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El capital social en el siglo XXI. Desigualdad y políticas públicas

Fecha:
01/01/2015
En septiembre de 2013 apareció en francés el libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI dando lugar a un importante revuelo más allá del ámbito académico, que se multiplicaría cuando unos meses más tarde, en marzo de 2014, apareció la versión inglesa. Además de sus innegables méritos, el libro de Piketty, que en esencia es un ensayo sobre la evolución de la desigualdad económica, aparecía en un momento oportuno, un momento en el que, con la crisis, la desigualdad ha alcanzado elevadas cotas en muchos países desarrollados y especialmente en los países anglosajones, recabando la atención de ciudadanos y políticos. Así, un problema que durante muchos años se había relegado a los márgenes de la economía, pasaba a un primer plano de interés y, precisamente, en ese momento es cuando aparece el libro de Piketty. Pero, además, hay que decir que se trata de un estudio muy documentado que descansa sobre un importante trabajo estadístico acerca de la distribución de la renta y la riqueza, que durante muchos años ha llevado a cabo el autor formando parte de un grupo de investigadores.
El capital en el siglo XXI aborda dos cuestiones entrelazadas. Una, descriptiva, donde presenta los datos de la evolución registrada por la distribución de la renta y la riqueza a largo plazo, que muestran una tendencia secular y generalizada a concentrarse en colectivos relativamente muy pequeños; la otra, analítica, en la que Piketty ofrece un conjunto de respuestas para explicar la razón de tales desigualdades.

PERFILES DE LA DESIGUALDAD

Hasta los años setenta del pasado siglo la sabiduría convencional acerca de cómo evolucionaba la desigualdad económica podía resumirse en la tesis elaborada por Simon Kuznets, en los años cincuenta, según la cual las fuertes desigualdades que se habían venido produciendo durante las primeras etapas de la industrialización, cuando fue necesario generar grandes acumulaciones de capital, eran algo transitorio e irían disminuyendo a medida que avanzase el proceso de crecimiento, como mostraba la información estadística entonces disponible utilizada por Kuznets. Las expectativas que comportaba esta tesis eran sumamente esperanzadoras al permitir maridar crecimiento e igualdad, como sucedería realmente desde la segunda posguerra mundial hasta finales de la década de los setenta.
Sin embargo, la tesis de Kuznets quedaría seriamente dañada por lo sucedido después. Hacia finales de la década de los años setenta y con toda claridad a partir de la década siguiente, tras el vuelco neoconservador que supusieron las victorias electorales de M. Thatcher en el Reino Unido y de R. Reagan en Estados Unidos, el perfil de la distribución de la renta empezó a cambiar, invirtiéndose la tendencia prometida por las tesis de Kuznets con un continuado aumento de las desigualdades que pasaría a caracterizar la pauta de distribución de la renta desde entonces hasta hoy. Un buen ejemplo de este cambio de perfil puede verse en Estados Unidos. En la década de 1910, la renta obtenida por el 10% de los habitantes con mayores ingresos se situaba entre el 45% y el 50% de la renta total; después de la segunda guerra mundial, entre 1945 y 1980, esta proporción bajaría hasta estabilizarse alrededor del 33%, evolucionando de acuerdo con lo esperado por Kuznets; en cambio, entre 1980 y 2010, dicha proporción ha vuelto a elevarse a valores comprendidos nuevamente entre el 45% y el 50%. Aparece pues a lo largo del siglo XX una curva de desigualdad en forma de U que, partiendo de niveles altos, desciende y se estabiliza entre 1940 y 1980, para iniciar un nuevo ascenso desde los ochenta hasta hoy.
En el caso de los países europeos continentales, concretamente Francia y Alemania, la evolución de la desigualdad ofrece un perfil algo diferente. En Francia, por ejemplo, el grado de desigualdad cayó también desde mediados de los años treinta hasta el final de la segunda guerra mundial, momento en el que se estabiliza hasta 1980. A partir de este año se inicia un ascenso de la desigualdad aunque sin llegar, ni mucho menos, a niveles tan elevados como los registrados en Estados Unidos. La pauta distributiva en el Reino Unido está situada en un punto intermedio entre la Europa continental y Estados Unidos.
La desigualdad en la distribución de la renta conduce a una mayor desigualdad en la distribución de la riqueza dado que únicamente aquellos que dispongan de las rentas más elevadas podrán ahorrar. De esta forma, una fuerte desigualdad en la distribución de la renta sirve para consolidar al colectivo de los propietarios y, por esta misma razón, la distribución de las rentas del capital es más desigual que la correspondiente a las rentas del trabajo. Tradicionalmente la distribución de la riqueza, del patrimonio, en todas las sociedades conocidas, sitúa en el 10% más rico de la población, entre un 60% y un 90% del patrimonio total; en el otro extremo, el 50% menos rico apenas posee un 5% del patrimonio total, quedando el resto (entre el 15% y el 35%) en la zona media que supone el 40% de la población. Pues bien, durante una parte del siglo XX, entre 1910 y 1970, se había venido desarrollando en esa zona media, lo que Piketty denomina una "clase media patrimonial", que llegó a poseer en Europa en tomo a un tercio del patrimonio total a costa, naturalmente, de la decila superior. Sin embargo, después de los años 1980-90 las desigualdades patrimoniales han vuelto a aumentar, como hemos visto que ha sucedido con la renta, si bien a la altura de 2010 son aun menores a las que existían hace un siglo, precisamente por la presencia de esa clase media patrimonial.

