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Noticias de Cervantes

Fecha:
01/06/2016
La literatura sobre Cervantes, como sobre Shakespeare, es tan abundante que abruma pensar que para entenderlos habría que leer tal inconmensurabilidad de libros. Me pregunto si podría haber una lectura ingenua, como en algún momento del libro de Fernando del Paso se desliza –porque creo que es un desliz–, aunque Del Paso habla de quien se acerca a la obra «con el alma pura», que es aún más difícil de saber qué significa. Frente a la lectura apoyada o completada con una pequeña biblioteca erudita, la otra lectura, la que se sostiene sobre una supuesta mirada cuya información sería la vida propia, bagaje del cual no se puede prescindir. Obviamente, la lectura denominada ingenua es la que se hace de muy joven, tal vez en la niñez. Pero esa lectura será –conjeturo– sólo una lectura parcial, tal vez de la primera parte, aunque se lea completa, porque la complejidad de la segunda, que supone no sólo el barroquismo estructural de dicha novela, sino también la germinación de la ficción moderna, no puede ser leída, en puridad, por la mente de un niño. Así pues, dicha lectura ingenua, para ser lectura de verdad, tendrá que completarse en la madurez. ¿Y cómo imaginamos esa madurez que se acerca de nuevo o por primera vez al Quijote? Si es una lectura desinformada, es obvio que debemos suponer que dicha lectura, si alguna importancia ha de tener, habrá de conformar al lector, es decir: formarlo. ¿Cómo no querer saber más de lo que ahí ocurre? ¿Cómo no preguntarse sobre las contradicciones, las paradojas, los olvidos, los enigmas de ciertos relatos, de los amores o imaginaciones de Quijano/Quijote? Ingenuidad, nos dice un diccionario de referencia, significa «que es sincero, candoroso, sin doblez, y actúa sin tener en cuenta la posible maldad de una persona o la complejidad de una situación». Es decir, que desde la gran novela de Cervantes, porque la sinceridad no basta y hay que tener en cuenta tanto la bondad como la maldad del alcalaíno y sus personajes, y por supuesto, la complejidad sin cuenta de dicha obra. Por otro lado, y dado que el autor aquí reseñado es mexicano, su libro es una pequeña enciclopedia de ciertos temas –sea el viaje en la literatura o la dama como Virgen/Diosa– a los que hay que sumar el rastreo de influencias y sugerencias temáticas, en su mayoría clásicas, o las más recientes del Renacimiento italiano, y los modos que adopta en El Quijote.

Fernando del Paso (1935), reciente Premio Cervantes 2015, autor de Palinuro de México, Noticias del Imperio e Historia de un crimen, publicó en 2004 un valioso estudio sobre el Quijote que ahora ha sido reeditado. Nos dice que no es un cervantista, y que su relación con esta obra germinal ha sido la de un novelista y un lector que se ha «regodeado» en su lectura. Sin embargo, quien haya leído a Del Paso sabe que la erudición es una de sus pasiones y este libro es una lectura puntual de las maravillas, peripecias y complejidades del Quijote, llevada a cabo desde lo más granado de la crítica cervantina, aunque no se cite a Francisco Rico. Una de las características de la lectura del autor mexicano es no entregarse a especulaciones filosóficas, que no por carecer de interés, pueden ser tan imaginativas como delirantes. No pierde de vista al texto, la lógica de la obra, el saber filológico e histórico, al escritor que es Miguel de Cervantes.

