Fecha:
06/09/2015
En el heterogéneo territorio de lo cultural es Sealtiel Alatriste primera figura de su país, México, y aún de la América que se expresa en lengua española. En su currículo: docencia y otros cargos de la UNAM de su país, y además auspiciador de editoriales y ferias de libro, diplomático, colaborador de periódicos (Reforma, Público, Corriere della será, El País) y revistas (Algarabía) y coordinador o director de varias editoriales españolas. La guinda de su particular pastel laboral es su condición de “cuentacuentos de perros”; sí señor, han leído bien. Pero seguramente, en el oficio de contar sus mejores avales son su novelas: “El daño” (2000), “Verdad de amor” (1994), “Conjura en la Arcadia” (2003) y, ya en 1987, “Tan pordiosero el cuerpo” (reeditada en el presente 2015 por el FCE), subtitulada “esperpento” con resonancias valleinclanescas, aunque otros escritores del barroco español asomen con frecuencia, a través de bien trabadas citas insertas ajustadamente en los hilvanes narrativos de esta novela, a la vez divertida y descabalada.
En las actuales letras mexicanas, territorio particular de la novela, solo hay dos maestros del estilo, dos virtuosos de la expresión: Daniel Sada en el registro del habla, en lo oral y conversacional; Sealtiel Alatriste en los vericuetos de la lengua escrita, recargada de raíces literarias, pródiga en figuras retóricas. En ambos casos, y ello incluye por supuesto este “esperpento”, lo más valioso es el relieve de la narración, los primores del tejido del discurso; esto es, las hechuras de la prosa, el trenzado expresivo del lenguaje. Esta primacía de la narración, que se impone al lector con el poderío de una opaca construcción estético-verbal, hace que todo lo demás pase a segundo plano, relegado ante los primores verbales.
“Tan pordiosero el cuerpo” se asienta en pequeñas anécdotas de barrio, de populares relaciones vecinales que giran en torno al estrafalario y rijosos Sebastián, a la vez retratista, retablista, músico charanguero, “pobre diablo sin fortuna” que sobrevive de pequeñas “chambas” (chollos ocasionales) y de la venta de sus retablos al agiotista (usurero) don Mario, prestamista lujurioso y maestro “artístico” de Sebastián. Los lances, las escenas se sustentan en el terreno de un erotismo de tapadillo y en la réplica que al vivir cotidiano, a la religión y a la muerte (la Santa Muerte, la parca). La materia narrativa se mantiene en una religiosidad milagrera y supersticiosa, representada en multitud de imágenes. Los protagonistas citados (Sebastián, Mario), con el añadido de los femeninos (Paty, Rita, María Elega) degradan, distorsionan unas creencias a las que rinden culto.
El irracionalismo, el visionarismo y el fragmentarismo (además de un esteticismo burlón y extravagante) son una constante en esas páginas en las que las bajezas humanas (odio, murmuración, envidia, maledicencia, avaricia) alimentan el vivir cotidiano de los frágiles títeres que mueve el escritor. La ley general de todo el sucederse, ridículo y empequeñecido “desde arriba” por un activo narrador, se ciñe a la ley de oposición de contrarios: el bien y el mal, el pecado y la virtud, el cielo y el infierno, el pasado y el presente, el arte y la vida, lo divino y humano, el cuerpo y el alma. Todo ello, con su particular retórica, nos conecta (mediante figuras, retablos, escenas) con la mentalidad y visión del barroco español ya aludido. También la Biblia es objeto de varias referencias… y una buena cosecha de versos de nuestros clásicos del Siglo de Oro. Naturalmente, sí, el cuerpo, encadenado, efímero, minado por las enfermedades, limitado y mortal, es “pordiosero”… aunque aquí encontremos muestras de sus placeres y deseos más allá de lo que prédicas y retablos y escenas dejan traslucir.Novela literaria con deliberado trabajo estético (de suma brillantez) en el plano narrativo, “Tan pordiosero el cuerpo” representa lo que se mueve y bulle, a las claras o a escondidas, en esa otra cara de la luna ausente de imágenes representativas (pura orgía de luces, sombras y colores) pero de vida palpitante. Exhibición sobreabundante, arracimada, acumulativa del arte de escribir. Literatura, se llama esta, desatada y carnavalesca.
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