EL ARGUMENTO DE PIKETTY

Más allá de presentar estadísticamente la evolución de la desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza, Piketty se propone indagar las razones de dicha evolución, esto es, el por qué del aumento de las desigualdades. En su opinión, y esta sería la tesis central del libro, el aumento de las desigualdades se produce porque la tasa de rendimiento del capital (r) ha superado históricamente a la tasa de crecimiento de la renta (g), es decir que r > g. La tasa de rendimiento del capital, según Piketty, ha mostrado una gran estabilidad a lo largo del tiempo situándose entre el 4 y el 5%, mientras que el crecimiento de la renta para periodos largos nunca ha superado el 2%, estando habitualmente entre el 1 y el 1,5%. Por tanto, las rentas del capital aumentan a mayor ritmo que el conjunto de las rentas, ganando peso relativo a costa de las rentas del trabajo, y el patrimonio, acumulando sus rentas, podrá crecer más rápidamente que crece la economía y con ello aumentará su desigualdad. No es extraño, por tanto, que el colectivo del 1% de los ciudadanos más ricos venga captando una porción muy alta de los aumentos de renta. Así, por ejemplo, en Estados Unidos, del crecimiento registrado desde 1975 hasta la crisis (2007) ese colectivo del 1% se apropió del 47%, una proporción muy superior a su participación en la renta total, que está alrededor del 20%.
La constancia del rendimiento del capital, según Piketty, conduce inexorablemente a un aumento continuado de la relación capital-producto (β), lo cual ha sido objeto de diversas críticas, pues al aumentar la cantidad de capital su rendimiento debería reducirse de acuerdo con la ley de los rendimientos decrecientes. Joseph Stiglitz ofrece una explicación a esta contradicción aparente al afirmar que el aumento de capital registrado no es de capital productivo, que es el relevante a estos efectos. En su opinión, existe un problema en la medición del capital en tanto que el aumento de valor registrado no es tanto consecuencia de la incorporación de nuevos activos productivos, como de la apreciación de los activos existentes: por ejemplo, los aumentos de valor registrados en bienes inmuebles (tierras, construcciones, etc.); las revalorizaciones de activos financieros como consecuencia de la simple bajada de los tipos de interés; el proceso de privatizaciones que, en realidad, sólo supone el desplazamiento del capital público al sector privado; las revalorizaciones patrimoniales que son consecuencia de «búsqueda de rentas» o de la consecución de una posición monopolística, etc. En todos estos casos, que han tenido especial relevancia en los años previos a la crisis, el aumento en el valor patrimonial no se corresponde en absoluto con un aumento de la capacidad productiva y, por tanto, no puede tener efectos sobre el rendimiento del capital.
Otra observación que se ha hecho sobre la desigualdad r > g es que se encuentra exagerada dado que la tasa de rendimiento del capital debe tomarse en valores netos, con lo que ese 4-5% que considera Piketty podría ser la mitad, como señala J. Galbraith, si se toman en cuenta, en primer lugar, los gastos de consumo de los propietarios del capital y, en segundo lugar, los impuestos. En efecto, la imposición constituye el principal instrumento para reducir el tamaño de (r) evitando así que aumenten las des-igualdades; es más, este propósito aconsejaría introducir un gravamen diferencial sobre los rendimientos del capital por razones distintas a las de equidad tradicionalmente utilizadas, una forma de proceder muy alejada de los actuales sistemas duales que hacen justamente lo contrario.

