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Fin de la presencia española en el Continente

Fecha:
21/02/2022
“Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos y la envidia de los americanos. Ayacucho, semejante a Waterloo, que decidió el destino de la Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas”.

Simón Bolívar

El escritor y periodista Fermín Goñi (Pamplona), con su última publicación, Un día de guerra en Ayacucho, pone fin a la trilogía sobre la independencia de los Estados de Suramérica que dio comienzo en 2009 con la publicación de Los sueños del libertador, biografía del militar criollo Francisco de Miranda. Continuó en 2014 con Todo llevará su nombre, que narra los últimos días de la vida de Simón Bolívar, y finaliza con esta novela histórica.

La guerra de la Independencia contra Napoleón, de la misma manera que generó un orgullo patriótico en España, causó un descrédito ante los virreinatos americanos, que estos supieron aprovechar. El 5 de julio de 1811 se aprobó, por parte del Congreso General de Venezuela, reunido en Lima, la Declaración de Independencia de la hasta ese momento Capitanía General del Virreinato de Nueva Granada.

Después de la aprobación de la Constitución de 1812, ésta quedó sin efecto por el absolutismo despótico de Fernando VII, que acabó con la esperanza de un cambio social. Pero el fervor reformista hizo que, en enero de 1820, el teniente coronel Riego se levantase en Las Cabezas de San Juan al frente de las tropas que iban a embarcar con el objeto de reforzar las exiguas milicias que componían el ejército de América. En la Península no fueron capaces de comprender que el alzamiento de Riego tendría consecuencias al otro lado del océano, ya que debilitó, aún mas, la posición española en Suramérica, situación que aprovecharían los diversos movimientos independentistas iniciados en los virreinatos.

En 1824, en el Perú, a lo largo de varias semanas los ejércitos formados por los partidarios patriotas de la independencia y los partidarios realistas de España, mandados por el general Sucre y el virrey de la Serna respectivamente, mantuvieron un deambular por los caminos de las sierras, circulando en paralelo, con breves enfrentamientos.

Ambos ejércitos estaban formados por una mezcolanza de personas con intereses encontrados, e incluso era habitual que hubiese cambios de bando. El ejército realista contaba con el apoyo de muchos nativos que consideraban que España les protegía; por el contrario, entre los partidarios del bando patriota había españoles y descendientes de españoles que defendían sus intereses particulares. En el Perú se decía que hay pueblos que de día apoyan a Bolívar y de noche dan vivas al rey. Los mandos militares profesionales, una vez finalizada la guerra de la Independencia, decidieron continuar guerreando en donde se necesitaba su experiencia. En ambos bandos se alistaron compañeros de academia, camaradas de armas que habían combatido juntos contra Napoleón. Siguiendo con la tónica habitual de esta época, muchos de estos militares pertenecían a logias masónicas.

Fermín Goñi decide que el hilo conductor de la historia lo lleve una mujer llamada Flora, que pertenece al escuadrón de las rabonas, que son mujeres que siguen al ejército, en la retaguardia, acompañando a sus padres, esposos, hermanos, etc., y que lo mismo sirven de enfermeras, de modistas, cocineras, cargan armas, reparan herrajes, cuidan animales o tienen hijos.

La guerra empieza a decantarse por medio de decisiones erróneas y estrategias equivocadas que en cualquier otra guerra no tendrían importancia, pero en esta infunden confianza en los rivales y minan la moral de quien las comete. El 6 de agosto de 1924 la caballería española pierde la primera batalla en América. El general Canterac ordenó realizar una carga sin establecer orden de combate y en donde no se gastó pólvora ni plomo, sino que solamente se produjo un choque brutal de ambas caballerías, dando el resultado de un totum revolutum de cuerpos humanos y caballos y donde las fuerzas patrióticas, al atacar por la retaguardia, hicieron huir a los restos de la caballería realista, provocando que el general Canterac ordenase marchar al ejército para poner distancia con las fuerzas patrióticas.

Todos los movimientos de los ejércitos se producen por las sierras a cuatro mil metros de altura, donde los hombres deben chupar hojas de coca para mitigar el mal de altura. Estribaciones montañosas llenas de barrancos, quebradas, ríos, espesa niebla, vegetación agreste con una meteorología adversa y unas noches en las que las heladas matan a los soldados que no se protegen de la intemperie.

