Fecha:
14/09/2017
Las tecnologías actuales, mismas que han resignificado la comunicación entre los seres humanos, han generado un fuerte interés por la forma en que los artefactos de uso diario moldean los comportamientos sociales; asimismo, han llevado al individuo no sólo a mantener un contacto insistente y casi permanente con sus redes sociales, sino a (re)construir su propia realidad en función de los escenarios virtuales. Si bien esto es un campo abierto para filósofos y sociólogos de la tecnología, Teresa López-Pellisa, a partir de los estudios literarios y feministas, ofrece un recorrido por un variado grupo de teóricos y escritores para tratar de responder a numerosas preguntas: ¿qué es la realidad virtual? ¿Cuáles son las promesas del entorno virtual? ¿Perderá el ser humano su condición biológica para alcanzar un estadio poshumano? ¿Conseguirá el hombre construir un sucedáneo que le permita prescindir de la mujer para encontrar satisfacción?
Estas son cuestiones que López-Pellisa explora con habilidad en la diversidad de interpretaciones de lo virtual, mismas que emplea para problematizar la naturaleza, los alcances y límites de las realidades digitales. De ahí su exhaustivo recorrido a través de la literatura académica y de ficción cinematográfica y literaria, mismo que le dota de una visión amplia y crítica para narrar la genealogía de la realidad virtual y detectar síntomas de enfermedades aún no descritas derivadas de la interacción con la tecnología. En este sentido, Naief Yehya, teórico cibercultural y prologuista del libro, se muestra convencido de ello al afirmar que “Este es un libro de agudos diagnósticos de los trastornos y males de una era de confusión y cambio… y de cómo nos hemos vuelto protagonistas de una inquietante y expansiva ópera tecnocultural, que va de la tragedia a la comedia y de la cual Teresa López-Pellisa no sólo conoce el libreto sino también el mapa y el esperpéntico reparto” (16).
La propuesta de la autora, una vez que el lector ha recibido un curso propedéutico acerca de las aproximaciones teóricas a la realidad virtual, es llevar a cabo un análisis diagnóstico de cinco patologías que afectan a los cibernautas: Esquizofrenia nominal, Metástasis de los simulacros, El síndrome del cuerpo fantasma, Misticismo agudo y El síndrome de Pandora. Frente a estas categorías, es necesario remarcar que López-Pellisa construye sus sintomatologías a partir de experiencias mayoritariamente ficticias. La ciencia ficción, ya sea en formato literario o cinematográfico, se convierte en fuente inagotable de narrativas que abordan la dicotomía Tecnología / Sociedad y ofrece la materia prima para que la autora recolecte numerosa evidencia que justifique y ensamble su medicalización.
Antes de entrar en la discusión crítica acerca de la realidad virtual y en cada una de las patologías, el prologuista del libro ofrece una breve aunque concisa reflexión acerca de los usos actuales de la tecnología. Por ejemplo, el uso compulsivo (y patológico) de los teléfonos celulares ha permeado en las relaciones sentimentales y si en alguna ocasión representó una extraña perversión, con el tiempo ha ocurrido una normalización en el uso de esta herramienta tecnológica como intermediario e incluso interlocutor (12). Siguiendo con Yehya, el uso del Wi Fi y las redes sociales también ha provocado una serie de comportamientos patológicos a tener en cuenta. El tiempo que las personas les dedican “es uno de ambigüedad sin precedentes, de gratificación instantánea y rigidez fanática, de total apertura y mitomanía esclerótica, de pasmoso egoísmo y estridente solidaridad, de vulnerabilidad inquietante y fortaleza sobrehumana” (13). Además, los teléfonos inteligentes se han convertido en extensiones humanas, algo así como sustitutos de miembros amputados “capaces de provocar estímulos fantasma, vibraciones y pings cuando están inertes y en silencio o incluso cuando los llevamos puestos” (14). Si bien Yehya aporta elementos para una caracterización de las patologías de la tecnología de uso cotidiano, su reflexión aporta una breve introducción general para que el lector se concentre directamente en las patologías de la realidad virtual.
