Fecha:
31/05/2018
Juan Ángel Vela del Campo, crítico musical y profesor del Máster Universitario en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo, ha dirigido la colección Historia de la música en España e Hispanoamérica, publicada en ocho volúmenes por Fondo de Cultura Económica.
Este ambicioso proyecto editorial, que se presentó el pasado 10 de mayo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, ofrece un recorrido por la música en España e Hispanoamérica de todos los tiempos, en una estructura cronológica dividida en 8 etapas:
Volumen 1: Desde los orígenes hasta c. 1470
Volumen 2. De los Reyes Católicos a Felipe II
Volumen 3. La música en el siglo XVII
Volumen 4. La música en el siglo XVIII
Volumen 5. La música en España en el siglo XIX
Volumen 6. La música en Hispanoamérica en el siglo XIX
Volumen 7. La música en España en el siglo XX
Volumen 8. La música en Hispanoamérica en el siglo XX
La presentación de la obra contó con las intervenciones de Teresa Catalán, Premio Nacional de Música 2017; el director editorial de la colección, Juan Ángel Vela del Campo; Francisco Ruiz, gerente general del FCE, y el ensayista musical y psicoanalista, Arnoldo Liberman.
Por su profundidad y hondura, damos a continuación el texto leído por Arnoldo Liberman en dicho acto.
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Arnoldo Liberman | Fòrum Internacional de Música de Valencia
En su libro El misterio de la ópera, Norma Sturniolo cita de epígrafe una frase de Juan Carlos Onetti que quiero reproducir: “Todo lo que nos sorprende es justamente aquello que confirma el sentido de la vida”.
Paráfrasis de Horizonte, poema de Vicente Huidobro a la música:
Eras tan hermosa
Que no pudiste hablar.
En tu pecho algo agonizaba.
Eran verdes tus ojos
Pero yo me alejaba.
Eras tan hermosa
Que aprendí a cantar.
“No solo de Bach vive el hombre” (Álvaro Torrente).
Como todos sabemos, el conocimiento orgánico sistematizado, el recorrido histórico riguroso y el detalle original, significativo y necesario, es siempre emergente -cuando es ambicioso- de una actitud grupal, de una búsqueda y una realización colectiva.
Hoy estamos frente a ese desafío: una Historia de la música en España e Hispanoamérica, bajo la dirección de Juan Ángel Vela del Campo, capitán de este trasatlántico de ida y vuelta de artistas musicales españoles e hispanoamericanos, acompañado por la selecta y, por momentos notable, presencia de valiosos colaboradores, y llamado a convertirse en referente indiscutible de la música de nuestros continentes, de esa realidad polimorfa y fascinante llamada música.
Un esfuerzo único en nuestra bibliografía musical, digno de aplauso de todo melómano que se jacte de tal. El melómano es, en este caso, como en otros casos, un tejedor de humo, es decir, alguien que sabe que encontrar es cancelar una búsqueda, y que perderse cada vez que encuentra es abrir puertas a la percepción del asombro. Él es consciente -¡y de qué manera!- que la música es luz cantada, el sonido lúdico que vuelve a hacer oír su voz en el mismo instante en que enmudece, y esa es su razón mítica, su inmortalidad.
Cuando observo con auténtico asombro el descomunal y creativo esfuerzo que significan estos ocho tomos de la historia bibliográfica de hoy, este notable gol coral -como diría un futbolero- no puedo evitar sentir otra vez que la música es un mito y que hoy tratamos de abarcar ese mito como la expresión más acariciada de nuestra sensibilidad. Cada uno de nosotros tiene en sí mismo su conocimiento de lo que es la música, su singular corchea; y aunque esto parezca banal, es notablemente elocuente, porque la música es siempre un desbordamiento de lo individual en un pentagrama.
