Fecha:
23/04/2018
El escritor nicaragüense recibe este lunes el Premio Cervantes, que reconoce a un autor que ha cultivado casi todos los géneros literarios. Cinco expertos en su obra analizan sus principales facetas
EL NOVELISTA
Balzac de Nicaragua, por GIOCONDA BELLI
Si en Nicaragua se atribuye a Rubén Darío la paternidad de la abundante producción poética en el país, le corresponde a Sergio Ramírez ser el patriarca de la novela nicaragüense. A pesar de la calidad y alcance de novelistas como Rosario Aguilar o Lizandro Chávez, contemporáneos suyos, él ha sido sin duda quien puede ufanarse de colocar la novela a la altura de la gran poesía que ha ocupado el cetro de honor en Nicaragua. Haber sido galardonado este año con el Premio Cervantes, confirma esta novedad. La narrativa de Sergio marcó época. Al convertir en ficción la realidad nos entregó, a sus compatriotas, una lupa magnífica para percatarnos del mayúsculo disparate que era la propia historia y algunos de sus personajes más emblemáticos. La mirada que en su libro De tropeles y tropelías (1971) venía retratando el sino de un país atrapado por una dinastía de dictadores, expandió su alcance durante su estancia en Berlín, del 73 al 75, con una beca de escitor. Allí Sergio escribió ¿Te dio miedo la sangre? novela que ha sido reeditada por el Fondo de Cultura Económica con motivo del Premio Cervantes y que fue publicada primero en Caracas por Monte Ávila editores en 1977 y luego por Carlos Barral en 1979. Esta obra es un complejo y desconcertante tapiz, una pantalla donde desfilan paisajes, dramas y personajes que componen el nudo de la obsesión de este autor con la patria y sus desgracias. De esa “copa de la iniquidad” pero también de su contrario: el espíritu rebelde, irreverente, creativo y apasionado del pueblo nicaragüense, procede la monumental obra de Sergio Ramírez. De Castigo divino a Margarita, está linda la mar o Ya nadie llora por mí, diez novelas dan la talla de este centroamericano cuya pluma afilada construye meticulosa y minuciosa una ficción que no tiene nada que envidiarle a la realidad. A menudo he pensado que Sergio Ramírez es el Balzac de nuestra sociedad, un retratista implacable cuya brújula apunta siempre al meollo de la condición humana y por lo mismo no es ajena ni a la soledad del monstruo, ni a los cristales cortantes del azúcar. Hay que agradecer que la pérdida en 1990 de su cargo de vicepresidente y del poder político en Nicaragua, le facilitó la recuperación de su más grande poder: la literatura.
EL CUENTISTA
Narrador nato, por EDGARDO RODRÍGUEZ JULIÁ
Los cuentos de Sergio Ramírez podrían responder a dos paradigmas: En uno de ellos el cuento amplifica su significado desde una semilla que a veces resulta en lo oscuro y esperpéntico. Estos son cuentos de gran atmósfera, cuyo impacto en el lector avanza sigilosamente. Ya en el juvenil ‘Charles Atlas también muere’ vemos esta manera de narración corta. En la reciente colección Flores oscuras pienso que esta manera alcanza su culminación. En el otro modo, más tradicional, cuentos concebidos a la manera de Chéjov, el significado se nos manifiesta oblicuo, logrando, como en Dubliners, de Joyce, los finales reveladores, las notorias “epifanías”, siempre algo enigmáticas e inciertas. Como decía Edmund Wilson sobre los cuentos de Katherine Anne Porter: “La limpieza de las oraciones, la exactitud de la frase, son engañosas aún después de haber comunicado algo”. En el cuento ‘Juego perfecto’, de la primera época de la narrativa de Ramírez, encontramos el mejor ejemplo de este modo en que también se manifiesta la perfección de su cuentística, esta vez con un leve toque de misterio. Decía Dorothy Parker sobre los cuentos de Hemingway: “Elimina los detalles con magnífica prodigalidad; mantiene sus palabras en la trayectoria corta.” Ramírez, siendo un cuentista nato, siempre intuyó estas lecciones. Y su maestría en el cuento no se queda aquí, porque además de la economía de palabras en el “tramo corto”, y hacia el significado oblicuo, es capaz de conmovernos, en tanto quedan aquellas reverberaciones emotivas, ecos del significado que, a pesar de ser casi desvelado, aún permanece discretamente callado. Sergio es un cuentista “nato”, un “natural” según la jerga del béisbol. En esto hay mucho de intuición, de un sexto sentido, muy complejo, que me indica “detente, no escribas más, hasta aquí”, así logrando ese fino equilibrio del cuento entre el ocultamiento y la llamada “epifanía” o revelación. Raymond Carver y Sergio Ramírez están en esa larga línea de verdaderos artistas del cuento que arranca con Chéjov. Pero mientras Carver a veces resulta hermético, Ramírez siempre evidencia el significado. Y esto no es poca cosa, esa diferencia entre lo amanerado y lo clásico.