Y esto abre una última reflexión astutamente planteada al final del prólogo: las nuevas prácticas sexuales producto de una búsqueda tecnológica por encontrar el sucedáneo perfecto para el sexo. Dicha reflexión apunta hacia la creación de muñecas especialmente diseñadas para satisfacer a un hombre y hacerle creer por un momento que es amo y señor de una esclava femenina. La simulación es antecedida por numerosos intentos para crear a la fémina perfecta, y se convierte en una de las patologías más relevantes en la diagnosis que sostiene López-Pellisa por su carácter exclusivamente ficcional.
Entrando de lleno en materia, la autora divide el libro en dos apartados principales: 1) Una propedéutica en la que se ofrece una discusión crítica del concepto de realidad virtual y sus orígenes; y 2) el diagnóstico de las cinco patologías. El primer apartado, titulado “Propedéutica: aproximación teórica al concepto de realidad virtual”, accede a la diferenciación entre lo real y lo virtual. En función de la distinción que Antonio Rodríguez de las Heras hace de los espacios virtuales, digitales y reales, López-Pellisa consigue una útil clarificación entre lo digital y lo virtual subsumiendo la primera categoría en la segunda, y afirmando que el espacio virtual es “aquel generado por la actividad cerebral del ser humano” (20). La discusión conlleva de forma implícita al problema del mundo externo planteado por Descartes en su búsqueda de la duda metódica cuando la autora decide definir el espacio real como “… el lugar en el que transitamos y nos movemos habitualmente”. Pese a que la definición no busca ahondar en los problemas filosóficos que la acepción propuesta acarrea, el ejercicio no está libre de problemas, ya que sugiere una cierta yuxtaposición entre lo real, lo virtual y lo digital: la zona límite entre cada categoría se construye a partir de una serie de argumentos y negociaciones entre la autora y sus lectores. No obstante, dicha negociación es necesaria desde una perspectiva práctica y para los fines del libro.
Por otro lado, para un lector que entrecruza miras entre los campos de la filosofía de la ciencia y los estudios de la ciencia y la tecnología, una referencia que la autora hace al concepto de “revolución científica” resulta interesante aunque problemática, no así para el lector avezado en otros campos académicos. Detengámonos un momento para comentar este punto.
La filosofía de la ciencia, pese a contar con antecedentes en la filosofía griega, tiene sus orígenes y consagración durante el primer tercio del siglo XX con el Positivismo Lógico. Un grupo de filósofos liderados por Rudolf Carnap, Otto Neurath y Moritz Schlick, entre otros, conformó el denominado Círculo de Viena, mismo que se encargó de analizar la ciencia y caracterizarla a partir de sus enunciados. Con un enfoque que retomó herramientas de la filosofía analítica y del lenguaje, el grupo mantuvo en buena parte de su trabajo un enfoque prescriptivo y dedicó grandes esfuerzos no sólo a mostrar cómo debía funcionar la empresa científica, sino también a construir un proyecto en el que muchas otras disciplinas, ya fuera la economía, la psicología o la sociología, heredaran los mecanismos epistémicos de campos como la física. Si bien el proyecto nunca consiguió la mayoría de los objetivos, esta primera forma de hacer filosofía de la ciencia sentó las bases para describir el quehacer científico como una empresa intelectual desligada de su contexto social e histórico1.
