Fecha:
01/07/2021
Javier Fernández Sebastián y Faustino Oncina Coves (Eds.) Metafóricas espacio-temporales para la historia. Enfoques teóricos e historiográficos.
Valencia: Pre-Textos, 2021, 340 pp.
Javier Fernández Sebastián. Historia conceptual en el Atlántico ibérico. Lenguajes, tiempos, revoluciones. Madrid: Fondo de Cultura Económica,
2021, 571 pp.
La Historia conceptual constituye un fenómeno parejo en “todas” las orillas del Atlántico, puesto que representa un occidente cultural que incluye también al ibérico. Los conceptos rectores que nos guiarán a través de este piélago transnacional se reúnen en torno a la metáfora de H. Blumenberg, que media a partes iguales la teórica de R. Koselleck y la historiográfica de F. Hartog. Una responsabilidad que asumen los coautores/editores del primero de los volúmenes, J. Fernández Sebastián y F. Oncina, dedicado a las Metafóricas espacio-temporales y, exclusivamente, Fernández Sebastián con una monografía que versa sobre la Historia conceptual en el Atlántico ibérico. En ambos trabajos se lleva a cabo un diálogo transdisciplinar entre filosofía e historia, Europa y América, que nos enfrenta a las implicaciones de la “tradición electiva”, su doble pretensión simbólico-legitimadora y mitificante. Sin embargo, la intención de los autores es la de disolver cualquier tipo de enemistad o dicotomía que pudiera darse entre conceptos y metáforas, incluyendo en su circunscripción las imágenes y los símbolos que integran el amplio espectro en los que se expresa la racionalidad humana.
Por este motivo, el contenido del primero de los volúmenes reseñados se articula en torno a 14 contribuciones que responden, una por una, a la “afinidad electiva” (p. 15) que las une. Quizá por ello, las metáforas de las que trata no sean puras, sino “híbridas”, como señala Fernández Sebastián, “dando lugar a compromisos, mestizajes” (p. 317). En definitiva, porque la tarea principal de la Ilustración fue la de desnaturalizar la realidad, reconociendo con ello su carácter artificial y cultural (sich-bilden), aunque sin la certeza, incluso en la actualidad, de que esta tarea se llevara a cabo mítica o conceptualmente.
Precisamente, es Koselleck el encargado de introducir el concepto de Sattelzeit tras el que nos muestra un doble sentido hipológico y geológico que amplifica su potencia explicativa, acercándose tanto a la metáfora que llega a rebasarla para alcanzar una posición híbrida. Aprovechando esta oportunidad semántica, Oncina (p. 31) remite, en primera instancia, al significado hipológico del término (Sattel) como aquella montura en la que se sienta a horcajadas la Ilustración, cuando galopa acelerada tras su desbocado destino. Una realidad fruto de la “ruptura del pacto del centauro” (p. 38) respecto de los cambios políticos y sociales, que responden a un devenir “velociferino” (p. 36), como un tren de cuyo avance imparable nos previene también F. Schmieder (p. 109).
Acorde con su temporalización el despliegue de las metáforas incluye la del círculo y la flecha, expresiones de la iteración y del progreso (pp. 40-41) que C. Borck aplica al concepto de “túnel” para mostrar una linealidad y direccionalidadúnicas que, una vez superadas, convergen en una estructura reticular y rizomática del todo orgánica (p. 94). El término germánico Schwelle se refiere a las traviesas de las vías del ferrocarril, una jácena o umbral por el que transcurre desnaturalizadamente el proceso de la modernidad. A propósito de dicho recorrido, Schmieder disuelve la crítica miope (p. 98) y la aparente contradicción surgida en Koselleck acerca de la heurística de los conceptos. Estos no son otra cosa que hitos, puntos de inflexión (nuevamente una traviesa, Schwelle) de un pensamiento en constante movimiento, que ni doctrinario ni mucho menos mitificante (p. 101), revela las profundas transformaciones semánticas acaecidas en sus conceptos espacio-temporales (p. 99).
