Fecha:
16/11/2015
En noviembre de 2015 se cumplen cuarenta años del final del franquismo. En las casi cuatro décadas precedentes la dictadura ejerció su dominio sobre la sociedad española. Durante su larga pervivencia, el régimen reguló no sólo el sistema político, sino que se convirtió en «la forma de vida» de los españoles. Esta larga duración de un régimen nacido de las dramáticas circunstancias de la Guerra Civil requiere un análisis de las instituciones y el aparato conceptual que le dieron una legitimidad impostada, un análisis de la mentalidad que, más allá de la represión, logró inculcar –entre la adhesión y la sumisión– en una parte de los españoles.
En estos últimos cuarenta años la bibliografía sobre el franquismo ha sido inmensa. La nómina de autores es amplia y abarca al menos tres generaciones. Algunos nombres son imprescindibles: Ángel Viñas, Paul Preston, Enrique Moradiellos, Julián Casanova, Alberto Reig Tapia, Juan Pablo Fusi, Santos Juliá, Julio Aróstegui, Carme Molinero, Javier Tussell, Josep Fontana, Manuel Tuñón de Lara y un largo etcétera.
El régimen de Franco ha sido abordado desde puntos de vista muy diversos: la construcción del nuevo estado, el nacionalcatolicismo, la política represiva –a menudo convertido en el tema estrella de los congresos–, la política internacional, la situación de la mujer y la política de género, el desarrollismo económico, la emigración, la cultura, la propaganda, la resistencia antifascista, entre otros. En este sentido, la obra de Salvador Cayuela resulta una aportación novedosa. Acogido a las categorías conceptuales de Michel Foucault (1926-1984), adopta para el franquismo el concepto de «biopolítica» que el filósofo e historiador francés desarrolló en los cursos del Collège de France entre 1976 y 1979. Foucault trazó las líneas maestras de una «historia de la gubernamentalidad», en la que estudia la capacidad del Estado de dirigir y educar la conducta de la población. Al mismo tiempo, Cayuela utiliza tres relaciones sociales básicas inspiradas por el profesor Antonio Campillo en Variaciones de la vida humana: una teoría de la historia (2001), por lo que analiza «el orden de los bienes», «el orden de los cuerpos» y «el orden de las creencias».
En cuanto a su organización interna, el libro distingue dos etapas divididas por el Plan de Estabilización de 1959: El primer Franquismo (1939-1959) y el Franquismo desarrollista (1959-1975). La primera etapa es calificada por el autor de fascista y «totalitaria», frente a la segunda considerada «autoritaria». En esta última, el régimen, guiado por el pragmatismo, adoptó una estrategia desarrollista amparado por las coyunturas políticas y económicas internacionales.
En los capítulos iniciales, el autor analiza la política económica del primer Franquismo (autarquía, intervencionismo y sindicalismo vertical), los discursos psiquiátricos y médicos que –en paralelo a las doctrinas alemanas e italianas– generaron el discurso racial del «Nuevo Estado», que defendía una pureza racial hispana –si no, paradójicamente, una «mezcla ideal»–, encarnada en una especie de «genio nacional» capaz de producir páginas gloriosas en la historia, particularmente la España imperial. El tercer capítulo está dedicado al orden de las creencias, es decir, a las políticas de adoctrinamiento ideológico y control social: la politización de tipo fascista materializada en instituciones como el Frente de Juventudes y la Sección Femenina o, en un sentido amplio, en el sistema educativo.
En el capítulo cuarto Salvador Cayuela propone la categoría de homo patiens para designar a un amplio sector de los españoles producido por la dictadura. La resignación, la despolitización, la desconfianza en la objetividad del Estado y la gestión del bien común, la increencia en la moral pública son, según el autor, una herencia indeseada de la dictadura, transmitida durante generaciones. ¿No es esto lo que se ha llamado «franquismo sociológico»?
Desde mediados de los años cincuenta, el régimen se enfrentó a nuevos retos que le exigieron moderar su atipicidad ideológica y acometer profundos cambios en el terreno económico y en el de las relaciones laborales. Para ello renovó sus patrones de control social y personal, pero sin olvidar sus esencias (por ejemplo, la identificación entre «gamberros, homosexuales, vagos y maleantes» produce hoy hilaridad). En el terreno de la mujer, el autor se enfrenta a una pregunta difícil de responder: ¿En qué medida los modelos propuestos por la Sección Femenina han influido realmente en la forma de ser o de pensar de las mujeres españolas?
El último capítulo de la obra de Salvador Cayuela está dedicado a la gubernamentalidad autoritaria del franquismo desarrollista de los años 60, que encontrará en el progreso económico nuevos mecanismos de legitimación. No obstante, el régimen fracasó en su imposición ideológica en buena parte de la sociedad y en número creciente: obreros, universitarios, nacionalismos, incluso ciertas burguesías lo veían, iniciados los años setenta, como un sistema desgastado y desfasado. ¿Era esto la constatación de una realidad ineludible o un mecanismo de adaptación ante el surgimiento de nuevas realidades que se adivinaban en el horizonte? En todo caso, «los dispositivos biopolíticos franquistas –señala el autor en sus conclusiones– no fueron capaces de perpetuar la dictadura». Nuevas expectativas y nuevos valores, resultado del contacto con los países democráticos de Europa occidental, impedían el sostenimiento del aparato ideológico del franquismo.
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