Fecha:
15/04/2017
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) siente una gran querencia por la hagiografía. Los santos y santas asoman en no pocas de sus novelas. En varios episodios de La ciudad de los prodigios departen con el alcalde de Barcelona, a quien visitan en el Ayuntamiento. Por ejemplo, un santo plateado de Olot. O santa Eulalia, molesta porque la Virgen de la Merced le está robando plano como patrona de la ciudad. O santa Eulalia, santa Inés, santa Margarita y santa Catalina, que irrumpen en su despacho para disuadirle cuando, abrumado por las deudas de la Exposición de 1929, lo ha rociado con gasolina y está a punto de prenderle fuego. Por no hablar de La isla inaudita, la novela de Mendoza con más santos por página, entre otros san Marcos, san Mamés, san Pelagio o santa María Egipcíaca.
El autor barcelonés atribuye esta querencia a su formación religiosa y, en particular, a los relatos de martirios, “que nos fueron suministrados en abundancia y constituyen una especie de género gore para niños”. Asimismo, la achaca al poso épico que aprecia en esa literatura y echa en falta en la actual. Estos son factores que han influido en su bibliografía. Y que ahora asumen todo el protagonismo en su última obra, titulada Las barbas del profeta, que se publica en una corta edición con motivo de la entrega del premio Cervantes, el próximo jueves día 20 en Alcalá de Henares.
Este libro, atípico en la trayectoria mendocina, se aleja del habitual género de ficción y abraza, a su manera, el del ensayo. Consiste en una personalísima revisión de los episodios mayores de la Historia Sagrada, una asignatura “perfectamente excéntrica, cuya legitimidad nadie podía poner en tela de juicio, pero cuyo sentido nadie habría sabido explicar”. Una asignatura a la que, yendo más allá de lo doctrinario, Mendoza atribuye su primera fuente literaria de asombro, un inicial estímulo para su fantasía; y que califica como “una crónica desmesurada, con sus interminables genealogías, sus patriarcas y sus reyes, saturada de virtud y de crímenes, épica y mística”.
Tras unas consideraciones generales sobre la Historia Sagrada, también sobre la potencia y el sadismo de algunos pasajes inmortalizados por Caravaggio, Rembrandt, Valdés Leal y tantos otros, Mendoza desgrana en este libro sus observaciones sobre diversos episodios, desde la Creación hasta las andanzas de Sansón o Jonás, pasando por el diluvio universal o la travesía del desierto. Y lo hace en un tono similar al del coprotagonista de Sin noticias de Gurb al describir la Barcelona preolímpica: el de un marciano racional ante una situación que no parece serlo. Quizás sea lo previsible ante el misterio de esa Historia Sagrada que causó perplejidad en el joven Mendoza y alentó su espíritu crítico.
El autor quiere creer que no analiza tales materiales con indiferencia u hostilidad, sino con respeto y ánimo de estudioso. Pero quizás eso sea, en efecto, sólo una creencia. Porque, como dice sobre el propósito de la Historia Sagrada, si Dios “creó de la nada la materia y el tiempo para instalar en ellos una raza de pensamiento autónomo y libre albedrío que le honrara y sirviera por voluntad propia, le salió el tiro por la culata (…). Sabía que (los hombres) adorarían a falsos dioses, que desobedecerían sus instrucciones, que cometerían crímenes horribles y que comerían cerdo y calamares”.
Esa tendencia de Mendoza a criticar la credibilidad de tan venerables textos no le impide subrayar que en ellos descubrió las semillas de muchos recursos y formatos literarios de nuestros días. El autor de La verdad sobre el caso Savolta dice haber hallado en tales lecturas el primer relato moderno de héroes y villanos (José y sus hermanos), los mimbres de la primer femme fatale (Dalila), el fenotipo de los malos ineptos e imprevisores después adoptado por la novela y el cine negros (los filisteos), antecedentes de las historias de vampiros (Asmodeo vs. Tobías)… O, incluso, noticia de la primera perforación petrolífera en Irán (a cargo de los Reyes Magos).
Las barbas del profeta es el fruto de un encargo institucional y apremiante. No es así como le gusta trabajar a Mendoza, capaz de dedicar más de un decenio a una novela. Esta es pues, como decíamos, una obra atípica en su trayectoria. Aunque útil para bucear en el origen de su pasión por los santos o constatar, una vez más, lo lejos que le cae la solemnidad y su cercanía al humor.
Eduardo Mendoza
Las barbas del profeta
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA / UNIVERSIDAD DE
ALCALÀ. 148 PÁGINAS. 22 EUROS
Fuente: http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170414/421697606180/asombro-infantil-estimulo-literario.html
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