Fecha:
18/10/2009
Alex J. Bellamy analiza los argumentos y principios que han rodeado a la tradición de la guerra justa para intentar responder a la pregunta de en qué circunstancias puede ser legítimo luchar y matar. Una controversia renacida después de que la guerra haya degenerado en barbarie genocida y a la vez que nuevas intervenciones se intentan justificar como guerras humanitarias.
Aproximadamente en el año 45 a.C., Cicerón escribió que había dos maneras de resolver una disputa: mediante la discusión o por el uso de la fuerza física. Su conclusión es que:
La primera es propia del hombre, la segunda lo es de las bestias; debemos, por lo tanto, recurrir a la fuerza sólo cuando no podemos valernos de la discusión. Por consiguiente, la única excusa para ir a la guerra es poder vivir pacíficamente sin sufrir daño alguno; cuando se logra una victoria, debe perdonarse a todos aquellos que no han demostrado ser sanguinarios ni bárbaros en el ejercicio de la guerra.
Si no se establecen limitaciones éticas ni legales a la decisión de iniciar una guerra (jus ad bellum) y la manera de conducirlas (jus in bello), ésta no es más que el uso de la fuerza bruta; no se distingue, por la lógica, de la matanza masiva. La guerra suele presentarse de este modo. Desde el saqueo de Jerusalén por los cruzados cristianos en 1099 y la guerra de los Treinta Años que devastó la Europa del siglo XVII hasta el asesinato de millones durante la Segunda Guerra Mundial y -más recientemente- en el África subsahariana y los Balcanes, la guerra ha descendido hasta convertirse en violencia genocida; hay quienes, por ende, argumentan que siempre tiene esa forma (Booth, 2001; Shaw, 2003: 103). Pero no es necesariamente así (Keegan, 1993). Durante la Edad Media, el código de caballería regía las relaciones entre caballeros; se creó un complejo sistema de reglas respecto de la captura, el trato de los prisioneros y su rescate. La masacre que se llevó a cabo durante la Primera Guerra Mundial estuvo casi exclusivamente dirigida a los combatientes; fue brutal y horrorosa, pero no irrestricta. Aun en los momentos más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, hubo algunos atisbos de restricción. Durante los 18 primeros meses de la guerra, Gran Bretaña y Alemania respetaban la prohibición de bombardear sus respectivas ciudades y trataron a los prisioneros de guerra con un nivel básico de humanidad durante el transcurso de todo el conflicto. Según el famoso estratega prusiano Carl von Clausewitz (1993: 77), "la guerra" debe entenderse "como nada más que la continuación de la política por otros medios". La guerra refleja la política que la impulsa. Cuando las guerras están impulsadas por el absolutismo religioso o ideológico, doctrinas de superioridad racial, pretensiones nacionalistas territoriales, la acumulación de poder económico y político por medio del terror o disputas acerca de la naturaleza del orden nacional mismo, es muy probable que se degraden a la barbarie. De hecho, la mayor parte de las matanzas masivas del siglo XX fueron llevadas a cabo por Estados que intentaban imponer una ideología particular o una ortodoxia racial a otros, a menudo a sus propios ciudadanos. Es importante reconocer que la naturaleza de la guerra toma la forma de la política sobre la que está basada y, como tal, la guerra puede resultar más o menos limitada, puede obedecer ciertas reglas. Es esta posibilidad de distinguir entre una guerra "mejor" y "peor", legítima e ilegítima, lo que la separa de la "fuerza bruta" y abre la puerta a un compromiso normativo.
La tradición de la guerra justa es una conversación sobre la legitimidad de la guerra que se viene desarrollando desde hace dos mil años; con el tiempo ha cristalizado en torno a varios principios centrales y subtradiciones. Michael Walzer basó su histórica explicación de la diferencia entre las guerras justas y las injustas en lo que describió como "convención de la guerra", la representación habitual de la tradición de la guerra justa. Según Walzer, la convención de la guerra surgió de "las normas articuladas, costumbres, códigos profesionales, preceptos legales, principios religiosos y filosóficos y acuerdos recíprocos que definen nuestra opinión de la conducta militar". La convención de la guerra define nuestras opiniones sobre ella. Provee un marco justificatorio; un lenguaje que pueden usar soldados y políticos para transmitir la legitimación de sus acciones y que los amigos, enemigos y espectadores usan por igual cuando se trata de evaluar dichas pretensiones. (...) La convención de la guerra no se limita, no obstante, a proveer un marco para el juicio. Puede también restringir y permitir ciertos tipos de actividad. Como lo expresó Walzer, "aunque la caballería ha muerto [...] los soldados profesionales (o algunos de ellos) siguen teniendo cierto grado de sensibilidad respecto de los límites y restricciones que distinguen su trabajo de una mera carnicería".