EL MEMORIALISTA
La épica de una época, por ANNA CABALLÉ
Bernal Díaz del Castillo escribió sus recuerdos de soldado español en su retiro de Santiago de Guatemala, molesto porque alguien quería contarle su propia vida. Ese alguien era el cronista Francisco López de Gómara, lanzado a escribir una Historia general de las Indias sin haber salido de Valladolid. Díaz del Castillo tituló su obra Historia verdadera de la conquista de Nueva España. Una historia contra otra historia “verdadera”. Relato contra relato, nada más actual, aunque nos olvidemos a veces de la tradición con la que cargan todas las voces que se erigen en portavoces de la verdad. Al escritor y político nicaragüense Sergio Ramírez, uno de los protagonistas de la caída de Somoza, nadie le estaba disputando, con otro libro, su memoria cuando se decidió a escribir Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista, su magnífica crónica personal de lo que vino a ser una utopía compartida. Una utopía que concentró en su momento un interés mundial, al estilo del suscitado en 1936 por la guerra civil española, pero que, como en el caso de la República, se deshizo como el humo. La idea dominante es que aquella formidable experiencia que también estremeció al mundo porque parecía destinada a alterar el curso de la historia y acabar con la pobreza en Nicaragua quedó en una gran frustración que no merece ser recordada por los recelos que suscita. Sergio Ramírez se pregunta en Adiós muchachos si no es injusto el exceso de olvido caído sobre el sandinismo, convertido con el tiempo en un amasijo de sueños rotos y de esperanzas vencidas. ¿Es el sino de la humanidad, ver cómo sus ilusiones se esfuman al contacto con la realidad y todos sus intereses? El escritor nicaragüense, siempre abrumado por la melancolía de lo que pudo ser, se esfuerza en rescatar los valores de una revolución que supo crear, pese a los errores, una ambición de identidad colectiva y trastocó los valores imperantes, la conducta de los individuos y los lazos familiares, forjando una ética de solidaridad y una nueva cultura. Yo estuve allí, nos dice Ramírez, formando parte de aquella ilusión de futuro. Y, como Dickens en Historia de dos ciudades, cree que “fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos”. En todo caso, él quedaría marcado por ellos, por la muchachada del FSLN que tumbó a Somoza en julio de 1979 y por la desesperación de 1990, cuando el sandinismo perdió su oportunidad de rectificar. No había conseguido crear riqueza ni desarrollo. Pero el “adiós muchachos” de Sergio Ramírez tiene algo de “hasta siempre”. Y es que ¿quién puede olvidarse del fulgor?
EL CRONISTA
Periodismo y fantasía, por JUAN CRUZ
Hay tres sombras benéficas sobre la actitud de Sergio Ramírez, como escritor de novelas, como escritor de cuentos y como escritor en periódicos. Una es la de Tomás Eloy Martínez: la capacidad para convertir en historia fantástica un suceso que él contemplara. El cuento más íntimo de Sergio, ‘No me vayan a haber dejado solo’, tiene esa resonancia nebulosa, fantasmal, que acompaña a su amigo argentino a escribir casi todos los relatos de Lugar común la muerte, sobre todo el que incluye su fantasmal visita a Saint John Perse. El otro contemporáneo de su clase que le acompaña a la mesa de escribir (periodismo, literatura) es Mario Vargas Llosa. En este caso, son dos preocupaciones que no abundan en la actitud de Tomás Eloy (periodista antes que todo y por tanto hombre que improvisaba sus tiempos) a la mesa de redactar. Como el Nobel peruano, Sergio Ramírez es consciente de que sin constancia, sin la sujeción a la silla, mañana y tarde, no hay historia, y sobre todo no hay siquiera continuidad de la historia. Y hay un tercer ejemplo que prolonga su talento, su constancia y su amor por algo que la literatura depara solo cuando la acaricias mucho: es el ejemplo musical de la escritura que recoge de Gabriel García Márquez. Todo lo mejor de Gabo parte de su oído musical para hacer que la realidad se devuelva al papel con el ritmo que hace que una crónica no sea tan solo un cuento lleno del sonido de la realidad, sino una especie de poema que contiene tiempo, sucesos y música. Hay al respecto una crónica periodística que parece un cuento en el que están, de noche, los citados Tomás Eloy y Gabriel García Márquez con Carlos Fuentes y otros. Y con la aventura de lo que dicen Sergio no sólo construye una crónica, un hecho, sino que aventura un mundo. Como hacía Gabo en todas las crónicas que hizo como periodista casi desde que salió del cascarón caribeño. Su gran crónica, llena de amor y melancolía, pero no de rencor, es Adiós muchachos, el libro con el que cierra con sello de alto periodismo su etapa de revolucionario sin otras armas que la esperanza de servir al pueblo contra el tirano. Ese libro es su crónica de crónicas: la familia, el país, la gente, las traiciones, el amor, la sangre, la memoria y el olvido. Al final de su introducción explica: “Yo estuve allí”. Hasta en lo que parece fantasía en sus cuentos, en sus novelas y en su periodismo, este hombre habitado por tantas músicas expresa de un modo u otro que él estuvo allí. Un periodista habitado por el ritmo de la fantasía y de la verdad, está mirando en primera persona hasta aquello que de irrealidad tienen los cuentos.