Para la segunda mitad del siglo XX, algunos autores cuestionaron seriamente estos enfoques en los que la ciencia era vista como un ente autocontenido y abrieron el camino para que autores interesados en la historia y la sociología contextualizaran a la ciencia. Durante el desarrollo de la filosofía de la ciencia, el llamado giro historicista ofreció un cambio de enfoque en el que factores sociales y psicológicos (denominados en algún momento como componentes extra epistémicos de la empresa científica) se plantearon seriamente con la publicación de La estructura de las revoluciones científicas (1962) bajo la lente analítica del filósofo e historiador de la ciencia Thomas S. Kuhn2. En su libro, Kuhn retoma el concepto de revolución científica que ha venido utilizándose desde la Ilustración para caracterizarlo y modelarlo a partir de algunos de los casos científicos más famosos en la historia de la ciencia, tales como la revolución copernicana o los experimentos de Galileo Galilei. De acuerdo con el modelo, a través del tiempo la ciencia ha permanecido estable con sus métodos, conceptos y teorías y los científicos han trabajado y educado a las nuevas generaciones en un momento que Kuhn denomina la ciencia normal. En este momento, los científicos están inmersos en un paradigma, es decir, en un marco o perspectiva a partir del cual abordan y tratan de resolver enigmas. Sin embargo, regularmente existen anomalías en el paradigma en que se habita que no han podido soslayarse pero que no afectan significativamente el trabajo científico. No obstante, con el paso del tiempo, las anomalías tienden a aumentar hasta que llega el momento en que la ciencia no puede dar cuenta de ellas y cae en un estado de crisis. ¿De qué forma los científicos pueden seguir trabajando y enfrentar esta eventualidad? La llegada de un nuevo paradigma, es decir, una nueva perspectiva para enfrentar las anomalías y dar cuenta de ellas representa una revolución científica, un momento en el que hay un cambio de paradigma que permite abordar los problemas científicos con éxito y disminuir al mínimo las anomalías del paradigma anterior.
El primer paso de Kuhn ha sido aceptar que las revoluciones científicas ocurren y que momentos como la propuesta del modelo heliocéntrico de Copérnico en sustitución del geocéntrico, o el descubrimiento del oxígeno como un elemento químico que sustituía las explicaciones empleando el flogisto, representan casos reales de revoluciones. La visión original de la revolución científica, misma que surge en la Ilustración y en cuyos supuestos se sostiene que la ciencia progresa y es llevada a cabo por personajes extraordinarios, es problematizada por Kuhn y caracterizada de una manera novedosa al grado de haberse convertido en uno de los modelos más leídos y discutidos del siglo XX.
Sin embargo, el concepto de revolución científica ha sido frecuentemente problematizado desde un enfoque historiográfico y ha sufrido numerosos cuestionamientos en función de su papel como marco explicativo del cambio científico. Una de las preguntas que se le puede plantear al modelo es si la ciencia u otras disciplinas sólo cambian durante las revoluciones y si no podemos observar cambios durante el periodo de ciencia normal3. En este sentido, y regresando al libro de López-Pellisa, la autora afirma, de acuerdo con Philippe Quéau (1993) que los “mundos digitales han supuesto una revolución copernicana…” (23). Es posible conceder sin ningún problema que los espacios digitales han cambiado nuestra forma de percibir el mundo, ¿pero estamos hablando de la una revolución copernicana tal y como el propio Kuhn la entendía? ¿Es posible rastrear un periodo de ciencia normal y revolucionaria? ¿Y uno de tecnología normal y revolucionaria, términos que Kuhn no consideró en su modelo? Se trata de un punto en la discusión que la autora arroja sigilosamente y que es necesario justificar y defender con más detalle para futuras ediciones.
El segundo apartado lleva como título “Análisis: Diagnóstico de la realidad virtual”, y en él se caracterizan de manera exhaustiva las cinco patologías ofreciendo de forma exhaustiva numerosos ejemplos cinematográficos y literarios que abarcan principalmente las producciones anglosajonas y latinoamericanas. “Esquizofrenia nominal” es la primera patología cuya sintomatología está caracterizada por los problemas que se presentan al tratar de identificar la realidad virtual. Retomando los tres espacios que Rodríguez de las Heras distingue, López-Pellisa construye una reflexión muy útil acerca del concepto de ciberespacio a partir de obras como Neuromante de William Gibson, y explora con maestría cómo es que la ficción simula realidades que sumergen a los lectores, es decir, la misma ficción como realidad virtual.
