Fecha:
01/06/2014
La economía convencional plantea sus análisis, afirman los autores, como si los intercambios entre empresas y familias se movieran en un sistema cerrado y autosuficiente, prescindiendo de la naturaleza en la que se desarrolla. En contraste, la economía ecológica que los autores defienden considera que el sistema económico es un subsistema de un sistema más amplio, de la Tierra, de la biosfera, de la cual toma recursos y produce residuos sólo en parte reciclables. Una naturaleza que además presta otros servicios como el disfrute de determinados paisajes o como una capa de ozono que preserva la vida al absorber los rayos ultravioleta. Servicios que la contabilidad crematística de la economía convencional no valora adecuadamente, recuerdan los catedráticos de Economía Jordi Roca Jusmet y Joan Martínez Alier en la edición ampliada y revisada de su libro Economía ecológica y política ambiental que se presenta el 17 de junio en el Ateneu Barcelonès. El enfrentamiento entre estas dos visiones de la economía ha cobrado énfasis por la delicada situación ecológica actual, pero viene de lejos, porque hace más de un siglo que la física, la química y la biología han permitido entender que la economía humana está inmersa en ecosistemas mucho más amplios. Y cada vez más profundamente: al estudiar los flujos de energía y materiales se descubre que pese al tópico no se está produciendo ninguna desmaterialización de la economía en los países ricos. Nada raro en una economía que se basa en un crecimiento interminable que no siempre significa desarrollo: los autores recuerdan que el PIB como indicador no es demasiado bueno. Parece indicar que la economía va en la buena dirección aunque el crecimiento se haga con desigualdad o contaminación extremas. Contabiliza males como bienes -limpiar la costa de manchas de petróleo o curar enfermedades producidas por la contaminación aumenta el PIB- mientras bienes como el trabajo doméstico no se suman. Son necesarias contabilidades más avanzadas y nuevos indicadores, sobre los que reflexionan. Como también lo hacen sobre otros temas clave: los impuestos ecológicos, los mercados de contaminación, los precios garantizados a las energías renovables o la gestión de los recursos no renovables y de los renovables pero agotables, como la pesca o los bosques. Pero también sobre los límites y posibilidades del consumo responsable o la famosa huella ecológica, que en EE.UU. es de 7,2 hectáreas por habitante y en la India de 0,9. La media mundial, de 2,7, supera el espacio productivo disponible por persona en más de un 50%, por lo que abogan por unos países ricos que abandonen la economía orientada al crecimiento y reflexionen sobre una sociedad en la que nos sintamos felices de vivir.
Fuente: www.lavanguardia.com
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