Tal y como nos recuerda Oncina, puesto que la concepción espacial termina fagocitando siempre la temporal se puede añadir, en segunda instancia, un matiz geológico al concepto de Sattelzeit. Esto se lleva a cabo en estrecha relación con la metáfora del anticlinal o plegamiento de las capas de un terreno (p. 36), en el que cada estrato de la realidad aparece como “hojaldrado” (p. 40) y constituye un plano espacio-temporal por el que es necesario transitar para completar la experiencia acelerada de nuestro tiempo presente. Una dimensión temporal que analiza E. Müller desde la perspectiva inorgánica de la cristalización, a modo de proceso natural que ofrece como resultado estructural y organizativo (Gehlen, p. 59) la posibilidad de atravesar visualmente los mentados estratos. La metáfora del cristal contiene un efecto contrario que la lleva a convertirse en orgánica, como si fuera un fluido-volátil (Bauman, p. 66) que, en un paradójico y recursivo efecto de reversibilidad, descubre una realidad epocal tan compleja como repetitiva (Lüdemann, p. 68).
En atención a dicho sentido iterativo, B. Picht constata que el concepto de “época” es aparentemente irrebasable al ser una metáfora absoluta (p. 125) que, además, se vincula de modo inherente con la visualidad. Su resultado nos ofrece una mirada frente a la realidad que, cuando supera el punto de vista icónico (p. 127), puede indicarnos, quizá con una cierta seguridad, la imagen de nuestro presente. Una propuesta que P. García-Durán encuentra en el trabajo de E. Laclau, en el que se certifica que nuestra época manifiesta esencialmente una “dislocación constitutiva” (p. 142) o movimiento de desviación similar, aunque no coincidente, con el que proponía Blumenberg respecto de la traslación semántica que se opera en la metáfora. Sin embargo, como señala García-Durán,
Laclau parece olvidar que la metáfora es “una herramienta para la apertura de horizontes” (p. 146) y que, a partir de ella, se construye una significatividad
extendida a “la necesidad de tejer redes de convivencia que articulen lo social” (p. 158).
A tenor de esta última contribución realizamos, a modo de coda, una referencia inexcusable al proyecto multidisciplinar rubricado como Iberconceptos,
la red en la que se integran buena parte de los autores que componen este volumen y de los que trataremos a continuación. Entre ellos se encuentra S. Campos, quien analiza las relaciones entre José Ortega y Gasset y el pensador luso Antonio Sérgio en el marco de la Iberia conceptual, a partir de la experiencia existencial de desarraigo interior compartida por ambos de un exilio que fuera principalmente exterior. Una situación de aislamiento personal y de decepción generacional a raíz de la que se conciben conceptos orgánicos como los de “decadencia” y “regeneración” (p. 177). Tópicos para una época de entreguerras, de constantes cambios políticos y sociales en la Iberia del siglo XX (p. 169).
C. Rina apela también al análisis transdiscliplinar cuando apuesta por la clave de lo electivo “fruto de un acuerdo y no determinado[s] por Dios, sino por la voluntad de los hombres” (p. 189). Su plasmación en un modelo de carácter funcional representa la diferencia entre la política y lo político en la actualidad (p. 192) tal y como lo desarrolla M. E. Noronha, quien se centra en la dicotomía barbarie-civilización. Esta consiste en la respuesta a la tensión interna-externa que provoca una paradójica acosmicidad en la imagen del espacio físico y su transformación en el umbral del desierto metafórico de la “sertão” (p. 209). Un umbral que para F. Sá e Melo se vincula con la imagen pre-orgánica del rayo y el trueno (p. 237), que convierten en tangible el concepto político de revolución, un singular colectivo que refleja la aceleración de los “cambios” impresos desde la Ilustración.
Prosiguiendo con el orden de los citados cambios, F. Wasserman incide en la orientación hacia el futuro de la política iberoamericana actual a partir de la creación de nuevos singulares colectivos. Partidos políticos cuyos acrónimos son PRO/ Cambiemos, tensionan una regeneración populista de tan corto alcance como presentista (p. 254) que aprovechan políticos como Macri para transmutarse corporalmente en el “embrión” del futuro (p. 265). A esto responde el proyecto neoliberal, que se encuentra plagado de metáforas visuales (p. 257) como la de imprimir billetes con imágenes naturales, cuyo trasfondo oculta tan solo una estrategia inflacionista (p. 262). Interés que retoma con fuerza M. Reguera, con el concepto de “destino manifiesto”, en sintonía con el decurso del Estado federal norteamericano y su visualización como una vía férrea (p. 281), cuya única finalidad es la de cumplir con una teleología inmanente, como
Borck nos advirtiera anteriormente con el recorrido lineal del “túnel”.