EL PROCESO DE ACUMULACIÓN: LA SOCIEDAD DE HEREDEROS

Para Piketty, que el rendimiento del capital resulte superior a la tasa de crecimiento es una realidad histórica y no una necesidad lógica del capitalismo. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad la tasa de rendimiento del capital ha sido superior diez veces o más a la tasa de crecimiento a largo plazo. En consecuencia, siendo esto así, la relación entre el volumen de capital y la renta (la relación capital-producto) tenderá a aumentar, lo cual contribuirá a reforzar el proceso de acumulación, habida cuenta de que el rendimiento del capital por más que aumente su volumen se mantiene constante. La tendencia de los patrimonios a crecer se acentúa incluso en los patrimonios de mayor tamaño dado que son los que obtienen los rendimientos más elevados pues, como evidencia Piketty, son normalmente los mejor gestionados, con lo que la tendencia a la concentración patrimonial se ve reforzada.
Este proceso de concentración patrimonial se ha visto enormemente potenciado por las herencias, cuyo impacto estudia Piketty a través de la evolución en el tiempo del "flujo hereditario", esto es, de los patrimonios que en cada sociedad son transmitidos anualmente vía herencia y donaciones, expresando dicho flujo como porcentaje de la renta nacional. En Francia, durante el siglo XIX y hasta la primera guerra mundial, el flujo hereditario representaba entre el 20 y el 25% de la renta; a partir de ese momento se inicia un fuerte descenso hasta alcanzar un valor mínimo en torno al 5% hacia 1950, desde donde empieza una nueva subida continuada hasta llegar a valores del 15% en 2010.
Un flujo hereditario elevado, como el existente en Francia en el siglo XIX, se correspondía con una situación en la que entre el 80 y el 90% de los patrimonios procedía de las herencias y donaciones; nos hallaríamos pues ante una sociedad en la que el patrimonio heredado ocupa un lugar central y estructurante como forma de enriquecimiento. Este panorama cambió durante la primera mitad del siglo XX en la que el ahorro de la renta corriente ganó posiciones frente a la herencia, que pasaría a representar so-lamente alrededor del 40% de los patrimonios, lo cual apuntaba a una sociedad meritocrática y evidentemente con mayor igualdad de oportunidades; sin embargo, desde los años cincuenta del pasado siglo el peso del patrimonio heredado empieza a ascender nuevamente: en 2010 ya suponía casi el 70% del patrimonio, tendencia que podría prolongarse durante los próximos años, un proceso que se vería favorecido por el previsible descenso de las tasas de crecimiento a medio y largo plazo. Esta tendencia dibujaría una sociedad cada vez más desigual, una sociedad de herederos, en la que, como dice Piketty, "el pasado devora al porvenir", puesto que los patrimonios heredados crecen más rápidamente que la producción y los salarios. Con un rendimiento medio del capital en torno al 4-5%, lo más probable es que la desigualdad r > g se convierta en la norma del siglo XXI, como ha sido siempre en la historia y como lo era en el siglo XIX hasta la víspera de la primera guerra mundial.
En este punto habría que hacer dos aclaraciones. La primera es que esa diferencia entre el rendimiento del capital y la tasa de crecimiento, que está en la base del argumento de Piketty, no responde ni es consecuencia de ninguna deficiencia de los mercados que pudiera subsanarse con mercados más libres o competitivos. La idea, pues, de que una sociedad más competitiva podría poner fin a la sociedad de herederos conduciéndonos a un mundo más meritocrático es, como dice Piketty, una ilusión. La segunda aclaración es que este mecanismo r > g no lleva inexorablemente a la destrucción del capitalismo. Lleva, eso sí, a una sociedad tan desigual que pone en riesgo la convivencia democrática. Cuando la riqueza se acumula en pocas manos, por ejemplo en el 0,1% de la población, la concentración del poder político en esa élite económica resultará inevitable y desaparecerá la posibilidad de que la democracia pueda tomar el control del capitalismo globalizado de este nuevo siglo.