EL AGITADOR
Las puertas abiertas de Centroamérica, por FCO. JAVIER SANCHO MAS
Lo llama su “nave espacial”. Es ese despacho de Managua donde escribe, separado por un pequeño jardín para conversar al fresco de la tarde. En realidad, nada más lejos de una nave espacial. En su interior, todo huele a madera, al que la humedad de Managua le da un toque a barrica como en las que envejece el whisky de malta. Otro olor salta a la vista: libros por todas partes que se rebelan contra el orden de biblioteca. La nave tiene varias puertas, y aunque se supone que se blinda en las mañanas para escribir, nunca las he visto cerradas. Antes aún que la literatura o la política, la primera pasión de Sergio es y ha sido la promoción y gestión cultural. La cosa le viene de chico. A los doce años, como en una versión nica de Cinema Paradiso, proyectaba películas desde la cabina de la única sala del pueblo (Masatepe), a cargo de su tío Ángel. Después, el gusanillo de las revistas. La más importante sería Ventana, que fundó en la universidad de León, y a la que se asomaron autores jóvenes y célebres sin perder de vista la crítica social, ineludible en la Nicaragua de entonces y de todavía. Y después, El repertorio centroamericano (en San José) o El semanario (en Managua). A partir de 2004, www.caratula.net, que no ha conocido el papel porque así, en digital, se ha convertido en la conexión más rápida de la actividad cultural de la región con el resto del mundo. Sus colaboraciones como columnista han sido puertas abiertas que agitan el debate intelectual en decenas de medios. Y también ha salido a hacer reportajes como el que escribió en Haití para la serie Testigos del Olvido de EL PAÍS Semanal y Médicos Sin Fronteras. Ha estado al frente de editoriales, como EDUCA, en Costa Rica, que consiguió una distribución por todo el área centroamericana, que hoy parece imposible. O Nueva Nicaragua, en sus años de gobierno durante la revolución, que puso a los clásicos en todo el país a precios populares. Y destaca su promoción de festivales literarios. En Costa Rica, durante los setenta, como secretario general del consejo de universidades centroamericanas, impulsó encuentros que gozaron del prestigio de invitados de todo el mundo. Y no desaprovechó la oportunidad de sumar a algunos de ellos a la causa contra Somoza, como Cortázar o García Márquez. De aquel germen procede el actual Centroamérica Cuenta, el festival literario más destacado de la región, que se celebra cada mes de mayo en Managua. Sergio se ha sabido siempre embajador cultural del istmo centroamericano, fiel a ese lema dariano de “Si la patria es pequeña, uno grande la sueña”. Y a ello le ha añadido la generosa promoción y apoyo a los jóvenes escritores en español. De eso es testigo un servidor que llegó en su día a tocar a la puerta de su nave espacial con una primera novela, o tostón de 300 páginas, que él leyó sin pereza a punta de lápiz, cuyas correcciones aún conservo como un manual de estilo. Y lo mismo con cientos de escritores jóvenes, dentro y fuera de sus talleres literarios. Prueba de ello, la edición de colecciones de poesía y narrativa centroamericana, como las que hizo con el Fondo de Cultura Económica (FCE) de México, en 2011: Puertas abiertas y Puertos abiertos. Piloto de una nave espacial que no se despega del suelo, porque nunca llega la orden de cerrar las puertas.
Fuente:
https://elpais.com/cultura/2018/04/20/babelia/1524238053_778294.html