Fecha:
05/02/2012
Es curioso observar cómo varias generaciones de poetas polacos, y centroeuropeos en general, han escrito obsesionados por el presente, ese punto indeleble que las más de las veces acaba aplastado por el peso de plomo del pasado o por la impaciencia en estampida del futuro. Wislawa Szymborska (Kórnik, 1923), Milosz, Herbert, Rozewitz, Lipska o Zagajewski, entre otros, transforman una reivindicación política, la denuncia del cruel expolio del alma humana producido por las guerras y dictaduras en medio de las cuales desarrollaron sus respectivas biografías, en una necesidad poética: la conversión del poema en un espacio de aire puro, de libertad sin consignas, de emociones en tiempo real y de buen humor conceptual. Irónicos y vitalistas, descreídos y veloces, se refugian del poder en el único sitio donde, si acaso, al poder se le permite estar de visita pero nunca dar órdenes: ese "aquí" con el que Wislawa Szymborska titulaba un libro.
"Aquí": el lugar sin lugar, el intersticio, el ángulo muerto del espejo, un poco de nada (tan poca que no le permite convertirse a uno al nihilismo), una sombra de vacío (tan pequeña que no sirve para oscurecerle a uno). Un "aquí" que, bien mirado, no termina de ser presente porque éste, después de tantos siglos de tramposas filosofías de salón, llega atado al antes y al después, sino instante (título, por cierto, de otro libro de Szymborska): un presente sin exagerar, lo fugitivo del presente, la parte del presente que pertenece menos al transcurrir ciego de los minutos que al cuerpo y a las palabras que los acogen. Sólo en el "aquí" uno puede sorprenderse y ser sorprendido, que es la obligación, como escribe la autora en un poema y como dijo en el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura (1996), que los poetas tienen con respecto del cosmos y de sus existencia concreta. Fuera del "aquí" las sorpresas sirven a las instituciones, que las usan para tenernos atados a sus feroces y bien engrasadas maquinarias de sojuzgamiento subliminal; pero en el "aquí" las sorpresas sirven a las manos, a los ojos, al corazón, a la piel: los genuinos, y cada vez más raros, territorios del deseo y de la inteligencia.
Wislawa Szymborska, según cuentan las agencias de noticias, ha muerto hace unos días. A los 88 años y mientras dormía. Pero las escritoras como ella (bienhumoradas, intensas, descreídas sin aspavientos, cotidianas y metafísicas a la vez, vitalistas) no pueden morir sin que les demos permiso sus lectores, que las necesitamos tanto para ser quienes somos. No, Wislawa Szymborska no ha muerto: se ha quedado dormida, eso sí, y le está costando despertarse porque para qué hacerlo en los negrísimos tiempos que corren, en esos tiempos de pérdida de dignidad y de valores y de simples ganas de seguir tirando hacia delante. Wislawa Szymborska sigue entre nosotros, atada a nuestro presente tanto como estuvo atada a los duros presentes que le tocó padecer (el estalinista, sobre todo), vigilando con amor y palabras hondas lo que queremos ser "aquí" y ahora. Pocos poetas actuales poseen la gracia y la frescura de Wislawa Szymborska, que no puede morir hasta que no lo hagamos todos, uno por uno, usted y yo, los cercanos y los lejanos, los que saben quién es ella y los que consumirán sus años sin conocerla. Si alguien aún no lo ha hecho y quiere saber a qué me refiero, que busque su Poesía no completa, maravillosamente traducido para Fondo de Cultura Económica por Gerardo Beltrán y Abel Murcia.
http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2012/02/05/wislawa-szymborska
-muerto/482730.html
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