Un amigo que me ayudó a adentrarme en el mundo musical cuando llegué a España, don Federico Sopeña, ese primer mahleriano, me dijo una vez: “Cada ser humano tiene su propia corchea. Y cada una suena distinta de las demás”. Lo aprendí incluso como imperativo ético. Un verdugo sutil y puntual nos ha privado de los medios de llegar a ser dioses instalados en la eternidad. Para nosotros esa eternidad es inconquistable. Nuestra eternidad posible es apenas un instante, y lo es todo en ese instante, porque sólo poseemos lo que perdemos y, en ese movimiento permanente y múltiple, somos deseo, deseo del deseo y fuego que se quema a sí mismo.
Cuando llega a mis manos una colección de esta categoría (de esta categoría que llamaría única), mi sentido de la historia se acomoda jubilosamente a la perspicacia y la responsabilidad de seres que acompañan nuestra vida y que hacen del melómano un depositario privilegiado de nuestra sed de corcheas.
La música se transforma así no solo en minuciosa cronología de una historia exhaustiva, sino en la fantasmagoría instantánea de un sentimiento de eternidad. Por un instante somos eternos y por eso nunca dejaremos de agradecer que esfuerzos como este nos arropen en nuestra necesidad de saber y en ese otro aspecto que siempre señalo: la música toda como expresión de un algo de religiosidad, de ese algo místico del que hablaba Wittgenstein, ese instante que San Juan de la Cruz decía: “Quitadlo todo para que yo pueda ver”; ese algo más allá de lo puramente objetivo que se oculta debajo de una corchea.
Juan José Carreras -uno de los coprotagonistas de esta búsqueda- nos dice que ya Voltaire, con perspicaz ironía, advertía que el secreto de aburrir al lector era querer decirlo todo. Bueno, corremos el riesgo, pero esta estupenda historia trata de decirlo todo a través de historiadores e investigadores que saben lo que dicen, que incluso hablan del inframundo, como diría Teresa Catalán.
Claro que yo no soy un predicador realista ni un positivista fascinado con el Siglo de las Luces, y es verdad que tengo un coté romántico y, cuando la palabra no me alcanza, me habita una exigencia más alta, casi mística. No se necesita de la genuflexión para compartir la voluptuosidad sonora que brota de los pentagramas de Falla, Albéniz, Ginastera o Gustavino; ni de las palabras de Pedro Henríquez Ureña, de la prosa de Juan Rulfo, de José María Argüedas o de Roberto Arlt; ni de los eternos versos de Luis Rosales, Federico García Lorca, César Vallejo, Pablo Neruda o León Felipe; o de las geniales artimañas de Camilo José Cela, Jorge Luis Borges, Jorge Icaza o Max Aub; ni me siento obligado a incluirme en ningún ritual de iglesia -de cualquier iglesia musical- cuando el sentimiento de lo sagrado me invade hasta la conmoción oyendo el delirio musical del Quijote, los pentagramas dolidos de Olavide, las búsquedas poemáticas de mis compatriotas Fabián Panisello o Graciela Jiménez, el pulso estremecido de Rosa Torres Pardo, la voz de Elena Gragera y las teclas de Antón Cardó en los lieders de Alban Berg y en las canciones españolas, los inquietantes interrogantes de Luis de Pablo o la enérgica y vibrante danza, la notable Printzisaren, de Teresa Catalán.
Una vez oí a Vela del Campo señalar que el afán de inmortalidad y su conciencia endeble de lo huidizo se conjuntan para dar perfil a un personaje inolvidable de la literatura latinoamericana que -como lo recuerda Juan Ángel- es una mezcla de Rigoletto y Wozzeck: el personaje se llama Conde de Orsini y es el protagonista príncipe de Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez y Ginastera.
En este itinerario que se propone hoy al lector, esta historia está habitada por personajes inolvidables como el que nos lleva a senderos de exploración, reflexión y lucidez a través de los siglos, que enriquecen notablemente nuestro conocimiento y nuestra avidez de diálogo aleccionador para todo aquel que inicie una requisa sobre el tema.