La “Metástasis de los simulacros” es una segunda patología que tiene la “potencia como metáfora de propagación, proliferación, penetración e invasión de los simulacros en el ‘tejido social’ de lo real” (99-100). Un punto central en la discusión se centra en la extensión de las simulaciones y en un planteamiento que apela nuevamente al problema del mundo externo: ¿vivimos en una simulación? La ficción cuenta con numerosos ejemplos para que el lector discuta este problema y películas como El show de Truman (1998), Matrix (1999) y autores como Philip K. Dick y su novela Ubik (1969) reflejan los problemas filosóficos que se presentan cuando se desea encontrar condiciones necesarias y suficientes para distinguir con seguridad lo real de lo que no lo es.
Una gran ausencia en la diagnosis de esta segunda patología (ausencia visible aunque no del todo necesaria para el análisis de la autora) es el conjunto de experimentos mentales conocido como el Brain in a vat (mismo al que la película Matrix apela gran parte del tiempo). Es necesario señalar que la epistemología ha debatido durante siglos acerca de si es posible obtener conocimiento acerca del mundo que nos rodea, cuál es la posible relación entre la mente y la realidad y, en este sentido, cuáles son las representaciones que pueden hacerse de la realidad y de qué forma podemos acceder al mundo a través de nuestros sentidos. Uno de los experimentos más famosos es el que planteó el filósofo Hilary Putnam, y que conocemos como el experimento mental de los cerebros en cubetas (los epistemólogos aún se quejan de no contar con una mejor traducción). En dicho experimento, un científico diabólico podría extraer el cerebro del lector y colocarlo en un medio nutritivo conectado a varios cables que lo envolverían en una realidad virtual. Dado que el sujeto sólo contaría con sus sentidos y experiencia (mismos que serían simulados en el entorno virtual), no tendría los elementos para discernir con claridad si su espacio es real o virtual. Putnam incluso va más lejos en el experimento al sugerir que no sólo el lector estaría sujeto al experimento del científico, sino que todas las personas serían cerebros en cubeta y que nuestra realidad sólo sería una simulación colectiva. No obstante, Putnam sugiere que pese a que podamos suponer que somos habitantes de una realidad virtual, esto no quiere decir que realmente seamos cerebros en cubetas: una disciplina científica como la física no es lo que excluye esta posibilidad, sino la misma reflexión filosófica. Por otra parte, el problema que se plantea está dirigido a problematizar la relación mente-mundo, y cómo es que una representación que nos hagamos no necesariamente hará completa referencia del mundo en que habitamos. Por ejemplo, como puede leerse frecuentemente en los diarios, pese a que los cosmólogos construyan modelos para explicar cómo está organizado el universo, esto no quiere decir que el Universo sea exactamente como se describe en el modelo. Finalmente, si bien algunos filósofos sugieren que el problema del mundo externo no tiene solución, las reflexiones derivadas de dicho problema ofrecen elementos para una posible discusión que López-Pellisa podría agregar en una segunda edición4.