¿Qué tipo de personaje es Don Quijote? Alguien –nos dice Del Paso– que nació, al par que su locura, cuando contaba unos cincuenta años, sin infancia, apoyado en otro cuerpo, el de Alonso Quijano. Don Quijote –lo de don era algo que apenas sí se usaba entonces– es alguien sin padres, sin amor filial, que no se casó ni tuvo vida sexual y que careció de otra descendencia –y no es poca– que no fuera la inseminada en sus lectores. Dostoievski, igual que más tarde Unamuno, lo comparó con Cristo. Y hay donde apoyarse. Hay un párrafo de Del Paso que hay que leer sabiendo la gran admiración que tiene por la principal obra cervantina, que vale la pena citar en extenso: «Ninguno [ni Cristo ni Don Quijote] conoció el inefable placer de adorar a un hijo; ninguno, tampoco, el abominable dolor de perderlo. Ninguno de ellos fue la encarnación de la duda, como Hamlet. Y a ninguno le devoró el corazón el monstruo de los ojos verdes que destruyó a Otelo y, con él, a Desdémona […]. Ninguno sufrió la infinita desolación de Edipo, el peso intolerable de la mediocridad absoluta que soportó Leopoldo Bloom […]. Imposible, por lo tanto, en mi opinión, que El Quijote sea “la obra literaria más profunda y magnífica” de toda la historia, y tampoco “la última y más grande expresión del pensamiento humano”. Son muchos los rincones oscuros del alma humana los que en él se hallan de menos». Pero, sin embargo, esa figura, tal como la vio Ortega y Gasset «se encorva» sobre la Mancha –que es el espacio del lector– «como un signo de interrogación». Lo que rastreo erudito de Del Paso, de gran observador y actitud equilibrada, nos muestra, es que esa interrogación es también una respuesta, una presencia narrativa inmarcesible. Si fuera sólo una interrogación quizás se disiparía en la respuesta, o en su imposibilidad de respuesta, pero se trata de una historia narrada, o mejor, de una historia que a su vez suscita miles de cuentos, irreductibles por tanto, salvo en su propio caminar. Se trata de «el viaje como imagen de la vida, y el viaje como aventura de la imaginación». En el caso de El Quijote, el viaje participa del monomito que, al entender de Joseph Campbell, se caracteriza por el trinomio separación-iniciación-retorno. Campbell –nos recuerda Del Paso– no cita la obra de Cervantes, pero parece encajar en dicha descripción. «El libro de Cervantes –nos aclara Del Paso– es quizás «un viaje que tiene como punto de partida la ilusión y como punto de llegada la desolación», desde la lectura de que, después de la bajada a la cueva de Montesinos y siguiendo a Harry Levin, «cada capítulo es una estación en el peregrinaje del desencanto».

El capítulo dedicado a lo que denomina «el salto inmortal de Don Álvaro de Tarfe», es decir, el paso del personaje de El Quijote apócrifo a la Segunda Parte de la obra magna de Cervantes, es de una gran agudeza interpretativa, siguiendo su método de dialogar con las aportaciones de la crítica –que a veces es un verdadero ajuste, en el mejor sentido de la palabra–. Se trata del hecho de que Cervantes toma prestado un personaje de la apócrifa Segunda Parte de Avellaneda… En cuanto a la famosa locura de Don Quijote, y su retomada cordura final, Del Paso recorre los juicios principales. Madariaga pensó que era loco sólo en relación a los libros de caballerías, como Hamlet lo era sólo «al norte-noroeste». Es la opinión de mucho otros: que es un cuerdo que decide hacer locuras. Pero otros piensan que alguien que no reconoce la resistencia de la realidad, está loco. Pero la verdad es que no siempre ocurre esto. Eric Auerbach señala que hay un Don Quijote inteligente y un Don Quijote loco. Con El Quijote, ocurre que cuando afirmamos, negamos, y al negar, afirmamos: su cualidad barroca nos impide tener una opinión única; siempre se nos escapa porque la obra en conjunto es una paradoja. Otros estudiosos recuerdan que, en la época, esta paradoja locura/cordura era un lugar común, un topos. Algo delirante –lo que ahora llamaríamos paranoico– sí que fue el ingenioso hidalgo. Pero se trata de un personaje del que no tenemos más datos de los que aparecen en el libro: es decir, es una criatura de palabras que tiene sentido dentro del libro y a él debemos preguntarle. Por eso José Antonio Maravall nos dice que «En Don Quijote propiamente lo que no hay es un desquiciamiento de la razón, sino otra cosa. Don Quijote ha llevado a cabo un total y previo trastocamiento de los datos del mundo empírico». Sin duda, y desde la perspectiva, dramatizada, de un lector de un género concreto. Carlos Fuente dijo al respecto con brillantes: Don Quijote «es una doble víctima de la locura, porque pierde dos veces el juicio: primer cuando lee; después, cuando es leído».

¿Y el famoso amor de Don Quijote? Parece tocado por una visión algo parcial, pero no incorrecta, del amor trovadoresco: la exaltación de la amada, pero desprovista de sexualidad. En alguna medida –se me ocurre leyendo los repasos críticos de Del Paso–, Don Quijote es una figura que tiene poco de la complejidad de lo humano, sólo que ese poco es central. Y El Quijote es sin duda mayor que el personaje principal, por lo que concuerdo con el pensamiento de Benjumea citado por Del Paso en su ensayo: la gran novela de Cervantes es «una biografía de su cerebro y una fisiología de sus pasiones». Es una tensión echada a andar.

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Acerca del autor:
Carmen de Eusebio
Cuadernos Hispanoamericanos

Acerca del libro:
Viaje alrededor de El Quijote
Fernando del Paso