Fecha:
02/11/2013
Este libro, que ganó el concurso de álbum ilustrado A la orilla del viento, narra una parte de lo que fue la extraordinaria historia del artista Max Ernst. Y, aunque es sólo una pequeña parte, lo que cuenta y cómo lo cuenta es tan fascinante que, al cerrar el libro, lo abres de nuevo: "Max era muchas cosas a la vez y, según lo quisiera, podía ser pintor, botánico, actor, filósofo, novelista, pájaro, pez..." Su autora, la ilustradora italiana Daniela Iride Murgia, hace magia entrelazando palabras e imágenes. Utiliza la técnica de Ernst: el collage, el frottage, el grattage..., métodos con nombres franceses lúdicos e insinuantes. Y combina esas técnicas con un elegante sentido oriental del espacio, ese vacío que algunos llaman aire y que dota de especial significado a las figuras y remite con lirismo al mundo extradimensional de los sueños y la imaginación.
Max Ernst nació alemán y murió francés, y entremedias fue pintor, poeta, actor y marido. En todas sus facetas destacó. Fue miembro fundamental del movimiento surrealista y dadaísta; colaboró con el poeta Paul Éluard; fue el cruel jefe de los bandidos en La edad de oro, de Luis Buñuel; y se casó cuatro veces. Tuvo esposas famosas, como la mecenas multimillonaria Peggy Guggenheim, y novias no menos famosas, como la pintora surrealista Leonora Carrington, que soñaba con transformarse en caballo. Fue junto a ella cuando Max, según cuenta este álbum, entendió que él siempre había querido ser pájaro. Se enamoraron y vivieron en el centro de un sueño raro en una época afiebrada, simbólica y onírica. "Pero el sueño dura lo que dura un bostezo y Max comprendió que ni el pegamento más fuerte del mundo podía permitirles prolongar el suyo."
Al modo y manera de Max Ernst, Daniela Iride Murgia dibuja alas de pájaro, alas de peces, libros que son alas, plumas de ave que encierran ojos... y lo hace mientras va narrando cómo era Ernst, el hombre-pájaro: un soñador, un explorador infatigable con "una terrible curiosidad por el mundo", desafiante y desobediente, un mago, un descubridor... Como si fuese Ícaro, el lector sobrevuela palabras e imágenes. Hay un hombre encerrado en una adormidera y su sueño es un material blanco y moldeable, animado por olas o vientos, que se extiende ante él, prometedor y también terrorífico en todas sus posibilidades. Y allí está Max, subido a una escalera, atrapando el sueño como quien agarra un ovillo de lana y lo pesa y lo acaricia, mientras piensa qué hará con él.
Ernst se divertía trabajando. Era un subversivo camuflado. Recurría a flores, papeles y libros, cartulinas, mapas y telas de seda, lápices y pinceles, postales, fotos, grabados... para descubrir, bajo la rígida capa de orden y seriedad de nuestra vida, un mundo profundo, submarino y alpino. Le bastaba con poner alas de dragón a una recatada mujer del XIX o inundar los interiores burgueses de mares encrespados o convertir a Sherlock Holmes en una efigie de la isla de pascua. Dibujaba, cuenta Iride Murgia, como las ramas sacudidas por el viento.
Max Ernst, el hombre-pájaro es hermoso y divertido. Se abre con un hombre-adormidera y se cierra con un hombre-caracol, y la huella que deja persiste brillante y burlona como la baba de caracol.
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