LAS PROPUESTAS DE PIKETTY

Para evitar esa espiral de desigualdad sin fin sería necesario, afirma Piketty, crear nuevos instrumentos y a la vez modernizar los sistemas de ingreso y gasto público que están en la base del Estado social moderno. A tal fin propone, en primer lugar, reformar el modelo social europeo manteniendo la actual proporción de ingresos y gastos sobre el PIE; para ello habría que mejorar la organización y funcionamiento del sector público procediendo a una profunda revisión del mismo, una especie de presupuesto de base cero, de cada una de sus políticas. En segundo lugar, propone revisar el impuesto sobre la renta corrigiendo la pérdida de progresividad que se ha venido produciendo en este impuesto desde los años ochenta, especialmente para las rentas más elevadas. Y lo mismo ha sucedido con la imposición que grava la riqueza, pues los enriquecimientos que se producen hoy a través de herencias reciben frecuentemente mejor tratamiento tributario que los que proceden del trabajo personal. Habría pues que diseñar un impuesto sobre la renta verdaderamente progresivo que alcanzase realmente a las rentas más altas. De acuerdo con sus propios cálculos, entiende que el nivel óptimo del tipo marginal máximo podría superar el 80% para las rentas que excedan de un millón de euros. La recuperación de la progresividad en los sistemas tributarios pasaría también por replantear la imposición sobre sucesiones y donaciones, gravando con escalas progresivas las transmisiones patrimoniales de esta naturaleza.
Finalmente, la propuesta central de Piketty consiste en crear un impuesto mundial y progresivo sobre el capital que, además, permitiría lograr una mayor transparencia financiera internacional. Reconoce el autor que esta propuesta podría parecer utópica pues exigiría una gran cooperación internacional para llevarla a cabo, pero sugiere que podría acometerse por etapas empezando a escala regional. En nuestro caso, el ámbito apropiado podría ser la propia Unión Europea.
El impuesto sobre el capital sería una exacción anual que recaería sobre el patrimonio neto (deduciendo las deudas) de las personas naturales con una escala progresiva que propone iniciar en el 0,1% para patrimonios inferiores a 200.000 euros, llegando hasta el 2% para los que superasen los cinco millones.
El papel fundamental de este impuesto, como lo concibe Piketty, no sería financiar el Estado social, pues los ingresos podrían suponer solamente entre un 3 y un4% del PIB, sino, en primer lugar, como hemos dicho, evitar que se genere una espiral de desigualdad y, en segundo lugar, permitir una regulación eficaz de las crisis financieras y bancarias. Pretender regular una crisis financiera mundial sin conocer la distribución de los patrimonios en el mundo, no es serio y, en este sentido, el impuesto sobre el capital permitiría elaborar una especie de catastro financiero del mundo, para lo cual sería conveniente disponer del conocimiento de las transmisiones automáticas de información bancaria, lo que no plantearía dificultades técnicas insalvables.

