Fecha:
01/01/2023
Escritor y periodista. Ha trabajado en diferentes medios, y es autor de numerosas novelas, cuentos y ensayos. Ha sido también traductor y activista cultural. Entre sus novelas, “Carta del fin del mundo”, “El converso” y “Mi nombre es Jamaica”, trilogía sobre el mundo sefardí, y “Una belleza convulsa”. Ahora, publica “Odio” (Fondo de Cultura Económica).
La gente sencilla, de a pie, la buena gente…, difusa, pero identificable en sus hechos, de la que hablas en tu novela, parece estar por encima del bien y del mal, moralmente blindada ¿Por qué?
En todo esto hay una responsabilidad personal, de la que nadie quiere ni oír hablar. En todas las sociedades existe una gran pluralidad, muchos puntos de vista. Incluso en las más autoritarias, en su interior, son plurales, aunque esta pluralidad esté acallada o reprimida. Son plurales porque los seres humanos lo somos. Pero en las sociedades también existe lo que podríamos llamar una mentalidad colectiva, una línea de pensamiento mayoritaria y que, más o menos, acaba imponiéndose; que tiende a identificarse con la gente corriente, la gente común. Es la que piensa como todo el mundo, la que no sobresale particularmente por sus actos, ni valiente ni cobarde, que se limita a sobrevivir lo más cómodamente que puede y que comulga con esa mentalidad colectiva. Asume como propios y reproduce los discursos preponderantes en la sociedad. Cuando vives en un mundo pacífico, democrático, de relativa libertad, esta gente contribuye vivamente a la consolidación de ese estatus. Pero, ¿Qué pasa cuando esto empieza a alterarse? ¿Cuándo aparece la frustración y la gente comienza a tener miedo? El peligro está en que esa misma gente se convierte en el baluarte principal del horror que se avecina. Con la misma naturalidad con que antes aceptaban la libertad, acaban aceptando el nazismo o cualquier otra cosa que venga de por medio. Los grandes problemas sociales no los generan los psicópatas. Pueden, eso sí, aprovecharse de las circunstancias en las cuales se va imponiendo una mentalidad siniestra.
Hannah Arend, Jonathan Littell aluden al pacífico tendero que, al hilo de las circunstancias, acaba en carnicero sin escrúpulos en un campo de exterminio…
Arendt entra en una parte, digamos, patológica. No tanto del que mata al otro a hachazos, sino del que va firmando, registrando las órdenes para que todo eso ocurra. De todos los que están contribuyendo a que el psicópata que está al final de la cadena ejecute la monstruosidad, pero que son tan responsables como él. Quien diseña la política de exterminio judío no va personalmente matando judíos. En “Odio” juego con esa idea, porque en una de las dos historias que componen la novela, que transcurre en el Londres de 1888, el personaje. MR. Wildwood, es dueño de una tienda de bastones. Un día entra en la tienda un tal Hyde, quejándose de que su bastón se le ha roto. El comerciante acaba deduciendo que Mr. Hyde utiliza el bastón para matar, y le construye uno con cabeza de águila, puntiagudo, para que mate mejor. Pone todo su empeño de artesano al servicio de que su producto sea lo más eficaz para los fines de su cliente. En su buena mentalidad de gente de orden, está haciendo su trabajo perfectamente. Como los burócratas, que llevaban la contabilidad de cuanto gas había que comprar para las cámaras de la muerte.
¿Dónde buscar, si es posible hacerlo, este mal? ¿En la naturaleza humana, la religión, el orden de las cosas…?
Creo que la mayor parte de la gente que comete atrocidades y, sobre todo, que apoya, aplaude, permite, contribuye…, a que se cometan, lo hace siempre desde posiciones, yo diría que de buena conciencia. Eso ocurre en todo. En las religiones, particularmente, porque juegan permanentemente, no con la buena conciencia, sino con la mejor de las conciencias, ya que hablan directamente con Dios. En la toma de Jerusalén, de la primera Cruzada, hubo una matanza brutal, que el canónigo y cronista Raimundo de Aguilers, describe diciendo que el templo de Salomón se convirtió en una laguna de sangre en la que flotaban cadáveres: “un espectáculo maravilloso, que alegra la vista” ¿Por qué? Porque estaban exterminando al enemigo. Algo que también puede ocurrir en religiones laicas como, por ejemplo, el estalinismo. En los sistemas donde hay una verdad absoluta y, en consecuencia, una demonización absoluta del adversario, sea real o inventado, el odio llega a la gente, que acaba aplaudiendo monstruosidades.
