Fecha:
05/07/2018
Volverán otros emigrantes a levantar sus casas
encima del olvido,
ese país de fiebre donde todos los seres
hemos perdido a alguien.
Aún recuerdo el día que leí por vez primera la poesía de Aurelio González Ovies (1964). Fue gracias a la escritora mexicana María García Esperón, quien con el proyecto de poesía hispanoamericana, Voz y Mirada, dio a conocer la obra de este poeta asturiano. La sensación fue de una singular hermandad, no solo porque su poesía habla del lenguaje cotidiano de las cosas; no solo porque sus temáticas aspiran a retratar, de una manera honesta, el sencillo latido del mundo, sino porque en ella redescubrí mi infancia, el origen de mi parcela de tierra y el valor de los lazos familiares.
Vengo del norte fue accésit del Premio Adonáis en 1992. En ese tiempo Aurelio centraba su atención en la formación académica y en la tarea poética. El Fondo de Cultura Económica, apostó por reeditar esta obra de veinte poemas, como un llamado a redescubrir una poesía generosa en vitalidad y luminosa en su expresión. Al lado de otros poetas contemporáneos de España, como Ada Salas (1965), Santiago Montobbio (1966) o Chantal Maillard (1951), la voz de Aurelio es callada, apenas susurra, aspira, eso sí, a una original discreción que es, ante todo, entrañable y honesta.
Juan Carlos Mestre, en la introducción a Vengo del norte, habla de que en la palabra hay una fundación de la memoria, es decir, una poética imperecedera del mundo. Vengo del norte es “la reflexión sobre un espacio remoto donde la voz articula el canto de un ayer, el eco de la blancura y de la profundidad donde anochece el misterio nunca oscuro de la tierra”. Este es un libro necesario, es una palabra-ofrenda donde reverdece el misterio de la unidad del hombre con su pequeño paraíso de existencia.
La expresión “vengo del norte” es una suerte de letanía que se repite a lo largo de todos los poemas. Con ella, el poeta no hace más que invocar el destino de su propia carne, la canción arqueológica de su familia, sus “carabelas […] enamoradas de la ruta del sueño”, la historia rural de su sangre, el perfume de las primaveras, la fotografía imperecedera de su madre, “el exilio de los faros”, “[…] las fiestas que hacen los campesinos”, el alma humilde que contiene la memoria de una tarde de agosto.
Este es un libro necesario. Ha sobrevivido en el tiempo con sutil sencillez y llega ahora con nuevos oleajes al mismo puerto. En cada poema crece una voz común, donde las multitudes, y en ellas los derrotados, los desnudos por el amor, los bienaventurados el pan y del trabajo diario, pueden hablar más allá de sus nombres. “Creed en ellos, / en los que os dieron leche / y quedaron escuálidos, / en los que os dieron voz / y se quedaron mudos, / en los que os dieron pan / y no comieron, / en los que al veros felices se fueron alejando”.
El poeta rumano Lorand Gaspar, escribe que la poesía es la memoria balbuceante de lo que no tiene memoria. Es en la memoria donde anida su vuelo Vengo del norte, en una memoria corporal donde la tierra es el origen de los valores humanos, donde el dialecto de la camaradería encarna la mirada compasiva del mundo y donde la poesía es el lenguaje de los errantes que aún buscan los signos de su destino en los fósiles de la historia.
Este es un libro necesario para nuestro tiempo. Precisamos de una poesía que nos ofrezca otra manera de narrarnos o, por lo menos, que intuya un instante de cercanía con los ritmos naturales de las cosas. Aurelio González Ovies, en Vengo del norte, se deja decir en cada poema. Asume la poesía como faro, allá en su Norte. Asume la poesía como verdad y emoción, como aprendizaje y proyecto de vida, como un canto del coraje y una morada de la infancia.
Este es un libro necesario.
Fuente:
http://www.colofonrevistaliteraria.com/2362-2/