Fecha:
24/04/2011
Ana María Matute (Barcelona, 1926) ha conquistado todos los premios (entre otros, el Café Gijón, el Planeta, el Nadal, el Lazarillo, el Nacional de la Crítica, el Nacional de Literatura, el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Nacional de las Letras y, ahora, el Cervantes, que se entregará el próximo miércoles), ha sido varias veces candidata al Premio Nobel de Literatura, lleva más de cincuenta años siendo un referente literario y ético para varias generaciones de lectores y escritores, es miembro de la Real Academia de la Lengua Española desde 1996 y ha sido traducida a decenas de lenguas, pero nada de eso ha logrado transformarla en estatua. Libro a libro, Ana María Matute ha construido un universo de seres vivos, de seres sin pedestal, al que tanto ella como sus obras también pertenecen. Quizás porque, según ella misma confiesa, nunca fue una niña feliz, una gran parte de los protagonistas de sus novelas y cuentos son niños y adolescentes desamparados, solitarios o extraviados que buscan una manera de romper el cerco de tristezas sin fin en el que son encerrados por la sociedad de los adultos. Narraciones inciáticas que se someten al imperio de lo real (como en Fiesta al Noroeste, 1953, Pequeño teatro, 1954, Los hijos muertos, 1959, o en la trilogía Los mercaderes, que forman Primera memoria, 1959, Los soldados lloran de noche, 1964, y La trampa, 1969) o que se refugian en mundos imaginarios (como en La torre vigía, 1971, Sólo un pez descalzo, 1984, El verdadero final de la Bella Durmiente, 1995, Olvidado Rey Gudú, 1996, o Aranmanoth, 2000), pero que siempre tienen, como común denominador, un profundo conocimiento de las emociones e ideas que mueven a los seres humanos y de los diferentes engranajes históricos y culturales a los que éstos están sometidos. Una lucidez sin utopías y un descreimiento sin amargura los de Ana María Matute que, cuento a cuento y novela a novela, pone al descubierto el mecanismo de la vida mientras va construyendo una de las cumbres de la literatura española del siglo XX.
En Artámila, una comarca inventada a medias por Ana María Matute, ya que está inspirada en los paisajes y las personas que conoció en Mansilla de la Sierra, La Rioja, cuando la autora era una niña, se sitúan varios de sus mejores textos, que ahora han sido antologados, en una bellísima edición conmemorativa del Premio Cervantes que además incluye una entrevista inédita con la autora, por el Fondo de Cultura Económica. Allí, en Artámila, parece ser invierno siempre, incluso cuando luce el sol, los niños no tienen juguetes y los adultos se arrastran de cansancio en cansancio. La tierra desagradecida y el tiempo inclemente se han confabulado para crear una raza de seres huraños y heridos que sueñan, cuando tienen fuerzas para soñar, con huir muy lejos de sus montañas infestadas de lobos, de sus minas tercas, de sus miserables granjas y campos de labor, de sus casuchas mohosas. En Artámila, además, se sitúan varias obras maestras de Ana María Matute, entre ellas Fiesta al Noroeste, una novela breve publicada por primera vez en 1953 donde los látigos restallan desde su primera frase ("El látigo de Dingo hablaba seco", que es, por cierto, un endecasílabo perfecto) para marcar un poético ritmo vertiginoso que nos sumerge en la asfixiante e injusta España rural de posguerra; y "No hacer nada", uno de los mejores cuentos de la literatura española que es también una inolvidable alegoría del alma humana y un alegato contra nuestro modelo de civilización.
http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2011/04/24/opinion-maria-matute/417553.html
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