La novela establece, digamos, una secuencia del ocio, en la que la primera escuela es la misoginia, que luego evoluciona hacia el racismo y la xenofobia…
En el fondo, está el odio al otro, al diferente. Es un odio por sustitución. La gente enmascara el odio hacia sí mismo porque no es capaz de conseguir las cosas. El odio contra una sociedad o unas circunstancias que te impiden lograr lo que buscas en la vida (como no tienen ni el valor ni los medios parea enfrentarse a lo que de verdad le está haciendo la vida difícil) deriva es un odio por sustitución. Hay que buscar un culpable. Porque muchas veces el culpable de tu desgracia eres tú mismo. Pero ¿Quién tiene el coraje enfrentarme a sí mismo? Siempre se busca un culpable, cuanto más ajeno, más distinto, más identificable como otro, mejor. Los primeros cursos de la escuela del odio al otro se hacen en el ámbito más doméstico, y son sobre la misoginia, el odio a la mujer que, generalmente, es heredado. Los odios, lamentablemente, se heredan.
¿Resulta el patriotismo, versus nacionalismo, un caldo de cultivo especialmente propicio a la deriva social violenta?
El patriotismo, entendido como amor a la patria, no tendría por qué ser refugio de nada. Pero le pasa lo mismo que a la religión. El hecho de creer en la existencia de Dios no tendría por qué ser algo nocivo para los demás. El problema está en que hay tendencias a que eso fácilmente derive hacia actitudes agresivas. Si construyes tu identidad nacional sobre el orgullo de ser lo que eres y relacionarte de manera fraternal con el resto de la humanidad, no pasa nada. Pero si lo haces a partir de detestar fanáticamente a tu adversario, entonces resulta muy fácil que eso acabe derivando hacia formas de intolerancia. En España, por desgracia, tenemos la peor experiencia nacionalista, que es el nacionalismo español, que ahora está de revival. Ni el vasco, ni el catalán pueden compararse a él. En cualquier caso, los nacionalismos periféricos deberían fijarse bien en el nacionalismo español para no caer en los mismos errores y horrores.
¿Y qué decir de la relación entre odio personal y el colectivo, como el que de algún modo describe Canetti en “Masa y poder”?
He vivido durante años en el País Vasco, además como periodista, y allí he visto que la violencia es un problema social, colectivo, pero también en gran medida, personal y familiar. Había odios heredados en familia. Hay odios prácticamente inevitables, y la cuestión está en como lo gestionas. Pero hay también odios preventivos. A ti no te ha pasado nada, pero odias a algo imaginario. En el País Vasco se mezclaron ambos tipos de odio. Los odios se heredan. Formas parte de una familia y el yo está lleno de historias, elementos que so son tuyos; la escuela donde te han educado; las convivencias… Toda esa suma de individualidades, van impregnándose del discurso general y viceversa.
La fealdad es también protagonista en tu novela ¿Tiene que ver con el odio, y viceversa?
La novela transcurre en los paisajes del Londres victoriano y el París de los atentados yihadistas. En literatura, las descripciones no deberían ser decorativas, sino activas. Esos espacios son el espejo del alma de esos personajes. Están en lugares feos, horrendos, sucios, de costumbres depravadas… Yo nací en el franquismo y aquello lo veía muy claro de niño. Pensaba que aquello no podía ser todo. Y fue la frase de André Bretón en el Manifiesto Surrealista “La existencia está en otra parte”, la que me ayudó a salir adelante. Cuando me fui del País Vasco a París me topé con una belleza que te cura el alma. Allí fui donde me di cuenta de que la belleza ayuda a vivir.
¿Es, en, en fin, el miedo la madre de todas las batallas del odio?
En Perú, un grupo de periodistas fueron masacrados por los lugareños de una localidad que los tomaron por guerrilleros de Sendero Luminoso ¿Por qué? Por extraños, por raros, por ser de ciudad, porque venían de otro sitio, porque no son como nosotros… O sea, el enemigo. El culpable de todo lo que ha pasado, pasa y pasará. Ese mecanismo esencial del miedo y la frustración está en el origen del odio y sus manifestaciones.
Fuente: https://www.eltriangle.eu/es/2023/01/01/el-mecanismo-del-miedo-y-la-frustracion-esta-en-el-origen-del-odio/