Las Fuerzas Armadas y los dirigentes políticos se ven de esta manera inhibidos de actuar en forma que no puedan justificarse haciendo referencia a la convención de la guerra. Esta afirmación está acompañada de tres limitaciones. Primero, presupone que los actores desean ser legítimos dentro del orden internacional imperante. Es menos probable que se sientan obligados a obedecer la convención de la guerra aquellos actores que desean cambiar el orden por la fuerza, que no tienen mayor interés en establecerse o mantenerse como actores internacionales legítimos o que piensan que sus acciones en contra de la ley no provocarán una respuesta negativa. Segundo, no emite juicio alguno sobre la plausibilidad de los argumentos justificatorios. Es célebre la declaración de Arthur Watts acerca de que un argumento legal sólo requiere que pueda "demostrarse que no es absurdo" y a partir de entonces las consideraciones políticas determinarían si un acto en particular se considera aceptable o no. Esto es pertinente para la convención de la guerra. El permanente predominio de la idea de la necesidad militar y de lo que Walzer describe como "ética de emergencia" dentro de la convención de la guerra otorgada a soldados y políticos una considerable libertad de acción para justificar actores que en otras circunstancias estarían proscriptos. Tercero, se presenta el problema de la indeterminación: mientras que podría haber un amplio acuerdo acerca de la naturaleza de la convención de la guerra, no hay suficientes puntos de referencia en común para generar acuerdos en casos específicos.
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En este punto es importante tener en cuenta y reconocer que, en varios aspectos significativos, lo que suele denominarse "teoría de la guerra justa" (por ejemplo, Elshtain, 1992; Evans, 2005) no se refiere a las guerras "justas" y sólo es una "teoría" en un sentido muy lato. No debe leerse el uso que hace la tradición de la palabra "justa" como si implicara que su función es justificar la guerra o considerara que la guerra propiamente dicha es buena. Muchos pensadores asociados con la tradición detestaban la guerra pero la reconocían como un hecho social. Investigaron las circunstancias que hicieron "justificables" algunas guerras, pero no otras. Los criterios que desarrollaron eran herramientas para evaluar y criticar las acciones de líderes políticos y soldados. No alabaron a los guerreros; intentaron precisar las condiciones que hicieron censurable el trabajo de esto en mayor o menor medida. La tradición de la guerra justa, por lo tanto, se relaciona con el mal menor (véase Ignatieff, 2004). Reconoce que la guerra siempre tiene consecuencias dañinas -en particular, las muertes de los no combatientes-, pero que hay algunos males que son peores que el mal de la guerra propiamente dicha.
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Dentro de la tradición de la guerra justa en su conjunto hay una miríada de subtradiciones, que incluyen el escolasticismo, el neoescolasticimo, el derecho canónico, la caballería, la guerra santa, el derecho natural laico, el derecho positivo, diversas formas de "reformismo" y realismo. En la actualidad, es posible categorizar estas subtradiciones a grandes rasgos en tres tipos (derecho positivo, derecho natural y realismo) que se discuten luego más detalladamente.
(...) Ciertos críticos sostienen que la tradición es claramente europea; incapaz, por lo tanto, de proporcionar un marco común, global. Robert Myers, por ejemplo, insiste en que la tradición fue elaborada para adecuarse a los intereses de la Iglesia y el Estado; la Iglesia, por ende, sancionaba el uso de la fuerza al servicio del arte maquiavélico de gobernar y a cambio recibía el padrinazgo y la protección del Estado. Si bien es verdad que la tradición tiene raíces europeas, existen por lo menos cuatro razones para poner en tela de juicio la idea de que esto debilita el papel que desempeña. Primero, como sostiene Jack Donnelly, no es razonable alegar que una idea que tiene sus orígenes en un lugar determinado no puede ser adoptada en otro. Si así fuera, muchas ideas y tradiciones que se adoptan y se practican de manera intercultural nunca podrían haber atravesado esas barreras. Segundo, la tradición de la guerra justa abarca el derecho positivo y casi todos los Estados del mundo forman parte de la Carta de las Naciones Unidas y de los convenios y protocolos de Ginebra que gobiernan en el jus ad bellum y el jus in bello. Por consiguiente, casi todas las comunidades del mundo han aceptado -por lo menos de manera formal- las leyes más elementales que gobiernan la guerra. Tercero, la mayoría de las tradiciones religiosas y filosóficas del mundo contienen reglas que no difieren de la tradición de la guerra justa. Existe, por lo tanto, un "consenso superpuesto" en torno a las ideas fundamentales de la tradición de la guerra justa: muchos pueblos llegan a conjuntos de normas similares desde perspectivas muy diferentes.
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La tradición de la guerra justa es en sí misma una prolongada conversación normativa que ha cristalizado en torno a determinados principios que Walzer ha denominado "convención de la guerra". Este libro presenta un enfoque nuevo, según el cual lo que se considera legítimo en cada caso depende del equilibrio entre los tres conjuntos de valores contenidos en las principales subtradiciones de la tradición de la guerra justa: el derecho positivo, el derecho natural y el realismo. ¿La tradición sólo se aplica a las guerras en el sentido clausewitziano? En mi opinión, la tradición se aplica a todas las formas de violencia política, se hayan ganado o no la denominación de guerras. Hay para esto tres razones. Primero, separar la guerra formalmente de otras formas de violencia política parece arbitrario. Segundo, algunos aspectos del derecho positivo relacionados con la guerra, como los protocolos de Ginebra de 1977, son aplicables a todos los "conflictos armados". Finalmente, las disputas acerca de la clasificación de un determinado conflicto armado dentro de la categoría de guerra suelen llevarse a cabo en el ámbito del derecho positivo y son importantes porque determinan qué tipos de leyes deben aplicarse: la ley de los tiempos de paz o las muy diferentes leyes de la guerra.
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