Fecha:
07/03/2009
Los inicios vanguardistas suelen llevar la paradoja al extremo: combinan una voluntad de construcción y una iconoclasia esencial, y esa idea antigua de que con su ruptura comienza el arte verdadero. Entre 1976 y 1977, se formó en México el movimiento infrarrealista, creado por el chileno Roberto Bolaño (1953-2003) y por el mexicano Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998). Ahora que ambos son fantasmas venerados, hay que imaginar que un día irrumpieron junto a sus cómplices poéticos en el mundo real para escandalizar un Congreso de Escritores donde Octavio Paz reinaba, ya que, por entonces, Mario Santiago afirmó que "la poesía mexicana se divide en 2, la poesía mexicana y el infrarrealismo". Se dedicaron a escribir obras cuantiosas de novedad, a detestar la "poesía bien hecha" y a remedar con saña los gestos de algunos antecesores, como los estridentistas mexicanos. Bolaño sabía íntimamente que lo que su poesía apenas proponía la de Mario Santiago lo realizaba, multiplicado por una furia prolífica. Para entenderlo mejor y a la vez fijarlo en el mito, lo volvió uno de los personajes de su novela Los detectives salvajes, donde el infrarrealismo se llama "real visceralismo", Bolaño es Belano y Mario Santiago es Ulises Lima.
En vida publicó Aullido de cine (1996) pero escribió más de 1500 poemas. De ese conjunto, Rebeca López y Mario Raúl Guzmán eligieron ciento sesenta y uno, y los organizaron en secciones temáticas de nombres eficaces (por ejemplo "Soy 1 viejo de piel roja que no marchará jamás en fila india" o la que incluye el largo poema homónimo "Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger"). Guzmán, en un prólogo de título exacto sobre el poeta ("La bendición de la insensatez"), recorre la obra poética y adolece de cierta verborragia para caracterizarla, sin duda porque es tan polivalente y abigarrada que toda descripción siempre parecerá menguante.
Heredero del feroz nomadismo de Rimbaud, lejano hijastro por propia elección de Pablo de Rokha o Efraín Huerta, de los poetas beat como Ginsberg o Kerouak; beneficiario de la lengua poética de César Vallejo, que lleva el signo a su límite expresivo, de la irrelevancia de Girondo; de la antipoesía de Nicanor Parra, que rompió para siempre el cristal de la armonía; de la antisentimental lucidez de Enrique Lihn, el poeta Mario Santiago Papasquiaro escribió una poesía carnal y eléctrica, material y callejera, humoral y cómica, blasfema y sensorial. Poemas incontinentes, exacerbados en su dicción de promiscuo encantamiento, exhibicionistas de tipografía. Poemas hambrientos de imágenes que colisionan, voraces de herejías enfáticas cuya sobreactuación los vuelve convincentemente principistas: "Es 1 tarde de lluvia/ & la tarde & la lluvia están sangrando/ Yo ya no me quiero acordar más que del mito/ Escribo esta Ars Poética con semen/ Aunque el Todo se pierda & sus fragmentos lo sigan/ Yo ya no me quiero acordar más que del mito". Hay un gesto poético supremo en Mario Santiago Papasquiaro: la mezcla, una fuerza poética donde todo confluye y se exalta, gobernada por el ritmo, que llama "Virgen de eterna mescolanza". En este libro hay muchos poemas memorables, pero "Ya lejos de la carretera" resume la poética vibratoria del legendario infrarrealista, que decía: "somos poetas/ Tams-tams del negro sol/ que nos imanta".

Acerca del autor:
Jorge Monteleone
La Nación - Revista ADN

Acerca del libro:
Jeta de santo
Mario Santiago Papasquiaro