En tiempos como estos, donde la dignidad humana parece estar en liquidación; donde cualquier candidato político nos vende no sólo un paraíso irrealizable (o perdido) sino la osamenta de una honestidad siempre quebradiza; donde corremos el peligro de perder todo sentido auténtico de lo trascendente; donde el mundo mismo parece no tomar conciencia de que estamos repitiendo un desarrollo histórico que nos llevó a la humillación y la autodestrucción, a la anomia colectiva y al triunfo de los mezquinos intereses creados; a ese latido de desconcierto que late bajo la alfombra del disimulo, historias de la música como la de hoy -digo- nos reconcilian no sólo con el mundo editorial sino con la madera misma de la que está hecho el ser humano.
Les aseguro que ante la propuesta cotidiana de los periódicos o de la televisión sobre lo que sucede en el mundo, mi respuesta será arrojarme sobre estos libros con la fantasía de una lectura redentora que me haga vivir -y pensar, como lo dice Vela del Campo- las claves necesarias para gozar de la música con más enjundia, subrayando sus prioridades e indagando en sus rebeldías.
Cuando Vicente Huidobro nació a lo que él llamó creacionismo -ese movimiento poético del primer tercio del siglo XX- lo hizo con una elemental reflexión que les comunico: “Si la luna vista desde la tierra parece un limón, está justificado poéticamente decir ‘una luna amarga’ atraviesa el cielo”. Eso mismo fue el puntapié inicial de muchas búsquedas, metáforas y similitudes que se alojaron en los pentagramas modernos y contemporáneos. Allí nacieron la mirada abstracta, el hincapié en el efecto lírico, la disonancia y el carácter polígloto del creacionismo y de tantos otros movimientos poéticos y musicales que hoy nos alimentan.
Esta historia que hoy presentamos es una síntesis notable de esos pentagramas que hicieron a través de los siglos que la luna tuviera gusto amargo y, ¡ay!, tan dulce.
Celebramos, pues, esta quijotada admirable donde este inmenso crisol de culturas españolas y latinoamericanas, este pentagrama entrañable que abarca las corcheas de España y de Hispanoamérica, esta convivencia de cosmovisiones que dice nuestro perfil múltiple y compartido, esta utopía de la que se jactaba Pedro Henríquez Ureña tengan hoy en estas páginas de amor y corcheas su correlato más emocionante y su muestrario de los más asombrosos contrastes (esa “mezcla de sabores” que en una época me llevaron de Cervantes a Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa, y que hoy me remiten gozosamente, a través de esta colección, de Tomás Luis de Victoria a Felipe Pedrell, a los abuelos musicales Halffter, Bernaola y Antón García Abril, y de ellos a Mauricio Sotelo y José María Sánchez Verdú, a Jesús Rueda y David del Puerto, a Zulema de la Cruz y José Manuel López López, para solo mencionar a mi más conocidos), y punto de encuentro y referente indiscutible de una unidad esencial por encima de los oleajes, que nos llevan dichosamente a un intercambio recíproco con las playas sonoras de Latinoamérica y el corazón de España.
Bienvenido entonces este notable esfuerzo creativo de parte del Fondo de Cultura Económica que festejamos jubilosamente.
Muchísimas gracias.
Arnoldo Liberman
Juan Ángel Vela Campo
Juan Angel Vela del Campo (Bilbao, 1947) es Académico de Número de la Real Academia de Gastronomía, ensayista y ha desarrollado tareas de divulgación cultural en prensa, radio y televisión durante las tres últimas décadas. Fundador y director del proyecto Opera digital del Liceo de Barcelona durante sus cuatro primeros años, es director cultural del programa Tutto Verdi de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera y director cultural de Tutto Verdi de la ABAO, Bilbao. Director de la Historia de la Música en España e Hispanoamérica, título editado por el Fondo de Cultura Económica. Es consultor de la Escuela de Altos Estudios Musicales de Galicia. Premio de la Crítica del Fondo de Cultura de Salzburgo en 2000, dirige con asiduidad cursos en universidades españolas, además de impartir conferencias en diferentes instituciones dentro y fuera de España.
Fuente:
http://www.culturajoven.es/la-unidad-esencial-las-musicas-espana-e-hispanoamerica-arnoldo-liberman/