Tal es el alcance de la “tradición electiva” que sostiene G. Zermeño (y posteriormente Fernández Sebastián) para el término “historia” (ἱστορία), que nace en Grecia como testigo ocular de una autopsia siendo, nuevamente, una metáfora orgánica (p. 295). Resaltamos también la vinculación de los conceptos de “crianza” y de “moralidad” a través de una historia que se manifiesta (como en los billetes de Macri), al modo de una zoología o una botánica de los seres humanos (p. 306). Con intención semejante a la de Koselleck, Fernández Sebastián interpreta lo temporal como una disposición natural hacia el espacio. Por ejemplo, en el carácter bifronte del “non plus ultra”, casi un concepto límite (boundary term), cuyo rebasamiento nos llevará a una comprensión invertida de su condicional acepción moderna como “plus ultra” (p. 320). La radical conclusión a la que llega el autor es la simple temporalización del “Semper plus
ultra”, cronotopo que sirve de umbral y tránsito hacia las novedades propias de la modernidad: el progreso, la emancipación, etc.
Como empezamos a vislumbrar, Fernández Sebastián otorga gran importancia a “un puñado de conceptos” (expresión propia como la de “parteaguas” o “Babel”), que constituyen el hilo conductor para nuestras experiencias sociales y políticas, puesto que la rúbrica del segundo de los volúmenes reseñados corre a cargo de este autor hasta la última de sus líneas. Entre ellas y tras el ejemplo metafórico del “quipu”, se encuentra la comprensión del lenguaje como una red intersubjetiva transgeneracional de la comunidad de hablantes (p. 145). Los conceptos viajeros “voyageurs” (o nómadas respecto de la transnacionalización) mantienen una estrecha relación con el euroamericanismo y son punto de partida para la globalización. El autor nos recuerda que el objetivo de Iberconceptos fue “cartografiar el disenso” (p. 161) de los conceptos y su deriva conceptual (begriffliche Drift) en el periodo histórico de la Ilustración.
En definitiva, los tres vectores en los que se circunscribe la monografía son, en primer lugar, el proceso “metasémico” (p. 257) que conecta distintos conceptos entre sí en referencia siempre al Atlántico como sinónimo de la cultura occidental ilustrada y a su protagonista principal: lo ibérico, en su triple acepción de latinoamericano, iberoamericano y euroamericano. En segundo lugar, la continuidad, el solapamiento y la hibridación de los conceptos, en especial, los de tipo “centauro” (p. 20) y su equivalente “anfibio”, que sintetizan lo viejo y lo nuevo en una forma de coexistencia paradójica. Finalmente, el carácter ambivalente simultáneamente meliorativo, frente a su concepción peyorativa, propio de toda época bisagra y de su contenido bifronte, por ejemplo, en el concepto de “independencia” (p. 278).
Precisamente, a propósito de este último concepto y en el capítulo IX dedicado a las “Metáforas” (pp. 316-355), se plantea que estas y los mitos no se encuentran tan alejados como parece, por ejemplo, en el tránsito de la familia al contrato y su postrera declinación como constitución. Este proceso lo
podemos ver reflejado en el concepto moderno de “cuerpo político” que corresponde, una vez más con una metáfora absoluta. Siguiendo la recomendación del autor, para comprender la modernidad hay que “mirar aguas arriba […] en lugar de hacerlo aguas abajo” (nota 100, pp. 390-391). Para ello, nos centramos en la Tabla 1 (pp. 256-257) que indica claramente las modificaciones de los 20 conceptos clave rectores de y en la Ilustración, frente a los cambios producidos entre los años 1750-1850, síntesis del tránsito de lo estático-moralizante a lo dinámico-conceptual. Una transformación plasmada
perfectamente en el más sobresaliente de ellos: el de “revolución”, que parte del movimiento celeste para llegar al contexto de la política. El campo semántico del término “revolución” se completa con metáforas termodinámicas, eléctricas e ígneas, equivalentes a la celeridad y a la violencia de los
cambios impresos en los sucesos. A estas se unen las líquidas como, por ejemplo, la opinión pública, que se representa como un “torrente arrollador” (p. 402) o el manantial del que brota el porvenir, como sinónimos de futuro. Tras esta concepción del tiempo como posibilidad y crisis se impulsan grandes
cambios experienciales, políticos y existenciales, en los que lo nuevo otorga a los conceptos una realidad que los impulsa siempre hacia adelante, como si no existiera límite para ellos, salvo el de reiterarlos hasta la extenuación.