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Chris Van Allsburg: la inquietante mirada de un niño

Fecha:
06/06/2018
Formado como artista plástico, Chris van Allsburg es, quizá, uno de los autores más prolíficos de literatura infantil norteamericana. Escritor e ilustrador de sus propios cuentos, en su repertorio se encuentran: Jumanji (1981), El expreso polar (1985) y Zathura (2002) —suerte de secuela espiritual de Jumanji en la que los personajes se enfrentan no ya a lo selvático, sino a un espacio sideral repleto de seres tomados de la ciencia ficción—, adaptados estos luego a la gran pantalla, pasando así a formar parte del imaginario colectivo de varias generaciones.

Allsburg es uno de tantos escritores que llegan a la literatura como por obra de un fatum o destino: el interés de su esposa por la literatura infantil, así como sus conexiones en el medio, terminaron por encaminar al artista plástico a escribir e ilustrar sus propios libros para niños. Quizás debido a esta manera un tanto abrupta de incursionar en el medio, es que El jardín de Abdul Gasazi (1979), su primer cuento, deja ver el interés del autor por desarrollar una literatura infantil alejada de los lugares de confort: atmósferas inquietantes y marcadas por una cierta oscuridad en donde personajes desconcertantes, movidos por el egoísmo o el orgullo, conviven junto a otros individuos cargados de esperanzas y emociones positivas en espacios donde lo maravilloso y el milagro se encuentran a la distancia de un palmo. Una obra de literatura fantástica más cercana a la tradición de los hermanos Grimm que a las historias edulcoradas que suelen consumir los pequeños lectores por elección de sus padres o del propio sistema educativo.

La prosa de van Allsburg es sencilla y elegante, y mantiene breve el texto con el fin de retener la atención de los jóvenes lectores. Sus escritos, usualmente narrados en tercera persona, son acompañados de grandes ilustraciones dotadas de un gran sentido de la perspectiva y la profundidad de campo; imágenes que parecen ser vistas desde abajo, como a través de los ojos de un niño pequeño. Este detalle, junto con la manera en que se narra la historia, facilita la inmersión en el texto como un todo sensorial. Las imágenes creadas por Van Allsburg poseen una similitud formal con los cuadros del pintor estadounidense Edward Hopper, en donde los volúmenes arquitectónicos y los espacios amplios son de gran importancia, así como los juegos de luz y los escenarios casi desolados. En las imágenes de ambos artistas se muestran elementos de la realidad ordinaria, pero existe siempre un detalle en la escena que le dice al espectador que algo en ese conjunto no se encuentra bien. Como Hopper, Van Allsburg presenta mundos silenciosos que parecen vibrar con la idea de una posibilidad… ¿De qué exactamente? No hay forma de anticiparlo.

El higo más dulce (1993), traducido al castellano por Francisco Segovia y editado por el Fondo de Cultura Económica, es una muestra representativa del trabajo de Van Allsburg como un todo. La historia gira en torno a Monsieur Bibot, un dentista inflexible, amante del orden, y a su perro, Marcel, al cual Bibot trata con fría indiferencia y reprime de forma severa. Bibot, ávido de dinero, atiende a una anciana que requería sus servicios, demostrando cierto regocijo en causarle dolor al hacerlo; en vez de pagar con dinero, la mujer le entrega dos higos que, afirma ella, pueden hacer realidad sus sueños. Él responde echándola del consultorio sin darle los medicamentos para el dolor que la señora precisaba. Los frutos, sin embargo, demostrarán su poder al hacer realidad, no los deseos de quien los coma, sino las imágenes suscitadas por su subconsciente mientras duerme. Guarda, así, el dentista uno de los higos y se prepara de forma metódica para soñar con ser el hombre más rico del mundo, fantasía de la que excluye, a consciencia, a su fiel compañero Marcel.

La historia toma un giro inesperado cuando es el perro el que devora el fruto: en la última escena Bibot despierta de su sueño para encontrarse debajo de la cama y convertido en Marcel, mientras este último, quien se encuentra ahora en el cuerpo de su amo, le dice que es hora de salir a pasear. Bibot intenta gritar y solo logra emitir un ladrido. Llama la atención de este cuento que la trama gire en torno al victimario hasta llegar al clímax de la historia, en donde se presenta el milagro: un giro inesperado, mágico, en el que las posiciones de amo y mascota se intercambian y Bibot recibe su castigo al ser colocado en una posición de alteridad. Su avaricia y su imposibilidad de sentir empatía por el prójimo las paga al encontrarse como receptor de los maltratos que solía infligir al otro.

La narrativa de van Allsburg se ve signada, así, por lo fantástico. Sus finales inesperados ocurren a través de un giro en el que la historia y los mismos personajes se trastocan. Los seres de fantasía son, exactamente, así: ambiguos, grotescos —entendiendo lo grotesco como aquello que se encuentra a medio camino entre lo gracioso o bello y lo espantoso— y capaces de conceder las más grandes bendiciones, o los más crueles castigos, todo a capricho. La anciana atendida por Bibot en El higo más dulce, ¿no sería un hada o una suerte de hechicera? Entrega al avaro dentista una herramienta mágica y en ella se encuentran la posibilidad de cumplir los deseos del inconsciente y la promesa de un oscuro destino.

Todo lo fantástico y maravilloso pasa por un acto de fe, una voluntad de creer en los milagros y en lo que parece imposible de forma racional, lo que involucra, a su vez, una cierta pureza del espíritu. Marcel ve su deseo cumplido como recompensa por su nobleza y paciencia, y porque, a diferencia de los hombres, los animales (suponemos) no conocen el bien ni el mal.

Quizá sea esta la forma de acercarse a los cuentos de van Allsburg: con ojos inocentes, mirando desde abajo y creyendo que los higos serán siempre dulces, dulcísimos, como la esperada justicia o el castigo bien merecido.

Fuente:
http://revistababar.com/wp/chris-van-allsburg-la-inquietante-mirada-de-un-nino/

Acerca del autor:
Ricardo Sarco Lira
Revista Babar

Acerca del libro:
El jardín de Abdul Gasazi
Chris van Allsburg