Fecha:
19/09/2013
"YO CUANDO ESCRIBO TAN SÓLO soy una sensibilidad." Lo dijo Virginia Woolf, una de mis escritores preferidos. Yo no distingo entre autores hombres o mujeres, entre literatura masculina o femenina. Sólo me interesa la buena literatura. El talento de la persona que me cuenta una historia y al hacerlo me abstrae, me lleva de viaje, me emociona, me golpea en el estómago, me abre la mente, me descubre otra realidad posible o me hace reir con inteligencia y sana sonoridad. "Yo cuando escribo tan sólo soy una sensibilidad." Lo dijo Virginia Woolf. Pero también pudieron haberlo dicho Colette, Marguerite Yourcenaur, Dorothy Parker, Isak Dinesen o Carson McCullers entre otras escritores a las que les debo muchas horas de placer ensimismado, enseñanzas y huellas que deja en la memoria la literatura de pies desnudos al borde del abismo o en la poesía del remanso.
"YO CUANDO ESCRIBO TAN SÓLO soy una sensibilidad." Lo dijo Virginia Woolf. Y lo certifica Anna R. Ximenos en un hermoso libro, publicado por Fondo de Cultura Económica, en el que reúne las sombras de un grupo de mujeres que fueron ellas mismas en un instante de la memoria, en un tranche de vie en el que Anna R. Ximenos relata la esencia de estos yoes tan diferentes, tan iguales. Algunas de ellas son las nombradas más arriba. Pero hay más en estas páginas en las que ARX debuta con una prosa que tiene música de piano, que suena como el miedo del viento entre los árboles, que nombra las sombras que se reflejan un instante en el espejo. Una pequeña literatura que expresa con brillantez lo difícil que es amar; el valor de ser uno mismo en medio del silencio. Y junto con esta prosa, en la que hay drama y ternura, penumbra y luz, están esas escritoras y pensadoras que se tuvieron que mirar dentro de ellas o dentro de un instante de vacío. Por eso, seguro, estas vidas se llaman Interior Azul.
INTERIOR AZUL. ¿Será ese el lugar y el color de la sensibilidad, del dolor, de la poesía, de la transgresión, de la soledad en la que uno puede mirarse a sí mismo, huir, responderse lo que el mundo no contesta? La respuesta la tiene Anna Ajmátova que espera y no desea que su hijo le vuele una carta clandestina desde cualquier campo siberiano de concentración donde lucha porque no le despojen de la identidad, de la última dignidad que puede haber en un poema, en una palabra que sangra sobre la nieve. La tiene el vino de la locura y del amor que consume a Marguerite Duras, mientras Yann escribe lo que ella le dicta. La tiene también la poesía que brota del thorazine y del tabaco con el que Anna Sexton sonríe triste (todas las heroínas de este libro sonríen tristes e intentan escribir una palabra que se les atrasa, un miedo al que dejar atrás) mientras se duerme, mientras desnuda su alma y se la da al doctor O. Hay igualmente relatos con los que Anna R. Ximenos transita por la filosofía, la capacidad de lucha, la sexualidad, la ética de otras protagonistas transgresoras y lúcidas, que unas vece fueron víctimas de la incomprensión de su mundo, y otras de su propia personalidad. Y hay perfectas piezas de relojería que detienen el tiempo del lector. Me quedo con la historia de Mary Wollstonecraft cuyo sueño del nombre de una hija es muchos sueños, el encuentro fugaz con un futuro que también tiene páginas en el libro y que también fue, años después, el sueño de un monstruo que se sintió criatura. Me quedo con la vespa azul que Linda Campbell roba de la playa para darle una vuelta a la vida e imaginar pequeñas delincuencias. Me quedo con Carson McCullers que aprende a no tener miedo. Y me quedo, claro está, con ese relato de inseguridad literaria, de radiografía sutil de la locura, qué extraño, en el que vemos claramente que Virginia Woolf, cuando escribía, tan sólo era una sensibilidad. La misma que nos regala Anna R. Ximenos en este libro azul.
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