Fecha:
06/02/2013
En un poema en prosa que Celan escribió en Bucarest, su estación de paso antes de Viena y París, el narrador pregunta, en un contexto de sublime belleza surrealista, "¿Dónde está el cielo? ¿Dónde?". En realidad se trataba de una pregunta retórica porque Paul Antschel, para entonces ya Paul Celan, intuía si no dónde estaba sí al menos dónde buscarlo, a riesgo no obstante de encontrar además el infierno: toda instancia trascendente está en el lenguaje, en lo que él llamó con el don único que tuvo "la reja del lenguaje".
En la primera "carta" (en Tiempo del corazón, FCE, 2012) que le escribe a la poetisa austríaca Ingeborg Bachmann a la que amó como no había amado ni amaría nunca a nadie, de fines de junio de 1948, escrita como dedicatoria a un libro de imágenes de los cuadros de Matisse, Celan le ofrece su poema "En Egipto", en el que se dirige a ella denominándola "la extraña", "Fremdem", "la extranjera". El narrador se habla a sí mismo, él es quien yace con la extranjera, quien adorna a la extranjera con el dolor de las mujeres judías ahogadas y asesinadas (Rút, Miriam, Noemí), un tú al que se le imponen (¿por parte de quién?) nueve mandamientos explícitos e inciertos.
Bachmann, a quién le gustaba escrutar cada palabra escrita que caía ante sus ojos, y mucho más las que escribía quien fue el gran amor imposible de su vida, y saber con exactitud qué cosa era lo que se decía en cada caso, y la situación que de ahí se derivaba para ella, para sus afectos, jamás llegó del todo hasta el fondo de ese tú que era Paul Celan. Un Celan que se desdoblaba, no ya en autor/narrador/protagonista, sino en varios Celanes en uno. ¿Era esto sólo consecuencia de la enfermedad? En un libro que acaba de publicar Pretextos (Literatura como utopía), en la tercera conferencia de Frankfurt, que Bachmann dedica a examinar la relación entre poeta y narrador (en Proust, en Tolstoi, en Svevo y en Beckett), apunta algunas pistas para este misterio central en la literatura de todos los tiempos: la identificación posible/imposible entre autor y narrador.
Hay un tercer elemento (además de la ley y el lenguaje) en toda conformación vital: Eros, la dura legge d´ Amor de la que habló Petrarca. "Cuando te encontré fuiste ambas cosas para mí: lo intelectual y lo sensual. Eso no podrá separarse jamás, Ingeborg", escribe Celan el 31 de octubre de 1957. Quizás se trate de la carta más importante del epistolario. Han pasado años desde el encuentro y la separación. El poeta se ha casado y tiene un hijo. La verdad es que el drama estaba servido desde mucho antes ("te amo y no quiero amarte, es demasiado y es demasiado duro, pero te amo por encima de todo", le había escrito ella ya seis años atrás). Entre ellos se abre la grieta de la Shoah. La grieta de la culpa y la inocencia. La propia y la de los padres. Ingebor Bachmann no responde por escrito a la carta de octubre del 57 que he citado. Hablan por teléfono. "A veces te hablo como si estuvieras sólo allí, y a menudo enmudezco cuando me doy cuenta de que tú estás con todo allí, cuando me doy cuenta de que yo estoy con todo aquí. Pero después pondremos claridad, y no más confusión, ¡y saldremos a buscar la lámpara!" (carta de 14 de noviembre de 1957). Pero esa lámpara era la lámpara de Orfeo.
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