La tercera patología se ha denominado “El síndrome del cuerpo fantasma: ¿la obsolescencia cárnica?”. En uno de los apartados mejor documentados, la autora ofrece y discute cuatro formas en las que el cuerpo humano se desliga de su naturaleza. El ciborg como cuerpo humano con caracteres cibernéticos puede significar un nuevo estadio evolutivo y otorga elementos para que los biólogos evolutivos reflexionen acerca de la naturaleza teleológica del proceso darwiniano. El robot, ese cuerpo de silicio capaz de sustituir al ser humano y cuyo desarrollo intelectual puede dirigirse hacia la singularidad tecnológica, preocupa a científicos, filósofos y escritores. Como va mostrando la autora, el robot es una de las figuras más populares en el cine y la literatura de ciencia ficción, y su empleo va más allá de una literatura escapista: el robot se convierte en eje de reflexiones en la ficción y lo académico como una creación del ser humano capaz de manifestar propiedades emergentes. El poshumano plantea el problema de redefinir lo que significa ser humano y si sus atributos y mejorías lo alejarían o acercarían más a un esquema naturalista. Como relata López-Pellisa, el surgimiento de la biología molecular y la capacidad de la biotecnología para alterar el genoma de los organismos traen como consecuencia lógica la posibilidad de modificar la naturaleza humana y, por ende, las definiciones de lo humano. Finalmente, la posibilidad de que existan mentes incorpóreas le da un giro a la discusión y plantea lo siguiente: ¿qué es lo humano? ¿Algún día existirán mentes que puedan superar su naturaleza corpórea? ¿La muerte sólo será un recuerdo incómodo? Si bien con las herramientas que hoy ofrece la ciencia y la tecnología parece que se trata de una ficción, la autora ofrece algunas de las más interesantes y arriesgadas especulaciones sobre cómo es que la mente podría sobrevivir almacenada en un sistema informático. Estas cuatro formas de post, trans, o deshumanización son balanceadas con destreza y aportan nuevos elementos a la discusión.
El “Misticismo agudo” apunta a cómo la tecnología ha replanteado la fe y la búsqueda de la inmortalidad. La posibilidad de que el ser humano pudiera desprenderse de su cuerpo mortal o que su mente pudiera ser almacenada en una computadora continúa la discusión no sólo sobre el significado de lo humano sino también acerca de conceptos como alma, Dios o inmortalidad. El uso de avatares simula hasta cierto punto un alma tecnológica que puede manifestarse y habitar la red. Asimismo, un acto que recuerda al Génesis bíblico es la capacidad creadora, misma que ahora ha dejado de formar parte de un ente metafísico para transportarse a nuestro entorno materialista. Ahora el ser humano, una especie de tecno dios, es capaz de crear entidades cibernéticas pero, a su vez, es capaz de emplear las herramientas tecnológicas para construir sus propios dioses y creencias. Conforme el lector ha avanzado en el libro, la autora continúa jugando con casos reales y ficticios como soporte empírico de la discusión.
En este sentido, la última patología se denomina “El síndrome de Pandora”, diagnosis que ya no encuentra su justificación en especulaciones de científicos, sino exclusivamente en la literatura y el cine: “Se trata de un síntoma absolutamente ficcional y responde a la necesidad de reivindicar el mito de Pandora…” (192). Los personajes femeninos artificiales se han convertido en la obsesión de sus creadores, y representan una búsqueda por encontrar el sucedáneo perfecto para la satisfacción sexual y el dominio de lo masculino sobre lo femenino; asimismo, las ficciones que la autora comenta y delinea relatan féminas artificiales que incluso se han convertido en objetos de mayor regocijo sexual que las propias mujeres de carne y hueso. Si bien el hombre ya no requiere de paliativos para superar su frustrado control sobre lo femenino, el amor hacia estas mujeres artificiales presenta contraindicaciones que los personajes irán descubriendo con el paso del tiempo. Empleando un enfoque feminista, López-Pellisa consigue el más redondo aunque controvertido apartado de su trabajo, mismo que abre nuevas rutas críticas de discusión en campos como el feminismo analítico, pero a su vez generará respuestas encendidas y disconformes en algunos lectores.