LA "U" DE LA SOCIALDEMOCRACIA

En el libro de Piketty, la evolución de las desigualdades tanto de la renta como de la riqueza adopta, como vimos, un perfil de “U”: las desigualdades eran elevadas en el siglo XIX; fueron descendiendo durante el corto siglo XX de Hobsbawm (1914-1989) para iniciar nuevamente un ascenso desde entonces a hoy, que Piketty entiende que será la tendencia que continuará durante el siglo XXI. Quiere esto decir que en el siglo XXI tenemos un problema de fuerte desigualdad. Una desigualdad que ya tuvimos en el siglo XIX y que se iría atenuando en el siglo XX hasta estabilizarse en unos niveles de desigualdad más razonables durante el periodo comprendido desde después de la segunda guerra mundial y el final de los años setenta, momento a partir del cual empezaron a aumentar nuevamente los niveles de desigualdad.
Piketty explica los descensos en los niveles de desigualdad registrados a partir de los años cincuenta, en parte, porque aumentaron las tasas de crecimiento reduciéndose de esta forma las diferencias entre (r) y (g), pero, en buena parte también, como consecuencia de lo acontecido durante la “edad de la catástrofe”: una Gran Depresión y dos guerras mundiales que destruyeron una parte importante del capital.
Es cierto que las guerras mundiales, sobre todo la segunda, infligieron a Europa importantes pérdidas en su capital productivo; sin embargo no creemos que pueda pasarse por alto las políticas socialdemócratas que do-minaron la escena, y no sólo en Europa, desde la segunda posguerra mundial hasta finales de los años setenta.
El periodo de plenitud socialdemócrata que suele situarse entre 1945 y 1975, fue la edad de oro del capitalismo o, como se lo conoce en Francia, los "treinta gloriosos" en expresión de Jean Fourastié. Nunca en la historia, ni antes ni después, las economías crecieron tanto, los ciclos económicos resultaron tan moderados, ni se consiguió una reducción de las desigualdades tan importante. Es cierto, como decimos, que las tasas de crecimiento (g) resultaron elevadas: en Europa occidental el crecimiento anual medio se situó en una tasa del 4,8%, más del doble de la tasa de crecimiento registrada durante los años del liberalismo clásico (1870-1913) situada en el 2,3%, y muy superior también a la alcanzada en la etapa neoliberal hasta la crisis, que no alcanza el 2%.
Pero no es menos cierto también que se moderaron los rendimientos del capital (r) a través de la imposición progresiva y se redujeron fuertemente las desigualdades, gracias a las políticas del Estado de bienestar. Como hemos visto anteriormente, el proceso de reducción de las desigualdades que desembocaría en la etapa socialdemócrata discurre aproximadamente entre las dos guerras mundiales, una época llena de acontecimientos que, sin duda, influyeron en los resultados de la segunda posguerra, pero entre ellos quisiéramos destacar dos. Uno, la organización y fortalecimiento de los sindicatos obreros que permitiría extender los mecanismos de la negociación salarial colectiva que hicieron posible la mejora regular de las condiciones de trabajo. A esto habría que añadir la creciente presencia política del socialismo democrático en la construcción del entramado institucional socialdemócrata. El segundo acontecimiento fue la revolución rusa, que daría origen a un sistema enfrentado y alternativo al capitalismo. Ambos acontecimientos operaron como importantes contrapesos al capitalismo que permitieron abrir un espacio a las políticas socialdemócratas características de este periodo, en un contexto en el que todavía dominaban las economías nacionales.
Estas circunstancias son las que empiezan a cambiar hacia finales de los setenta y con mayor rapidez a partir de los ochenta, cuando se evidencia la pérdida de poder de la URSS que desaparecería al final de esa misma década. Tanto en el caso de Thatcher como en el de Reagan, los nuevos gobiernos se estrenaron con fuertes enfrentamientos contra los sindicatos con el propósito de destruir su poder. Asimismo inician, sobre todo en Europa, un proceso de desmantelamiento del Estado desde dentro, mediante privatizaciones y recortes en las políticas de gastos sociales a lo que habría que añadir la eliminación paulatina de los elementos de progresividad que tenían los sistemas tributarios; y, por último, aceleran la creación de un espacio económico mundial con la globalización financiera, que tendría unos efectos desastrosos sobre el poder de los Estados nacionales y sobre la democracia. Desde una perspectiva político-institucional no cabe duda de que es en estos acontecimientos donde se encuentra la explicación del aumento de las desigualdades constatado desde los años ochenta hasta hoy. Es decir, que el aumento del rendimiento del capital (r) es consecuencia de un cambio radical en la relación de fuerzas favorable al capital y contrario al trabajo; y, a su vez, la disminución de la tasa de crecimiento (g) en Europa es atribuible en buena medida a los desplazamientos de la producción hacia terceros países facilitado por la globalización. Ambos movimientos amplían la brecha entre (r) y (g) y, por tanto, vendrían a aumentar las desigualdades en el esquema de Piketty.
Así pues, el perfil distributivo de la renta y la riqueza entre 1945 y1980, la “D” de Piketty, coincide exactamente con el periodo socialdemócrata que se inició después de la segunda guerra mundial y empezaría a diluirse desde los años ochenta en adelante. Por tanto, fueron las políticas social-demócratas las que condujeron a una importante reducción de las des-igualdades y fue el declive de la socialdemocracia lo que facilitaría el aumento de las desigualdades registrado a partir de los ochenta.
En este sentido se puede afirmar que las propuestas de Piketty, que anteriormente hemos resumido, tienen un cierto aroma socialdemócrata si bien circunscritas a la reforma del Estado de bienestar y a recuperar los elementos de progresividad que solían tener los sistemas fiscales de la época que, por cierto, también contaban con un impuesto sobre el patrimonio neto, aunque con unas funciones más limitadas.
Todo este conjunto de reformas propuestas por Piketty, probablemente operarían en mayor medida reduciendo “r” que propiciando aumentos en «g», si bien, dependiendo de cómo se instrumentasen, una reducción en la desigualdad ¿podría mejorar asimismo las tasas de crecimiento? Es decir, son reformas que centran la redistribución en las políticas de ingreso y gasto público, sin incluir cambios institucionales que pudieran reducir la desigualdad en la distribución de la renta que proporciona el mercado, antes de impuestos y transferencias.
Es cierto, como dice Piketty, que la desigualdad (r) (g) es histórica. Pero conviene no olvidar que la corrección de esa desigualdad constituye un objetivo fundamental del Estado democrático y, por tanto, que dicha desigualdad llevará o no a un proceso de creciente concentración de la renta y la riqueza, dependiendo de cuáles sean las políticas públicas. No se trata de un proceso inexorable, sino de un proceso que requiere la intervención compensatoria del Estado; y, únicamente en la medida en que el Estado no sea capaz de jugar esa función y permita la existencia de elevados niveles de desigualdad, estará facilitando, por un lado, que se produzcan insuficiencias crónicas de demanda y, por otro, que se ponga en riesgo no sólo la cohesión social sino, por último, la propia democracia.

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Acerca del autor:
José V. Sevilla Segura
Letra Internacional

Acerca del libro:
El capital en el siglo XXI
Thomas Piketty

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