Fecha:
24/01/2015
‘El capital en el siglo XXI’, de Thomas Piketty, defiende la reforma fiscal y critica la austeridad para superar la crisis.
El enorme éxito de la obra de Thomas Piketty se debe a la variedad de intereses que promueve: es un diagnóstico de la actual crisis, aporta una serie histórica de datos empíricos con su correspondiente modelo explicativo y constituye una respuesta política a nuestras dificultades económicas. En esta peculiar historia del capitalismo aparecen, a la luz de los datos empíricos, dos modelos diferentes: un modelo A caracterizado por el crecimiento lento (1% anual) y un reparto desigual que propicia la existencia de grandes patrimonios hereditarios. El modelo A predomina hasta la Belle Époque, pero a partir de 1914 se inicia su decadencia, causada por las guerras mundiales y los impuestos sobre las grandes fortunas. Entramos así en un modelo B caracterizado por las tendencias fiscales igualitarias y un crecimiento rápido bajo la égida de Keynes. Pero desde 1976 hasta hoy asistimos a un lento regreso al antiguo modelo A; estamos volviendo, por tanto, a la vieja desigualdad y al crecimiento lento del PIB.
Piketty formula, además, un análisis teórico basado en dos factores a su juicio contrapuestos: por un lado, la creciente acumulación de capitales hereditarios que proporcionan a sus dueños un alto rendimiento (5% anual); por otro, un bajo índice de crecimiento para todos los países desarrollados. Resulta tentador establecer una relación causal entre acumulación de riquezas en pocas manos y crecimiento lento en los países desarrollados. Y Piketty cae en la tentación de unir sus intereses políticos con la ciencia social, así que formula una relación inversa entre enriquecimiento de la minoría y crecimiento de los países, atribuyéndole además a esta relación la consistencia de una ley científica. De esta manera resultaría que combatir la acumulación de grandes propiedades serviría para dos fines complementarios: evitar la injusticia de la desigualdad y abrir las puertas al crecimiento (dado que los grandes capitales parecen obstaculizarlo). Del modelo teórico se siguen una serie de consecuencias prácticas que deben inspirar la acción política. El autor no es amigo de la ‘dictadura del proletariado’ debido a su carácter totalitario y a su ineficacia económica. Su alternativa consiste en una revolución fiscal que grave las grandes fortunas; esta fórmula tendría la virtud de mantener el estímulo capitalista a la producción, pero introduciendo un factor corrector de control y redistribución social de la riqueza. Además, la revolución fiscal eliminaría el problema de la deuda pública haciendo innecesaria la austeridad.
Estamos ante un libro brillante que seduce por su introducción histórica a los problemas de la desigualdad y del crecimiento, pero que, a mi juicio contiene algunas debilidades graves: la pretendida relación inversa entre acumulación capitalista y crecimiento económico de los países no me parece suficientemente argumentada en la obra; me sorprende, además, que el autor haya prescindido de una vieja pero plausible argumentación funcional contra la desigualdad capitalista. Me refiero a la existencia de la crisis de superproducción, es decir de insuficiencias de la demanda asociadas a la pobre capacidad adquisitiva de la población (es sabido que el capitalismo es más eficaz en la producción que en la redistribución).
Por otra parte, las páginas finales adquieren un tinte demagógico: creo que aunque las reformas fiscales sean necesarias, la austeridad, que Piketty rechaza, también lo es.
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