Fecha:
22/02/2009
Aunque casi sea empezar por el final, lo primero que habría que decir es que Juan Arnau ha encontrado, de entre la inmensa selva de los estudios budistas e hinduistas, un tema nuevo: a nadie se le había ocurrido hasta el presente ni en español ni en ninguna otra lengua, en la medida de mis conocimientos, estudiar de modo conjunto a representantes de tres escuelas filosóficas de la India antigua (los materialistas o carvakas, los budistas madhayamikas y los hinduistas del advaita vedanta) en lo que tienen, algunos de ellos, de rasgo común característico: un uso de la lógica en los debates dialécticos, tan frecuentes en aquella época, que destroza sus mismos fundamentos metafísicos, su carácter prepotente y su valor de prueba filosófica, política, religiosa o social.
Los vitandines de las tres escuelas, en efecto, se convertían en expertos en lógica para poder desactivarla con más eficacia, lo que hacían, entre otros métodos, reduciendo al absurdo las ideas y los vehículos mentales de éstas (los silogismos) del adversario, cuidándose de no aportar ideas nuevas (el vitandín no tiene ocurrencias o teorías sino martillos y carcajadas) o descubriendo el truco de magia, la tramoya, que sostiene la ilusión colectiva del pensamiento, la verdad o los principios morales. Teniendo a la ironía o al escepticismo como principales aliados (no todos ellos eran escépticos), los vitandines efectúan una crítica en acto del lenguaje, que vela y aleja la realidad en vez de iluminarla y aproximarla; de los discursos cerrados y conclusivos, que se transforman en cárceles de aquellos a los que engloba (una cultura, un pueblo, una escuela filosófica o religiosa, una teoría política); de la certeza, que se presenta como un triunfo de la lucidez y de la voluntad cuando no es más que una añagaza, un lazo para atrapar incautos; y de la misma mente como centro de operaciones de nuestro trato con la vida y con lo vivo. Los vitandines creen en la metáfora y en la intuición, dos maneras de señalar lo inefable sin confundir, por parafrasear una famosa anécdota zen, el dedo con lo apuntado por éste, pero no creen tanto en ellas como para obligarles a formar parte de un plan o de una teoría (de una creencia): la metáfora y la intuición, que nacen en lo abierto, agonizan cuando se las clausura convirtiéndolas en dichos (nichos), en aforismos, en retórica, en partes de una argumentación, en llaves de un cofre dialéctico.
Los vitandines, por todo esto y muchas otras cosas que se tratan en el libro de Juan Arnau y que es imposible siquiera repasar en la brevedad de una reseña, están, paradójica y felizmente, de actualidad y se instalan de pleno derecho en el seno de muchas de las discusiones filosóficas y poéticas contemporáneas; por no mencionar el peso que siguen teniendo en el budismo y en hinduismo de hoy (el zen, que casi se podría decir que está de moda, la no dualidad del advaita vedanta, que ha inspirado tanto movimientos espirituales como científicos, desde Ramana Maharshi a la física cuántica, o la influencia creciente de un Nãgãrjuna). La actitud y ejemplo de los vitandines se roza en aspectos esenciales con las reflexiones de Rorty, Derrida, Paul de Man, Foucault, Nietzsche, Wittegenstein, Camus, Khun, Ricoeur, Valery o Deleuze entre otros muchos.
Juan Arnau, en un libro espléndidamente escrito, elegante sin manierismos, erudito sin apabullar y cautivador en su manera de relacionar el pasado con el presente, oriente con occidente, pone en estas pocas páginas materiales que por fuerza han de interesar a los filósofos (al filósofo del lenguaje, al de la mente o al lógico), a los orientalistas, a los poetas (qué de párrafos y páginas enteras, que parecen declaraciones poéticas de poetas en activo, harán las delicias de los practicantes de o aficionados a la poesía), a los teóricos de la literatura, a los historiadores de la religión e incluso a los políticos, que han hecho del uso de la argumentación persuasiva su verdadero oficio, si estos últimos se aventuraran de vez en cuando en los cálidos laberintos de las librerías. Y qué curioso, por regresar al principio, que los vitandines como tema de estudio y como referencia intelectual no hayan aparecido hasta ahora juntos en un libro ni, por separado, se les dediquen apenas parágrafos o notas al pie en las historias del budismo o del hinduismo. Desidias de la academia o acierto del autor, en cualquier caso este libro parece haber llegado, por las razones apuntadas con anterioridad, en el mejor momento posible.
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