Fecha:
02/07/2016
Charlas de café
Santiago Ramón y Cajal
Edición de Francisco Fuster
Fondo de Cultura Econónica. Madrid, 2016.
Aparte de su obra científica, Santiago Ramón y Cajal es autor de varias obras literarias de desigual valor. Las más interesantes de las mismas son Mi infancia y juventud, que no fueron las que esperaríamos en quien estaba destinado a ser uno de los grandes investigadores de todos los tiempos, y estas Charlas de café, que ahora reedita Francisco Fuster, con el añadido de un breve prólogo y unas escuetas notas informativas (no señala un clamoroso error del autor –atribuirle a Manuel Machado una afirmación de su hermano Antonio– y deja escapar errores de escaneo: un “hondero”, p. 243, se convierte en “heredero”).
Charlas de café es una miscelánea de “pensamientos, anécdotas y confidencias” –según se lee en el subtítulo– que fue modificándose desde la primera edición, de 1920, hasta la última, de 1932, que es la que Fuster reproduce. ¿Respeta así la voluntad del autor? Aparentemente sí, en realidad no, como trataré de demostrar.
Santiago Ramón y Cajal era un hombre sabio, muy atento a las críticas, muy dispuesto a cambiar de opinión. De haber vivido algunos años más, uno de los capítulos de su libro, el titulado “Sobre el amor y las mujeres”, le habría irritado, y en algunos casos ofendido, tanto como irrita y ofende a los lectores de hoy.
Un “absurdo anacronismo” considera Francisco Fuster “querer juzgar ideas expresadas hace casi un siglo, valiéndose para ello de una ideología o mentalidad igualitaria que, evidentemente, no existía en un momento –años veinte– en el que ‘feminismo’ era una palabra que apenas empezaba a sonar en nuestro país”.
Dejando aparte lo erróneo de esta última afirmación (ya Emilia Pardo Bazán fue una activa feminista), no se trata de juzgar a nadie de acuerdo con una determinada ideología contemporánea, sino de la necesidad de reeditar un conjunto de observaciones sobre el amor y las mujeres que resumen todos los peores tópicos de la época. Este capítulo constipe, a mi parecer, un peso muerto que está a punto de hacer naufragar el libro; después de leerlo, es difícil tomarse en serio lo que viene a continuación.
Y sin embargo Charlas de café podría incluirse entre los grandes libros de aforismos españoles. El capítulo más original resume lo aprendido por Cajal en sus más de cuarenta años de asistencia a las españolísimas tertulias, “Acerca de la conversación, la polémica, las opiniones, la oratoria”. Las tertulias de café, sin las que no se entienden ni la política ni la literatura del XIX y buena parte del XX, son ya historia, pero las observaciones de Cajal –en las que las afirmaciones generales alternan con pinceladas costumbristas– continúan vigentes; se leen con provecho y a menudo con una sonrisa.
Sobre otros muchos temas, sobre los grandes temas tratados por Marco Aurelio o Montaigne, tratan los apuntes de este libro, sobre la amistad, la vejez, la ingratitud, la política, la educación. No le importa demasiado, como no importa a ningún escritor verdaderamente original, coincidir con algún antecesor. Piensa Cajal, con razón, que los pensamientos verdaderamente significativos siempre se le han ocurrido a más de uno. Él se cuida de indicarnos en nota su coincidencia con algún clásico, o con algún contemporáneo, cuando es consciente de ello.
También nosotros encontramos inesperados ecos suyos, seguramente casuales, en escritores posteriores. “La meta es el olvido. / Yo he llegado antes” le hace decir Borges a un poema menor. Pone así ingeniosamente en verso una idea que ha había expresado Ramón y Cajal: “La gloria no es otra cosa que un olvido aplazado”. También Quevedo había dicho algo semejante. Las ideas significativas, las ideas esenciales, son de todos y no son de nadie, o solo son del que acierta a expresarlas mejor.
Sorprendente precursor de Borges, también lo es Cajal de algún pasaje de Ángel Gónzalez, como aquella “máxima mínima” –la expresión viene de Jardiel Poncela– que habla de la “dudosa superioridad” de la virtud que paga sobre el vicio que cobra.
Resultar un manido tópico, un lugar común entre los escritores españoles, criticar la obsesión de lo políticamente correcto, que lleva incluso a censurar obras de otro tiempo. Pero las obras de otro tiempo tienen un doble valor. Por un lado, todas son un documento histórico y como tal deben ser respetadas y estudiadas en su integridad; pero por otro, solo algunas de ellas conservan interés para el lector contemporáneo, no únicamente para el estudioso y, si se trata de misceláneas, pueden conservar vigencia nada más que en alguna de sus partes: esas son las que deben reeditarse.
Eliminar las páginas dedicadas al amor y las mujeres de Charlas de café, no es censurar el libro, ni mutilarlo, sino hacer posible que lo veamos –sin penosas interferencias epocales– como lo que verdaderamente es: un breviario de sabiduría que debería estar en todas las manos.
http://crisisdepapel.blogspot.com.es/2016/07/santiago-ramon-y-cajal-y-las-mujeres.html
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