Hay dos aspectos a señalar a lo largo de la obra. En primera instancia, se encuentran ejemplos ficticios para nutrir el análisis no sólo en la literatura anglosajona, sino también en el ámbito de habla hispana. López-Pellisa ha trabajado durante un buen tiempo con personajes de la talla de Adolfo Bioy Casares y consigue reivindicar una ciencia ficción latinoamericana e inclusive japonesa que cuenta con ejemplos variados y útiles. No obstante, un lector curioso podría preguntarse por qué la autora no intenta ofrecer un mayor número de ejemplos por parte de la ficción española o latinoamericana. Una posible respuesta que surge después de unos cuantos minutos de reflexión es que la ciencia ficción anglosajona, dada su gran e ininterrumpida producción, es quien más ha reflexionado sobre el impacto social y humano de las nuevas tecnologías, por lo que la autora ha contado con un número mucho mayor de casos para nutrir su discusión y análisis. En segunda instancia, otro lector inquieto podría plantear por qué la autora no ofrece más ejemplos de “hombres de artificio” a la par de las mujeres de artificio. Si bien la autora ha defendido una perspectiva feminista a lo largo de este y otros trabajos, cabría esperar una mayor justificación acerca de por qué los sucedáneos femeninos ocupan la mayor parte de la discusión en el último diagnóstico. ¿Acaso es escasa la ficción en la que una mujer suple a un hombre de carne y hueso por uno artificial y fácil de manipular? ¿Resultan poco interesantes o útiles las ficciones y los intereses de personajes femeninos en su búsqueda por un hombre artificial para la discusión del libro? ¿O quienes en las ficciones realmente buscan un ser artificial para poseer y satisfacerse son exclusivamente los varones? Estas preguntas vienen como una invitación a la autora para que en una posible segunda edición sean respondidas y rechazadas o bien se tomen en cuenta y ofrezcan nuevas rutas para ampliar la discusión.
En general, este trabajo mantiene un discurso crítico exhaustivamente documentado, mismo en el que se observa un complejo proceso de análisis y reflexión. La autora hace gala de un conocimiento profundo en análisis literario, estudios culturales y feminismo, mismo que permite construir un diálogo entre diversas perspectivas teóricas. El resultado es un paseo atractivo e iluminador a través de la realidad virtual y sus patologías, mismas que una vez diagnosticadas enfrentan algunos tratamientos propuestos que estudiosos de las humanidades y las ciencias sociales pueden retomar y complementar.
Notas
1 Los escritos del círculo de Viena se han reeditado continuamente y los trabajos que analizan las ideas del grupo son abundantes. Entre la literatura secundaria recomendable para conocer más sobre el tema destaca Chalmers, Alan. What is this thing called science? Indianapolis: Hackett Pub, 1999. Uno de los textos más recomendables acerca del positivismo lógico que contiene muchos de los ensayos originales es Ayer, Alfred J. Logical positivism. Glencoe, Ill.: Free Press, 1959.
2 Kuhn, Thomas S. The Structure Of Scientific Revolutions. Chicago: University of Chicago Press, 1962.
3 Para una de las críticas más completas y amenas al concepto de revolución científica véase Shapin, Steven. The Scientific revolution. Chicago, IL: University of Chicago Press, 1996.
4 Para una discusión más amplia acerca de los cerebros en cubetas y el problema del mundo externo véase el primer capítulo de Putnam, Hilary. Reason, truth, and history. Cambridge [Cambridgeshire]: Cambridge University Press, 1981.
Referencias
Ayer, Alfred J. Logical positivism. Glencoe, Ill.: Free Press, 1959.
Chalmers, Alan. What is this thing called science? Indianapolis: Hackett Pub, 1999
Kuhn, Thomas S. The Structure Of Scientific Revolutions. Chicago: University of Chicago Press, 1962.
Putnam, Hilary. Reason, truth, and history. Cambridge [Cambridgeshire]: Cambridge University Press, 1981.
Quéau, Philippe. Lo virtual. Virtudes y vértigos. Barcelona: Paidós, 1993.
Shapin, Steven. The Scientific revolution. Chicago, IL: University of Chicago Press, 1996.
Fuente: http://scholarcommons.usf.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1124&context=alambique