Tanto el ejército realista como el patriota son conscientes de que la batalla final cada día está más próxima y que terminarán encontrándose. Ese día llega cuando los ejércitos alcanzan y se sitúan en la pampa de Quinoa, que los locales llaman Ayacucho y que en la lengua quechua significa “el rincón de los muertos”. Ambos ejércitos, una vez tomadas posiciones, convocan a sus Estados mayores con objeto de establecer el plan de combate para la batalla más grande de la monarquía hispana en América, y del propio sur del continente hasta la fecha.

El día de la batalla a primera hora, el general patriota Córdova se halla reconociendo el campo de batalla cuando se encuentra en la otra orilla de un riachuelo con el general realista Monet. Después de saludarse, Monet le pide permiso para hacer un comentario, que Córdova acepta. El general realista le propone, ya que en ambos ejércitos hay miembros de la misma familia, que antes de la batalla se decrete una tregua al objeto de que esos hermanos, primos, sobrinos, tíos, etc., puedan reunirse y tener, en algún caso, una última oportunidad de estar juntos, a lo que Córdova contesta que lo transmitirá a sus jefes. La plana mayor de ambos ejércitos ven conveniente establecer, en un lugar apartado de la pampa, un sitio para que durante una hora puedan saludarse, hablar, recordar, beber, fumar y/o despedirse. La escena que se produjo fue muy emotiva y es posiblemente el único caso en la historia de las batallas. Mientras medio centenar de oficiales se reúnen, Monet y Córdova hablan de la posibilidad de encontrar una solución y evitar la batalla. La solución que propone Córdova, que con el tiempo se vio que era la única posible, es inadmisible para el ejército realista, ya que no están dispuestos que España abandone América y se decrete la independencia del Perú. Una vez que finaliza la tregua y los familiares se reincorporan a sus puestos en ambos ejércitos, da comienzo la batalla, que finaliza al cabo de tres horas, ya que la estrategia planteada por los generales realistas se va al traste, provocando una confusión enorme. Los soldados, una vez que son conscientes de que la batalla ha finalizado, deciden que ya no luchan ni por el rey ni por el Perú ni por ellos mismos. Que la guerra se ha acabado, que no se hacen prisioneros, y deciden aplicar la máxima del Gran Capitán (Gonzalo Fernández de Córdoba) de que “al enemigo que huye, puente de plata”.

El resumen final es que en la batalla “la táctica ha sido superior a la fuerza y la templanza a la furia”. El ejército realista asume la derrota y solo desean una rendición honrosa, ya que han luchado bizarramente.

Al llegar a España, el virrey de la Serna tiene que escuchar los murmullos, a pesar de que en la batalla hubo miles de muertos y heridos (incluso él resultó herido de gravedad), de que “sus generales y él son unos vendidos y que, en Ayacucho, literalmente, se rindieron a los primeros disparos, porque aquella batalla estaba acordada y solo hubo teatro, el teatro de la masonería”.

La victoria para los suramericanos tuvo su lado amargo. En las tareas de formar país no se ponían de acuerdo con los límites de las naciones, ni sobre quiénes debían ser los gobernantes, ni sobre cómo construir los Estados.

Simón Bolívar, treinta y ocho días antes de morir, afirma en una carta enviada al general Juan José Flores, presidente de Ecuador:

“Vd. sabe que he mandado veinte años y de ellos solo he sacado unos pocos resultados ciertos:

1º. La América es ingobernable para nosotros mismos.

2º. El que sirve en una revolución ara en el mar.

3º. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar.

4º. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas.

5º. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos.

6º. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América”.

Palabras premonitorias del Libertador, con las que demuestra conocer muy bien la idiosincrasia de los pueblos de Suramérica.

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Autor: Fermín Goñi. Título: Un día de guerra en Ayacucho. Editorial: Fondo de Cultura Económica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Otros títulos del autor:

Autor: Fermín Goñi. Título: Los sueños del libertador. Editorial: Roca Editorial. Venta: Todos tus libros.

Autor: Fermín Goñi. Título: Todo llevará su nombre. Editorial: Cénlit. Venta: Todos tus libros.

Fuente: https://www.zendalibros.com/fin-de-la-presencia-espanola-en-el-continente/

Acerca del autor:
Ramón Villa García
Zenda Libros

Acerca del libro:
Un día de guerra en Ayacucho
Fermín Goñi