos que es curiosa por naturaleza, el resultado es doblemente cautivador. Por un lado, el pequeño lector se ve reflejado en el personaje, y por otro y aunque saque de quicio a sus padres (Me encanta que su madre esté empeñada en llevarla al psicólogo a la mínima…, ¿será esta otra crítica mordaz del autor hacia el mundo adulto que intenta desacreditar la clarividencia de la infancia?), es capaz de conectar con el adulto desde la parodia y el sinsentido, dos características que generan un discurso pluriestratificado en el que tienen cabida multitud de lectores, lo que hacen más valiosa a esta serie de álbumes.
En el carro caben otras peculiaridades que no hay que saltarse por alto, como el entorno cosmopolita que rodea a esta cerda. Olivia le habla al mundo desde la ciudad de Nueva York, una de las cunas de la modernidad y donde se encuentran edificios e instituciones como el Empire State Building o el Metropolitan Museum (que también se han incluido de una u otra manera en estos libros). Olivia no sabe lo que es una pocilga, ella vive en un apartamento, Olivia no sabe lo que es el barro, pero si lo que es el ballet (¡He aquí la faceta de Ian Falconer como escenógrafo!), cuestiones con las que se identifican la mayor parte de los niños que viven en las grandes urbes del planeta que por otro lado es dónde se consumen la mayor parte de los libros infantiles del mundo.
Y por si fuera poco, a todo esto hay que añadir el gran compromiso que el autor tiene con el mundo del arte contemporáneo y de vanguardias. Ian Falconer, con una dilatada trayectoria como artista editorial (Siempre me ha llamado mucho la atención la disposición de los elementos en cada página de Olivia: exquisitamente pensados), intenta rendir tributo a los grandes artistas del siglo XX. Pollock, Degas o Mark Rothko, son algunos de los artistas que inspiran a Falconer y cuyas obras se plasman en algunas de las páginas de sus libros, unos guiños que se agradecen desde lugares como este.
Si bien es cierto que en alguno de los ocho volúmenes que conforman esta serie (por ahora, que seguro que ve la luz alguno que otro más) existen situaciones en las que se puede encontrar cierta moralina, cierto aire pedagógico, el conjunto de la obra arroja un vendaval libertario que abre puertas y ayuda a trazar caminos, algo que se reconoció con la Medalla Caldecott y por la infinidad de seguidores que tiene esta cerda un tanto caustica y sin filtro llamada Olivia.
Fuente:
https://romanba1.blogspot.com.es/2018/05/olivia-o-como-alcanzar-el-exito.html